Violencias complejas: un acercamiento a cinco casos de maltrato hacia varones. Joel G. Ramírez Rodríguez
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Respecto al carácter relacional, opina que:
Aunque la categoría género sea un concepto muy relacionado con el feminismo académico, esto no significa que sea un instrumento exclusivo “de y para” las mujeres. Analizar las condiciones de vida de las mujeres necesariamente implica estudiar la realidad de los varones y las complejas relaciones que se desarrollan entre los sexos. (p. 92).
Al denominar complejas relaciones, invita a afinar los marcos con los que son observadas, incluyendo elementos relativos a lo convivencial y lo internalizado en ambos sexos. Por dicha razón, refiere que fue necesario el cambio de terminología de estudios de la mujer a estudios de género a finales de la década de 1980, ya que esta corriente teórica y académica se centra en lo masculino, lo femenino y sus combinaciones, tanto en la manera de pensar como en la manera de sentir y actuar.
A partir de ello, concluye que existe un marco confuso de un uso acrecentado y acentuado en la construcción social como único factor determinante de relaciones sociales, mientras que las pautas biológicas que en un momento dieron el origen a la categoría, no son tema de interés; por ello, señala que “la creciente utilización de la categoría género en el ámbito académico, político y cotidiano ha traído consigo que éste se haya ido vaciando de su significado inicial” (García-Mina, 2003, p. 100).
Añade que se ha configurado un empleo difuso del término:
Para muchos, el género es un eufemismo del sexo, un término más elegante, más “polite”. Para otros, el género se reduce a una manera de hablar más especializada “de y sobre” las mujeres, y “es una forma de desmarcarse de la (supuestamente estridente) política del feminismo”. (p. 101).
La fijación reiterativa actual del género ha generado intereses y objetivos desligados de su naturaleza explicativa. La autora argumenta que:
Este hecho ha llevado a que el género no siempre se emplee por su capacidad analítica e integradora sino que, en ocasiones, se utiliza con el único objetivo de buscar una legitimación “académica”, “política” o “social”, sin importar el contenido al que pueda estar haciendo referencia. (p. 101).
Ante el referido escenario que se ha desarrollado, aclara que nos encontramos ante un término que en estos últimos años se ha burocratizado, perdiendo en muchos casos su razón de ser; por ello, la propuesta de retomar los tres niveles de estudio fomenta un análisis más crítico, abarcador e inclusivo, “dependiendo del nivel al que estemos haciendo referencia, las definiciones de esta categoría se centran en aspectos y contenidos diferentes” (p. 103).
Dicha importancia oscila en la fundamentación de cada uno de ellos y su utilización en el campo de las diversas realidades:
Desde el nivel sociocultural se requiere mayor elaboración teórica que recoja los diferentes componentes que integran la multidimensionalidad de los modelos de masculinidad y de feminidad (atributos, roles, comportamientos, actitudes), así como las diversas relaciones que puedan darse entre ellos. Desde una perspectiva más interpersonal o psicosocial, es necesario seguir profundizando acerca de los procesos sociales que participan en la construcción de estos modelos, así como la manera en que éstos crean y estructuran, a su vez, las relaciones entre los sexos. Desde un enfoque individual se necesita mayor investigación sobre los procesos mediante los cuales los individuos adquieren los modelos socioculturales atribuidos a uno y otro sexo, por tanto, es preciso continuar analizando cómo la interiorización de estos sistemas referenciales inciden en la manera de percibir el mundo, de hacer frente a la vida y en los modos de enfermar de las mujeres y de los varones. (p. 111).
Advierte sobre la importancia de contemplar el verdadero sentido racional que nutre de manera amplia el concepto y el compromiso que debe adquirirse en torno a ello: “la desigualdad de género nos obliga individual y colectivamente a cuestionarnos como sujetos y objetos de discriminación. De todos y cada una y uno depende que esta situación deje de formar parte de nuestra historia” (p. 112).
2 Relativo al esquema que alude a dos concepciones de explicar el género: lo relativo a las mujeres como la subordinación y lo relativo a los hombres como la dominación. Este esquema es debatido por antropólogas feministas que incluyen un marco diverso y complejo de concebir las relaciones entre los sexos. Goldner (citado en Lamas, 2006) lo refiere como “marco binario de género” (p. 105) y Lamas (2006) como “el énfasis binario de los esquemas de clasificación humana”, “énfasis estructuralista de los esquemas de clasificación binaria (p. 95), “línea interpretativa dualista” (p. ٩٧) y “la interpretación dualista de género” (p. 114).
3 Extracto de la presentación de la segunda edición, 2014, XIII.
Capítulo II
Reestructura de la familia y parejas contemporáneas
La familia no es sólo una institución simplemente reproductora: es una de las principales instituciones nutricias y una unidad legal y económica, y muchas veces religiosa. La familia es el lugar donde se sirve a la continuidad cultural mediante la educación.
Malinowsky, 1975, p. 98.
Familia tradicional mexicana: herencia y vigencia
Siguiendo a Tuiran (1993), los mexicanos asignan a sus familias la prioridad de un 85% sobre otros aspectos de su vida, al trabajo un 67%, a la religión 34%, a la recreación 28%, amigos 25%, y política 12%. La importancia que asignan a la familia se ve influenciada por las concepciones arraigadas que definen a este grupo como unitario, amoroso, comprensivo, etcétera.
En su generalidad, la familia es determinante en la búsqueda y conquista de nuevas esferas externas como la escolar y laboral, ya que “aunque la familia sea un grupo más o menos cerrado, siempre tiene conexiones con procesos sociales genéricos que incorporan a sus miembros a la vida en sociedad y que establece una conexión de lo particular a lo general y viceversa” (Tello, 2007, p. 19).
Algunos señalamientos han indicado que los esquemas de familia en México se caracterizaron y reprodujeron, al igual que en otros países, por un imperante conservadurismo religioso que impuso pautas de conducta y obligaciones a los miembros de su sociedad, basadas principalmente en el sexo, la edad y la pertenencia a un estatus social, que a su vez eran determinadas por el sistema de justicia que las regía a través de códigos civiles y manuales de buenas costumbres.
Partiendo de la legitimación religiosa, a partir de la adopción de la religión cristiano-católica y bajo las normativas de redención-consagración, en colindancia con las normas jurídicas que en un momento dado se definían como vigentes, se entablaron preceptos organizativos que definieron la asignación de derechos y obligaciones y, con ello, surgió un esquema aprobado de familia conocido como Modelo arquetípico de la familia nuclear conyugal, el cual prevaleció como unidad organizativa de la sociedad por periodos prolongados y fue generando, con el paso del tiempo, rupturas y desniveles entre las relaciones de los sujetos, mismos que eran acreedores de sanciones o reconocimientos, según su cumplimiento.
Nateras (2015) contextualiza a la familia mexicana tradicional en un marco de hegemonía dominante, al referir que ésta puede generar atributos