50 leyes del poder en El Padrino. Alberto Mayol

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no era propia. Solo la comunidad podía salvarlos. Y fue así como nació la necesidad de una organización paralela y diferente a la oficial, una organización secreta, la mafia. Y si la sociedad abierta, si el poder político tenía su autoridad en las leyes por todos conocidas, la mafia había cimentado su poder estableciendo la ley del silencio, la omertà. Una mujer cuyo marido o cuyos hijos habían sido asesinados no diría a la policía el nombre del asesino, aunque lo supiera. Jamás señalaría a los sospechosos. Ni siquiera iría a la policía. Entendía que la vida era dura, pero que era cosa nostra.

      Esta estructura arcaica y originada como una respuesta racional al dolor y la violencia recibida se convertiría luego, en la misma Sicilia, pero también en Estados Unidos, en el brazo ilegal de los ricos, e incluso en una especie de policía auxiliar de la estructura política y legal. Se había convertido en lo que Michael Corleone comprenderá como una ‘degenerada estructura capitalista’. Y es que, en el capitalismo de libre mercado, hay muchas actividades de alta rentabilidad que, en ciertos momentos, están prohibidas o intensamente reguladas. La liberación ‘criminal’ de esos mercados ayuda a que los flujos de esos grandes negocios ayuden al ‘ambiente de negocios’ en general, ya que produce dinero circulando en la economía de la zona. También ocurre que el capitalismo tiene dos caras. Una de ellas, sin ser amable (porque descree precisamente de la amabilidad de la naturaleza humana), tiene un fundamento moral. Se trata de la visión de que la defensa de los propios intereses es buena para toda la sociedad. Esta visión y el concepto de ‘competencia’ entre agentes en los mercados son el sustento del liberalismo económico como doctrina política y moral.

      El Padrino tiene su final en la tercera película, única sin base en la novela, aunque su libreto sí fue escrito por Puzo en colaboración con Coppola. La trama central de la obra es la articulación de la familia Corleone con el Vaticano. La Cosa Nostra ha llegado a construir sus tentáculos para absorber las complejidades del control de Europa, donde el Vaticano es poderosísimo. Michael Corleone ha logrado el sueño: blanquear su riqueza con la Iglesia, limpiarlo de todo lo ilegal y además ser un actor tanto en América como en Europa. El tono mafioso se combina con el arte vaticano. La magia de la obra logra algo fundamental: hacer ver que el arte de la Cosa Nostra no es nada diferente al del Vaticano. No es una metáfora, es una identificación.

      Puzo y Coppola se centran en la historia de la muerte, o el asesinato de Juan Pablo I, la emergencia de Juan Pablo II (opositor al anterior, pero que lleva su nombre) y la trama bancaria y sexual que envuelve a la Iglesia católica. El dinero es el corazón del asunto. El llamado Banco de Dios tiene una historia sorprendente: el banquero Roberto Calvi ahorcado bajo el puente de Londres, hijas de funcionarios del Vaticano raptadas misteriosamente, mafiosos enterrados en una cripta de Roma reservada a cardenales, la detención de Paolo Gabriele, camarlengo o mayordomo privado de Benedicto XVI, quien fuera acusado de filtrar la información sobre las inversiones del Vaticano que se hicieron conocidas a través de un libro (los llamados ‘Vatileaks’). Esta detención y el despido del Presidente del Banco Ambrosiano al mismo tiempo fueron las señales que llevaron a Benedicto XVI a crear una salida inédita: renunciar al papado. Una crisis de largas décadas volvía a terminar con un papa, esta vez con una muerte burocrática y no física. Lejos ha quedado esa Iglesia católica que negaba la legitimidad de la financiarización de la economía, que consideraba pecado que el tiempo fuera dinero. El Vaticano es un Estado pequeño, sin ciudadanos, con un presupuesto exiguo. Pero es una corporación grande. Y sus ejecutivos bancarios mueven hilos tan complejos e incomprensibles para nuestra mirada que solo nos enteramos de ellos en sus renuncias o en la aparición de su cadáver, de forma espectral y operática, colgado de un puente en Londres, en un suicidio que se finge con cero interés en que sea creíble.

      ¿Qué es el poder?

