Debatir la sociología. Gisela Zaremberg
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Debatir la sociología - Gisela Zaremberg страница 7
En consecuencia, el análisis acontecial se interesa menos por los antecedentes de los acontecimientos o por sus causas que por su interpretación. “Pasamos así de un esquema de explicación causal en el que el evento se interpreta en su sentido ascendente —por sus causas— a una interpretación descendente de carácter hermenéutico en el que el evento se interpreta por sus huellas” (Tavera, 2019, p. 164).
Ahora bien, no se trata de una “hermenéutica de los símbolos”, ya que los rastros que dejan los acontecimientos no son ni simples efectos, ni simples signos, sino de una “hermenéutica de las huellas” o en términos de Claude Romano de una hermenéutica évenémential, en tanto que el acontecimiento es en sí mismo una huella significante y su realidad es indisoluble de su interpretación (Romano, 1999, p. 198; Greisch, 2014, p. 49; Dosse, 2010, p. 19).
Dos aspectos interesa resaltar aquí. Por un lado, aunque la realidad del acontecimiento es indisoluble de su interpretación, para Romano el acontecimiento “trae consigo el horizonte de posibilidades interpretativas a la luz de las cuales se dibuja y decide su significado” (Romano, 1999, p. 162; Greisch, 2014, p. 48). El acontecimiento es, en ese sentido, “el origen del sentido del mundo tal y como surge después del acontecimiento y con el acontecimiento” (Romano, 1998, p. 83; Greisch, 2014, p. 50). Por otra parte, tal y como lo señala Dosse, el acontecimiento es como el Fénix que nunca desaparece verdaderamente, pues al dejar múltiples huellas “retorna sin detener la interpretación de su presencia espectral con los acontecimientos ulteriores, provocando configuraciones cada vez más inéditas” (Dosse, 2010, p. 20).
Acontecimiento y sujeto
El acontecimiento solo puede ser calificado como tal de manera retrospectiva por una “intervención interpretante”. Dos cosas son importantes de mencionar con respecto a este punto. La primera es que la necesidad de una intervención interpretante le otorga al acontecimiento cierta fragilidad. La fragilidad del acontecimiento radica en la sospecha de que no ha sucedido nada, excepto la ilusión de novedad. Así, el acontecimiento corre el riesgo de ser anulado, ignorado o negado. La segunda es que, como hemos señalado anteriormente, el acontecimiento es indecible en relación con el conocimiento existente, por lo que su reconocimiento es un acto que pertenece más al mundo de la militancia y el activismo que al del conocimiento y la ciencia.
Frente al acontecimiento, nos dice Badiou, existen tres posibles posicionamientos: la fidelidad, el ocultamiento y la negación. Cada uno de ellos da lugar a tres diferentes sujetos intervinientes: el sujeto fiel, el sujeto oscuro y el sujeto reaccionario. El sujeto fiel acepta desplegar las posibilidades abiertas por el acontecimiento. El sujeto oscuro, por el contrario, rechaza esas mismas posibilidades y se adhiere al mundo anterior al acontecimiento, mientras que el sujeto reaccionario lo niega y se comporta como si el acontecimiento nunca hubiese tenido lugar.
El sujeto fiel es aquel que apuesta por la existencia del acontecimiento y, habiendo decidido seguir sus consecuencias, afirma “algo realmente ha sucedido” entonces se pregunta “¿qué debo hacer para permanecer fiel a lo que ha sucedido?4 El sujeto oscuro reconoce que algo ha realmente sucedido, pero coloca su fidelidad en el mundo preexistente al acontecimiento y por tanto se pregunta ¿qué debo hacer para permanecer fiel al mundo anterior al acontecimiento? El sujeto reaccionario niega que algo haya realmente sucedido y por tanto no se plantea pregunta alguna.
