50 leyes del poder en El Padrino. Alberto Mayol

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uno solo debía ser el jefe.

      El Padrino no es solo una obra italiana y, por cierto, romana. No es solo una obra florentina en el sentido de Maquiavelo. Es también una obra griega que busca al mismo tiempo la mónada filosófica y la tragedia narrativa. La mónada es el ideal del ser, de la existencia, pero es también la realidad de la totalidad, pues nada está realmente fuera de la totalidad. La mónada es la unidad. Está por todos lados. Tú, que lees esta página, eres un ente completo, una mónada. Lo cierto es que este opus de cuatro obras (tres películas y una novela, que pronto serán cuatro películas) es una unidad. La tragedia es en realidad un derivado de este carácter unitario. Porque si la historia no durara todo lo que dura, no podríamos ver la decadencia de Michael, no podríamos comprender la fuerza narrativa de haber logrado el objetivo final más importante: que la familia sea poderosísima, que sea legal su ejercicio empresarial y que sea respetable; pero que al mismo tiempo su imperio parezca tan quebradizo, que Michael no pueda cuidar a los suyos (a su primera esposa, a su hija), que el exitoso debut de su hijo como cantante de ópera haya estado bañado en sangre y que finalmente deba pasarle el poder de la familia al hijo de Sonny, poseedor de todos los defectos de su padre.

      La mónada es por definición continua, cerrada en sí misma y por ello atávica. Nunca se puede salir. Toda la idea de la obra de El Padrino es que la mafia es un refugio genial que permitirá un día escapar de sus dinámicas. Pero no es cierto. Atrapados en la epopeya, todos seguirán la ruta de la muerte dolorosa, propia o ajena. La mónada griega, en paz en su contemplación, es un mundo en guerra.

      Vito nos enseñará una doctrina, será Moisés con sus tablas de la ley y Cristo con su ética y su sacrificio. El poder del personaje de Don Corleone radica en esa articulación de la totalidad en un solo ser. Es el padre freudiano y darwiniano, pero es también el padre católico; es el padre de una época y luego la simiente de la siguiente, ya sin él. Es el camino completo. Su poder, como todo poder que nace, comienza en la materialidad. Es la idea kantiana: el poder es la fuerza que subyuga a otra fuerza. Pero luego esa materialidad militar y económica (las dos grandes herramientas de lo material) debe convertirse en la primera sofisticación del poder: las instituciones, las normas y los valores. De seguro Marx lo dijo mejor que muchos otros: las ideas de una sociedad son las ideas de su clase dominante. Pero la verdad es que hace dos mil quinientos años ya lo había dicho el filósofo y estratega militar Sun Tzu cuando se refería a la importancia de la doctrina, que era la unidad del pueblo con la persona que manda. Ese mismo concepto sería transformado por el sociólogo Gaetano Mosca en la llamada “fórmula política”, que roza, de una manera delicada y colateral pero con parentesco obvio, con la idea de hegemonía del filósofo Gramsci y que se resumen en la existencia de principios abstractos a los que la élite recurrirá para fundamentar su poder y que son capaces, por diversas razones, de penetrar en la sociedad que se busca dominar, generando un enorme rendimiento político.

      El segundo movimiento de El Padrino demuestra que ese poder que nace en lo material se convierte en elementos que se expresan de modo concreto, pero que son en definitiva inmateriales, como las instituciones, leyes, normas sociales y valores. ¿En qué crees cuando crees en Dios? ¿En qué crees cuando crees en las leyes? Detrás de Dios, de las leyes, de las instituciones, hay personas, intereses. Y en ellos crees sin saber que crees cuando crees en lo que crees. Es un trabalenguas, pero es cierto.

      La gran complejidad de la obra –que quizás constituya uno de los aspectos esenciales de su comprensión del poder– radica en haber contemplado que la mayor manifestación del poder es al mismo tiempo la más inmanente, la más sutil, la más invisible: el poder total es metafísico.

