Debatir la sociología. Gisela Zaremberg
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En consecuencia, la verdad a la que da lugar al acontecimiento “no puede entenderse sino como un axioma de verdad, que en cuanto tal constituye su propia base de sustento; se presenta al mundo sin ningún antecedente conocido, como un aparecido, un extraño que le grita al mundo he aquí A, desde ahora, nunca desde antes” (Camargo, 2010, pp. 103-104). En síntesis, el acontecimiento:
[…] es ese principio múltiple que, al presentarse, exhibe la inconsistencia subyacente en todas las situaciones, y en un instante arroja al pánico, sus clasificaciones constituidas. La novedad de un evento se expresa en el hecho de que interrumpe el régimen normal de la descripción del conocimiento, que siempre se basa en la clasificación de lo conocido, e impone otro tipo de procedimiento a quien admite que, justo aquí en este lugar, algo hasta ahora sin nombre ocurrió real y verdaderamente (Meillassoux, 2011, p. 2).
El acontecimiento como ruptura instauradora
Uno de los rasgos distintivos de la noción de acontecimiento, tal y como es desarrollada tanto en la filosofía como en la historiografía francesas de finales del siglo XX y principios del XXI, es que retoma como antecedente la noción griega de kairós (Dosse, 2013), que introduce simultáneamente la idea de ruptura y la de apertura. El acontecimiento sería así una “ruptura instauradora” (Tavera, 2019, p. 165).
El acontecimiento como ruptura
A diferencia de un hecho histórico, los acontecimientos no se reducen a una fecha ubicada en una línea de tiempo. Por el contrario, los acontecimientos “inauguran el tiempo y lo temporalizan” (Romano, 2008, citado en Jay, 2012, p. 152). Su tiempo, como diría Jay (2012), no es el presente o el pasado, sino el futuro. La ruptura del acontecimiento divide el tiempo en un antes y en un después, por lo que el presente del acontecimiento existe únicamente como un parteaguas entre dos mundos (Bensa y Fassin, 2002).
Además, el acontecimiento impone un cambio de ritmo que establece una temporalidad nueva. Para sus contemporáneos el acontecimiento “marca siempre el inicio de una nueva era” (Bensa y Fassin, 2002, p. 5). En opinión de Badiou, “la potencia del acontecimiento reside en su capacidad de engendrar un tiempo exclusivo, propio, una programación (retro) causal que redirige la temporalidad existente hacia su núcleo irresuelto” (Fernández, 2016, p. 18).
Esta nueva temporalidad altera las relaciones tanto con el pasado como con el futuro. El acontecimiento reabre el campo de la memoria (el pasado) y el campo de lo posible (futuro). Con respecto al pasado, los acontecimientos:
inauguran retroactivamente su propia posibilidad: la idea de que el surgimiento de lo radicalmente nuevo cambia retroactivamente el pasado; no el pasado real, por supuesto (no estamos en el campo de la ciencia ficción), sino las posibilidades pasadas, o bien, para enunciarlo en términos más formales, el valor de las proposiciones modales acerca del pasado (Žižek, 2003, citado en Tavera, 2019, p. 166).
Con respecto al futuro, los acontecimientos abren la puerta a futuros posibles que pueden o no concretarse. En ese sentido, “acontecimiento” y “advenimiento” aparecen como las dos caras de una misma moneda (Romano, 2008). “Los acontecimientos deben entenderse como inauguradores de su propia historia, como advenimientos que abren la puerta a aventuras posibles en un futuro que aún no está determinado por completo” (Jay, 2012, p. 152).
De tal suerte que
la ruptura que introduce el acontecimiento además de ser una ruptura en la temporalidad, es también una ruptura en términos de inteligibilidad. El acontecimiento desencadena una nueva inteligibilidad, hacía el pasado dando un nuevo sentido al mundo preexistente y hacia el futuro introduciendo una nueva serie de posibilidades que hasta el momento parecían imposibles (Tavera, 2019, p. 166).