El sujeto interviniente no es un simple observador del acontecimiento, pues sin la intervención de quien admite que, “justo aquí en este lugar, algo hasta ahora sin nombre ocurrió real y verdaderamente” el carácter acontecimental del acontecimiento se desvanece. Entonces, tal y como lo señala Žižek, no hay “ninguna mirada cognitiva neutral que pueda discernir el acontecimiento de sus efectos: desde siempre hay una decisión implícita (Žižek, 2001, p. 147, citado en Fernández, 2016, p. 18).
Por otra parte, dado que, como hemos señalado anteriormente, el acontecimiento es indecible en relación con el conocimiento existente, su reconocimiento e interpretación son un acto de militancia más que una actividad intelectual, al punto de que Badiou define al militante como un “centinela del vacío al que instruye el acontecimiento”. Es por ello que “el ser frágil del evento, por lo tanto, se mantiene en una huella que solo un discurso militante, y no un erudito, puede extraer”.
Existe para Badiou un cuarto tipo de sujeto, aquel que surge con el acontecimiento. Se trata en este caso del acontecimiento que produce un ser que hasta entonces era inexistente. Es decir, un ser cuya existencia había sido profundamente negada por la situación.5 Para Badiou el acontecimiento que trae a la existencia aquello inexistente —en el sentido badiouano— en la situación, es el acontecimiento de máxima intensidad, aquel que obliga a reconsiderar retrospectivamente toda la historia de sus predecesores:
Es la resurrección de Cristo, la toma de la Bastilla, la insurrección de Octubre, o también, el outing de los sans papiers que se salen de su condición de víctimas clandestinas para convertirse en actores; el de los desocupados que salen del rango de la estadística para volverse sujetos de resistencia; el de los enfermos que no se resignan a ser simples pacientes sino se proponen pensar y actuar su propia enfermedad (Bensaid, 2004 [s.p.]).
Conviene recordar aquí, junto con Louis Quéré, que el acontecimiento se inscribe tanto en el orden hermenéutico como en el de la experiencia. El acontecimiento da lugar a experiencias que son fuentes de identidad para aquellos a quienes les acontece. “Abriendo un horizonte de sentido y aportando con él posibilidades interpretativas, el acontecimiento permite a quien se encuentra expuesto a él, descubrir algo de sí mismo y de su situación y profundizar en la comprensión de sí mismo y del mundo” (Quéré, 2006, p. 202).
La experiencia del acontecimiento
Las cosas “son lo que son”, mientras que los acontecimientos “nos hacen reaccionar”. Los “tomamos a pecho” y “nos hacen reflexionar, incluso si desafían nuestro poder de entendimiento y ponen a prueba nuestra inteligencia en términos de leyes, reglas y orden” (Greisch, 2014, p. 45). Más aún, tal y como señala Louis Quéré, “el acontecimiento provoca una experiencia”, a tal punto que puede convertirse en referente dentro de una trayectoria de vida, individual o colectiva, por el tipo de ruptura —en la temporalidad y en la inteligibilidad— que introduce (Quéré, 2006, p. 199).
Las ciencias sociales no han evaluado con seriedad el lugar de los acontecimientos en la estructuración de la experiencia tanto individual como colectiva. Al decir de Quéré son tres las principales razones que explican esta situación: el énfasis en el sujeto como agente, el principio de causalidad y la atribución subjetiva de sentido.
En su opinión, las ciencias sociales descuidan con demasiada frecuencia el hecho de que la experiencia es un compuesto de actuar y de padecer (agir et pâtir) y se centran fundamentalmente en los sujetos y sus motivaciones para la acción en detrimento de la dimensión del sufrimiento. En consecuencia, frecuentemente desconocen el hecho de que los agentes se ven afectados por los eventos y por los cambios que ocurren, en el curso mismo de la acción, en su situación y en el entorno.
Una segunda razón es que las ciencias sociales han entendido el evento principalmente bajo la categoría de hecho y le aplican de manera privilegiada el esquema de causalidad. Una tercera razón es que, cuando se trata de situar el evento en el orden de los significados, razonan espontáneamente en términos de la atribución de sentido por parte de los sujetos, y hacen de estos sujetos la fuente del sentido