      El poder total reside en el instante en el que la fuerza del poderoso no debe doblegar la del débil, pues la conciencia del poderoso y la voluntad del poderoso tienen la forma, la materia y la dirección del actuar del dominado, quien considera que en pleno ejercicio de su libertad ha decidido actuar de una determinada manera. La mayor parte de las personas defiende el orden social que muchas veces le oprime por el solo hecho de sentir la incomodidad de ver sus costumbres cambiar. Temen la modificación de sus rutinas más simples o temen las épocas turbulentas, aun cuando ello involucre la opción de contar con más poder para decidir la vida futura. Y esto es normal. De hecho, la mafia, que es todo lo contrario, porque se rebela a las leyes, en realidad nace de la misma búsqueda de sometimiento y pasividad, porque se trata simplemente del cansancio de una isla donde gobernaron tantos que no gobernó nadie. Y de cambio en cambio, la sociedad aprendió a mandarse sola, fuera de la ley. Pero no fue rebeldía, fue simple necesidad.

      Como dice Michael sobre su padre: “tal y como hace Dios”.

      En el origen fue Agátocles

      Desnudar una obra en el primer capítulo es un acto de obscenidad. La primera pregunta crucial, ¿de qué se trata El Padrino?, ya fue respondida, sin suspenso, como una roca cayendo frente a nosotros, como el cuerpo de Sonny recibiendo la muerte sin posibilidad de incógnita. Y hemos dicho que la obra se trata del poder, que se trata de Maquiavelo, que es una actualización para el siglo XX del juego del poder que describió Maquiavelo usando ejemplos de la era imperial de Roma. Pero la pregunta exige un poco más.

      La cuestión del poder tiene relación con la construcción verbal más simple y poderosa del opus padrinesco: cosa nostra. Como símbolo de la caída de Roma, ya no queda nada de ese mare nostrum, pero a falta del mar en el centro del mundo, es bueno saber que hay un secreto propio, exclusivo, incomprensible, impenetrable, que sí es nuestro, que sí es la historia pequeña y nada tímida de varias familias sicilianas en Nueva York, que son nuestros asuntos, el devenir del destino de la estirpe, la historia de la dignidad, la historia del triunfo o la derrota, la historia de la conquista gloriosa o la mácula.

      La pregunta “¿de qué se trata la obra?” en realidad no existe. Una obra que ha logrado su cometido no se trata de algo. La larga discusión sobre el tema de El Padrino me parece baladí. ¿La familia? ¿La mafia? ¿La riqueza? ¿El poder? Decía Simmel algo así: que toda forma de vida transforma o muta sus estructuras o intenciones originales hasta volverse irreconocible, ganando en ese camino vida propia, autonomía, aquel misterioso derecho de no tener que preguntarle al creador. Es por esto que la pregunta sobre el tema de El Padrino no debe buscar hacer una indagación acerca de las intenciones de los autores o sobre los motivos literarios o cinematográficos que se despliegan con mayor frecuencia. La respuesta a la pregunta sobre el tema de la obra no depende de la voluntad, no depende de la estadística de las palabras más repetidas en la obra. ¿De qué depende entonces?

      A la pregunta “¿de qué trata El Padrino?” responderé de dos maneras simultáneas y contradictorias. Por un lado diciendo que las obras no necesitan tener un tema. Y por otro lado diré, en una contradicción tan flagrante como indispensable, que sí vale la pena preguntarse por el tema, sin entender este como la motivación del autor o como el elemento dramático central. Vale la pena porque corresponde observar si hay una espíritu que recorre la obra, que la dota de sentido y que es aquello que debe plasmarse en cada texto, en cada actuación, en cada escenografía. Y ese espíritu radica en un ejercicio que tiene como construcción los pilares en El Príncipe de Maquiavelo y como despliegue una sofisticada tragedia griega asociada al mismo dios único e irrepetible que le importaba a Maquiavelo: la fortuna.

      La obra se concentra en la conversión de una persona en un personaje mitológico, tan mitológico que casi no aparece en la obra realmente. Se trata de Vito Corleone (Vito Andolini en origen) devenido en todopoderoso en las sombras. Esta conversión, la elevación de lo humano a lo sobrehumano, el paso del poder material al metafísico, está fundada en un modo de operación, en una ley conductual, en una entrega absoluta a los designios que determinan la acumulación de poder. Vito es un líder, un evaluador preciso de la realidad, alguien que ve con claridad las paradojas del camino hacia el poder, un genio en la negociación,

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