50 leyes del poder en El Padrino. Alberto Mayol

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cabeza del caballo es la debilidad, es tu debilidad, la mía, la de Woltz. Significa que no sabes defender ni a tu mujer, malograda por Fontane; ni a tu caballo, muerto para la mayor gloria de Fontane. Pronto el cantante volverá al éxito, pronto se ganará el Óscar, pronto se convertirá él mismo en productor de cine con el dinero de su Padrino y con el apoyo de los sindicatos que le habían hecho la vida imposible. Esa es la vida de Woltz. Una porquería. Y todo porque declaró una guerra para la cual no tenía armas.

      Vito Corleone, el motor inmóvil

      Estamos en el año 1901. A sus nueve años de edad, el pequeño Vito Andolini ya ha visto morir a su hermano y a su padre a manos de Ciccio, un hombre violento cuyas acciones atormentan al pueblo de Corleone, en Sicilia. El asesino sabe que Vito buscará venganza y querrá matarlo apenas pueda. Previendo la eventualidad de su futuro ataque, porque le resulta lógico que así sea, Ciccio decide matar a Vito siendo todavía un crío.

      En estas circunstancias, las virtudes del niño se convierten en defectos: Vito demuestra habilidades físicas, Vito es un buen cazador de aves, Vito tiene carácter. No cabe duda para Ciccio: el jovencito debe morir tal y como murió su padre primero, tal y como lo hizo su hermano inmediatamente después (precisamente durante el funeral de su padre). Ambos, padre y hermano, Antonio y Paolo, confrontaron al mafioso. Ese fue su pecado.

      La madre de Vito, cuyo nombre desconocemos, comprende que el mafioso matará al hijo que le queda y ha tomado la decisión de pedir clemencia a Ciccio. La mujer se acerca con Vito a sus espaldas y le pide que lo perdone. Esta escena es muy importante. La signora Andolini nada les ha hecho, Vito nada les ha hecho, más aún, Ciccio ha destruido su familia. Pero la madre y el hijo deben pedir clemencia. Su poder es tan reducido que deben pedir perdón no por algo que han hecho, sino por lo que no han hecho, por el daño que han recibido, por ser un peligro hipotético al poder vigente. Deben pedir perdón. Si no lo hacen, morirán. Y si lo hacen, también. La genial narración de la debilidad se consolida con la escena donde el requerimiento de clemencia no es aceptado. Ciccio es enfático: el niño debe morir. Se lo dice a la madre, lo dice en presencia del hijo. Ella, desesperada, juega su última carta, intenta matarlo abordándolo con un cuchillo y Ciccio la asesina. Vito ha visto morir a su padre, a su hermano y a su madre en cosa de días.

      Antes de morir, mientras trata de asesinar (o hacer perder tiempo) al mafioso que destruyó su vida, la madre le pide al pequeño que huya. Vito correrá hasta el puerto y comenzará su aventura, viajando en solitario a Nueva York. Perseguido siendo un niño de nueve años, Vito se embarca solo a Estados Unidos, a vivir el hambre y la miseria en un barrio de italianos pobres. El niño conquistará el sueño americano gracias a su artístico desprecio de la ley, pero esta historia de infancia lo acompañará toda su vida.

      Cuatro décadas más tarde, en la clínica donde se encuentra recuperándose del intento de asesinato cursado por su rival Sollozzo, Vito recibirá la visita de su hijo Michael. De inmediato, el joven se da cuenta de que está todo listo para terminar la tarea iniciada por Ciccio: no hay protección, todos los soldados de la familia están fuera y su padre yace solo con una sola enfermera de turno. Vito tiene en ese instante 53 años y está al borde de la muerte. Hasta allí el joven ha ido, contra la voluntad de su padre, a pelear por Estados Unidos a la guerra. Hasta ahí Michael es un norteamericano más, un abogado que prefiere ir con el uniforme militar al matrimonio de su hermana y que se niega a salir en la foto de la familia, arruinando el momento. Pero algo cambia cuando Michael se acerca a su padre en la clínica y lo ve en peligro. Es la iniciación espiritual del hijo en la mafia.

