Debatir la sociología. Gisela Zaremberg
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Ligia Tavera Fenollosa
FLACSO México
Introducción
El acontecimiento ha dejado de ser un simple fenómeno empírico para convertirse en una categoría social. Las ciencias sociales han abandonado “aquella actitud epistémica que el filósofo Alain Badiou resumió como la proclividad a arrojar el acontecimiento al reino de la ‘pura empiria de lo que adviene’ y reservar las construcciones conceptuales al examen de las estructuras” (Serulnikov, 2012, p. 96). Numerosos trabajos recientemente publicados atestiguan el renovado interés de la filosofía, la historia, la sociología, la antropología y los estudios literarios por las nociones de evento, acontecimiento, ruptura, discontinuidad, bifurcación (Žižek, 2014, 2001; Dosse, 2013; Bessin, Bidart y Grossetti, 2010; Boisset y Corno, 2006; Quéré, 2006; Parent, Tourer, Alexandre y Frédéric, 2004; Bensa y Fassin, 2002).
De acuerdo con una paradoja frecuentemente encontrada en la historia de las ideas, es en el momento en que una tesis llega a los ámbitos más alejados de su punto de partida, cuando se opera, precisamente en el punto de partida, una revolución que cambia radicalmente la tesis. De esta forma las ciencias sociales se modelan a partir de un esquema mecanicista, estático y causal tomado de la física, cuando esta ciencia, la física, se transforma y plantea el problema de la historia y del acontecimiento (Morin, 1972, p. 6).
La tesis de la expansión del universo y en especial la de su creación a partir de un evento originario ocurrido hace seis mil millones de años reintroduce en el estudio del cosmos las nociones de acontecimiento, singularidad y contingencia. El universo físico está, sin duda, compuesto por elementos constantes, regulares y repetitivos, pero al mismo tiempo es un acontecimiento por su carácter singular y phénoménal. El cosmos, como señalara Edgar Morin, es al mismo tiempo “universo y evento”. Su desarrollo no obedece a una lógica dialéctica interna, a la manera hegeliana. Al contrario, la naturaleza singular y evolutiva del mundo es inseparable de su naturaleza accidental y acontecimental.
Este mismo carácter contingente y acontecimental de los fenómenos físicos se observa en el nivel micro en el que la partícula-unidad exhibe ciertos elementos como la discontinuidad, la indeterminabilidad y la improbabilidad propios del evento (Morin, 1972, pp. 6-8). En suma, “a nivel astronómico-cósmico, al nivel de historia de la física y al nivel de la observación microfísica, vemos que las características propias y favorables al evento: actualización, improbabilidad, discontinuidad, accidentalidad, se imponen en la teoría científica” (Morin, 1972, p. 8).
Por el contrario, en tanto que han buscado una cientificidad a la manera de la física clásica, las ciencias sociales han preferido, las más de las veces,
demostrar que el evento no es tal; que la novedad no es tan novedosa; que su surgimiento se inscribe dentro de una perspectiva histórica, una tradición cultural o una lógica social. Una vez más, los cientistas sociales se [han] esforzado por reducir la sorpresa del acontecimiento: lo que sucedió estaba inscrito en el pasado, inmediato o lejano. A posteriori, el acontecimiento pudiera haber sido previsto… (Bensa y Fassin, 2002, p. 5).
Por lo que, si bien en su investigación empírica, las ciencias sociales han sido confrontadas constantemente por eventos, acontecimientos, rupturas y bifurcaciones, en sus debates teóricos les han dejado muy poco espacio.