Finalmente, conviene recordar junto con Quéré (2006) que el acontecimiento desborda el lugar, momento y circunstancias de su aparición. Espacialmente porque puede producir efectos muy lejos del lugar en el que acontece y temporalmente porque, como se señaló líneas arriba, el acontecimiento tiene repercusiones tanto hacia el pasado como en el futuro, o más precisamente l’avenir, aquello que está por llegar.3
El acontecimiento como apertura
Una característica importante de la noción de acontecimiento, tal y como es recuperada en la filosofía francesa contemporánea, es la de “apertura” de un mundo nuevo. Los acontecimientos reconfiguran el sentido del mundo que les antecede y en ese sentido, son portadores de un nuevo mundo, que nada permitía predecir. El acontecimiento se caracteriza entonces por la carga de posibilidades que lleva en él mismo. En palabras de Badiou:
Lo importante aquí es subrayar que un acontecimiento no es la realización de una posibilidad interna a la situación o que dependa de leyes transcendentales de un mundo. Un acontecimiento es la creación de nuevas posibilidades. Se sitúa no simplemente al nivel de los posibles objetivos, sino al nivel de la posibilidad de los posibles. Esto podemos también decirlo así: en relación con una situación o un mundo, un acontecimiento abre la posibilidad de lo que, desde el estricto punto de vista de esa situación o de la legalidad de ese mundo, es propiamente imposible (Badiou, 2009, p. 191; Leveque, 2011, p. 87).
A diferencia de los hechos, el acontecimiento no se inscribe en el mundo y lejos de ser explicado por el mundo, el acontecimiento abre nuevos mundos (Romano, 1998, p. 56; Vinolo, 2013, p. 57). Mientras que los hechos son explicados por un contexto que les precede, “todo aquello que podemos saber del mundo, no nos dice nada sobre el acontecimiento pues el acontecimiento no conoce un contexto previo. Por supuesto, ocurre siempre en el mundo y por consiguiente en un contexto, pero este último no nos dice nada sobre él” (Vinolo, 2013, p. 57).
El acontecimiento, en su sentido acontecial, es en efecto aquello que ilumina su propio contexto y no recibe en lo absoluto su sentido de él: no es la consecuencia explicable a partir de los posibles preexistentes. Por el contrario, el acontecimiento reconfigura los posibles que lo preceden y significa para el adveniente, el advenimiento de un mundo nuevo (Romano, 1998, p. 55; Vinolo, 2013, p. 56).
El acontecimiento, queda claro, no es un hecho y, por lo tanto, no es explicable a partir de sus causas ni comprensible a la luz de su contexto explicativo. El acontecimiento es aquello que acaece y que cambia tanto el sentido como la experiencia del mundo que le precede. Por consiguiente, el acontecimiento se entiende mejor a la luz de aquello que hace posible y no en función de aquello que lo hizo posible.
El tiempo modal del acontecimiento no es ni el presente ni el futuro, sino el pasado. El acontecimiento solo existe en el pasado y no podemos más que hacer una lectura retrospectiva de él, pues aquello que hizo posible, los mundos posibles que abrió, únicamente puede comprenderse en retrospectiva.
La hermenéutica del acontecimiento
El acontecimiento remite a un punto de torsión, de ruptura, de quiebre “sin garantías ontológicas ni sostén alguno en la cadena causal, que excede a sus causas y cuyo espacio separa (o más concretamente anula) la contigüidad entre causa y efecto” (Fernández, 2016, p. 18). Como lo señalara Claude Romano, aunque no están completamente exentos de causación antecedente, sus “causas no los explican, o bien, si los ‘explican’, solo y siempre dan razón del hecho y no del acontecimiento en su sentido acontecial” (Romano citado en Tavera, 2019).
El acontecimiento es un fenómeno de orden hermenéutico en un doble sentido: “no sólo exige ser comprendido (y no explicado por sus causas), sino que