      Michael convence a la enfermera y decide sacar a su padre de ese cuarto, minutos antes de que lleguen los asesinos, para esconderlo en otro sitio. Y para aclarar a su padre las razones de tanto jaleo, se acerca a su oído y le explica: “—Soy Mike. No temas. Ahora escucha: no hagas menor ruido ni digas nada, sobre todo si alguien pronuncia tu nombre. Quieren matarte, ¿comprendes? Pero no te preocupes; yo estoy aquí”1 .

      En este punto el relato de Puzo es estremecedor. El padre mira al hijo con una calma capaz de iluminar el mundo, con la mirada del padre que puede tranquilizar a su hijo en medio de cualquier batalla. Con sus ojos le señala que no hay problema, que Don Corleone no podría sentirse amenazado en ese escenario. ¿Por qué debería tener miedo alguien a quien han querido matar desde su más tierna infancia? Ese gesto de Marlon Brando interpretando a Vito marca el espíritu de la obra. No es la forma convexa la que construye la película, no es el grito imponente del líder. Vito Corleone es silencio, es la profunda paz de las armas en movimiento. Vito Corleone está inmóvil y el mundo gira. Como el dios medieval, Vito tiene su centro en todas partes y su circunferencia en ninguna.

      Vito Corleone es el motor inmóvil de la obra El Padrino. El concepto de motor inmóvil es aristotélico y tiene una gran tradición tanto en la teoría de la causalidad como en la metafísica. Por asociación se usa a veces en las referencias críticas a obras tratadas literariamente (para fines literarios o para otros fines, como ópera o cine). En esos casos se hace alusión al planteamiento de una obra que gira en torno a un personaje sin necesidad de que este tenga presencia permanente o incluso sin que tenga ninguna presencia. El clásico tema del personaje secuestrado o desaparecido que vierte toda la narración en su órbita.

      En el caso de El Padrino esta situación se da con claridad. La obra gira sobre la sabiduría esencial de Don Corleone, sobre su imperio, sobre su historia. Pero de las extensas horas de duración de las películas, Vito Corleone solo está frente a nosotros en tanto jefe imperial alrededor de una hora, de las más de doce que constituyen la trilogía. Es cierto que en la segunda película hay largos pasajes que recrean su origen. En ese proceso la historia más bien se concentra en las peripecias de Vito, en el acontecer de su vida, en su ascenso, en la historia infantil, en el dolor en Sicilia, en la conquista de Nueva York, en la venganza final matando a Ciccio. Pero de ninguna manera podemos decir que esa aparición se relaciona con lo central de la obra: la sabiduría del maestro que busca denodadamente quién será el depositario de su sagacidad, encontrándolo finalmente en una persona inesperada: Mike, su hijo rebelde.

      Vito Corleone, el Padrino, cuenta con alrededor de una hora en la pantalla para poder construir su fabulosa fama. Y si vamos a la novela, veremos que la palabra Vito aparece 157 veces, cuatro menos que Tessio y solo dieciocho más que Connie, un personaje evidentemente fuera del listado principal. De hecho Carlo, el esposo de Connie, es referido más veces. Y Michael, indudablemente, tiene más apariciones, con 828 menciones a su nombre. Es cierto que la novela juega en diversas ocasiones a mencionar a Vito como Don Corleone o como el Padrino. Y por tanto ello puede esconder el nombre de Vito. Pero el uso del concepto ‘padrino’ no llega siquiera a las cien apariciones –la suma de ambas palabras otorga, aun así, menos menciones que el nombre de Clemenza–. Casi el doble de menciones, respecto a su padre, recibe Sonny, su hijo que muere tempranamente en la novela y la película. En fin, ya está claro el punto.

      El motor inmóvil es ese elemento que Aristóteles define como metafísico y eterno, que es la sustancia que domina todo lo material desde lo inmaterial. Es a la vez forma pura y acto puro, es una existencia completa, es la manera por excelencia de ser. Y ese ser es contemplativo, reflexivo, sumido en su interioridad que es a la vez externa. El sentido último del motor inmóvil radica en su carácter divino. Es por estos rasgos que consideramos que la propuesta artística y filosófica de la obra dialoga con todas las manifestaciones de ‘motor inmóvil’, desde las estrictamente metafísicas hasta las políticas. No hay espacio para matices.

      ¿La forma ideal del mercado? El monopolio.

      ¿La forma ideal de gobierno? El imperio.

      ¿La forma ideal de la moral? Dios.

      No hay otra forma, no hay otro medicamento, no hay otra receta: el poder total, la concentración, la articulación

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