Es el caso de la sociología, pues buena parte de esta disciplina, sobre todo aquella de matriz durkhemiana, se fundó en contra de las explicaciones sociales que enfatizaban la contingencia y los acontecimientos, en favor del estudio de la estructuras, los patrones y las regularidades. Incluso la sociología weberiana que al ser concebida como una ciencia histórica no adoptó, como la francesa, una posición de rechazo frente a la contingencia de lo social, rara vez analiza las singularidades históricas en clave de acontecimiento.1
Sin embargo, después de un largo eclipse, el acontecimiento ha recobrado una extraordinaria prominencia en aquellas tradiciones sociológicas afines a él y ha irrumpido con fuerza en aquellas que lo rechazaban, no se interesaban en él o lo habían tematizado de manera insuficiente.2 El “retorno” o “renacimiento” de la noción de acontecimiento ha sido particularmente intenso en Francia en donde su cuestionamiento, subteorización y rechazo fueron más radicales y en donde se han desarrollado en los últimos años las propuestas y los debates más interesantes en torno a este concepto y a su importancia para las ciencias sociales.
Así, el propósito de este capítulo es ofrecer una cartografía conceptual sobre la noción de acontecimiento tal y como ha sido recuperada recientemente en la filosofía francesa, con algunas referencias al trabajo de historiadores y sociólogos también franceses. El fin del recorrido consiste en identificar sus posibles contribuciones al estudio de los fenómenos sociales, en particular a la comprensión de la acción social, el sujeto y el cambio social, temas clásicos dentro de la sociología que requieren ser pensados de una manera renovada e innovadora.
El capítulo inicia con una breve discusión sobre el concepto de acontecimiento. A continuación se discute su recuperación como “ruptura instauradora”. Posteriormente se presenta la hermenéutica del acontecimiento para después abordar la relación entre sujeto y acontecimiento. En las dos últimas secciones se aborda la experiencia del acontecimiento y la relación acontecimiento/estructura. El texto concluye con unas reflexiones finales.
¿Qué es un acontecimiento?
En su sentido más laxo el evento o acontecimiento es un “hecho diverso”, es todo aquello que de una manera u otra “tiene lugar” o “llega”: “la aparición de un cometa en el cielo nocturno, un eclipse solar, la lluvia en un día soleado, un tsunami, un nacimiento, un accidente, una muerte súbita” (Greisch, 2014, p. 41). Puede hacer referencia tanto “a un desastre natural devastador”, al “escandalo más reciente provocado por una celebridad”, “al triunfo del pueblo o a un cambio político despiadado”, así como “a la intensa experiencia de una obra de arte o a una decisión íntima” (Žižek, 2014, p. 15).
La noción de acontecimiento comprende entonces una variedad grande de fenómenos: naturales, sociohistóricos, políticos, culturales, biográficos, individuales y colectivos, ínfimos y trascendentales. Sin embargo, sea cual sea su naturaleza, escala o intensidad un acontecimiento no es una ocurrencia, un suceso o un fenómeno cualquiera.
El acontecimiento se define, en un primer momento, por su impredecibilidad, su ininteligibilidad y su novedad. Para que la afirmación de un evento como acontecimiento pueda tener lugar, primero debe pasar algo indescifrable dentro de los códigos establecidos en una situación dada (Badiou, 2006; Bensaid, 2004, p. 104). Esta afirmación supone que aquello que sucede o acontece no es nunca, en sí mismo, un acontecimiento.
A diferencia de un hecho, la ocurrencia de un acontecimiento no se puede predecir a partir de las descripciones de los fenómenos que lo preceden. El acontecimiento es azaroso por naturaleza y se caracteriza por la impredecibilidad de lo que habría podido o no ser. Es decir, un acontecimiento no se puede anticipar fuera de una situación singular, ni tampoco puede deducirse de esta: “no puede ser reducido a una situación (previa) ni deducido de ella, ni es tampoco generado por ella. Surge “de la nada” (la nada que era la verdad ontológica de esta situación anterior)” (Žižek, 2001, p. 147, citado en Fernández, 2016, p. 18).
¿Cómo determinar si aquello que llega o tiene lugar es indescifrable dentro de los códigos establecidos? El filósofo Alain Badiou nos ofrece la siguiente respuesta: Si es posible decidir, usando las reglas del conocimiento existentes, que el enunciado “este