      Si la virtud de las leyes de Newton radica en su capacidad de predicción, quizás las leyes de las que trata este libro tengan una capacidad similar para predecir resultados derivados de la conducta. La virtud de las leyes del poder que se enunciarán es que son de utilidad para establecer los beneficios o las catástrofes en las que puede derivar un escenario de poder para quien cumpla o incumpla dichas leyes. Y esto vale para situaciones microsociales (relaciones laborales, momentos de seducción amorosa, relaciones entre estudiantes) y para el gran teatro político del mundo con sus fenómenos estructurales (las disputas de la alta política y la alta diplomacia, las decisiones de grandes corporaciones, entre otras).

      Mi hijo a los dos años miraba al cielo y sentenciaba: “Luna, sol, no se cae”. Extrañado por esos objetos voluminosos y semejantes a una pelota que no se caían, comprendía uno de los aspectos más importantes de la física de Newton: la caída en tanto forma de movimiento. ¿Por qué la pelota se cae y el Sol no se cae? Porque no solo existe el objeto, sino también el lugar que lo condiciona. Tal y como Newton vio que la Luna y el Sol no caían debido, precisamente, a las mismas leyes que hacían caer a la pelota; las leyes del poder (que también son un fenómeno de despliegue de energía y de búsqueda de movimiento) son estables en el tiempo, y su enunciación puede exceder fácilmente los ejercicios habituales de observación que conocemos con el poco lucido nombre de ‘estudios de caso’.

      La observación de experiencias de poder y el uso de principios teóricos antiguos son mecanismos que normalmente sirven para arribar a estas leyes. Pero ¿es válido usar una serie de películas y/o una novela de ficción como base empírica y teórica de la comprensión del poder en la vida social? O para decirlo de otro modo, ¿podemos usar la ficción en calidad de caso real con mayor éxito heurístico3 que los casos reales? Este punto tiene una explicación. Pero la abordaremos más adelante.

      ¿Por qué la ficción puede orientarnos? Ante el teatro de la actividad profesional de quienes buscan poder, lo que presenciamos casi siempre es el espacio configurado y domesticado de la sociedad al que llamamos ‘política’ o incluso ‘sistema político’. Este espacio está bastante regulado en su espacialidad y en el significado de cada lugar de ese espacio. Es como la teoría de la pintura de Kandinsky, que decía que en el plano de la obra (digamos, por decirlo así, en la tela del pintor) el significado de un punto o una línea se relaciona con el valor intrínseco del espacio de la tela (arriba, abajo, al centro, entre otros). Lo cálido y lo frío, el hogar y la libertad son conceptos que están asociados a una zona del plano (de la tela, si seguimos con el ejemplo). Pues bien, el espacio formal que la sociedad le reconoce al poder, llamado ‘la política’, es un espacio geométricamente construido, con su propia gramática y con reglas del juego aprehensibles.

      Los estudios basados en antecedentes ‘reales’, en ‘casos’ históricos o contemporáneos debidamente investigados tienen un defecto: solo pueden comprender el poder en la región más transparente de él, que es la política. Contrario a lo que la gente piensa, la política es enormemente transparente si la comparamos con otros escenarios de poder. La ventaja de la ficción es que nos abre a muchas posibilidades para interpretar las formas de aplicación del poder y nos permite construir un repertorio especulativo, pero verosímil, de las realidades sociales que habitan dentro de lugares a los cuales muchos investigadores no tendrán acceso jamás, como la mesa directiva de una compañía, una empresa de lobby o los negocios sucios de ciertos actores en la sociedad. ¿O de verdad un investigador del poder puede realmente investigar el Vaticano, el consejo directivo de Google o la trenza de poder en la CIA?

      Ese territorio geométricamente euclidiano al que llamamos la política, la región más transparente del poder, solo invita a la confusión de los incautos. En gran medida la política es solo un mapa, pero el poder es el territorio. Hasta hace poco en la historia intelectual, las definiciones sobre nuestra propia galaxia reemplazaban al universo en su totalidad, e incluso las más acotadas cuestiones relativas al Sol y la Tierra cerraban la discusión. De igual manera hoy navegamos confundiendo lo que podemos y sabemos ver en la política con lo que no vemos ni sabemos comprender que es el poder.

      El poder es un animal misterioso en la historia. Su fantasmagoría, sus vericuetos,

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