Avances en psicología del deporte. Alejo García-Naveira Vaamonde
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CAPÍTULO 3
Aplicaciones de musicoterapia en psicología del deporte
Miriam Lucas Arranz
Introducción
Si bien es innegable el poder que la música ha tenido, y tiene, en todas las culturas, épocas y situaciones, el hecho de afirmar que la música es universal puede resultar exagerado en un primer momento (Shehan, 1997). Se desconoce el origen de la música, pues la voz o la percusión rítmica no dejan huella en los registros arqueológicos, por lo que es complejo afirmar con certeza si ya en la prehistoria se producían sonidos musicales. No obstante, en las culturas clásicas la presencia de la música es indiscutible.
Así pues, si se analiza cuidadosamente cada cultura y momento histórico, la presencia e influencia musical en la sociedad es muy clara.
Hoy en día, la música forma parte de nuestras vidas, y muchas veces está asociada a emociones, situaciones o personas, de manera consciente o inconsciente. Tanto la música que acompaña la publicidad como las canciones que suenan incansablemente en nuestra radio terminan por generar algún efecto, físico o emocional, en nosotros. ¿Quién no ha sentido cómo una evocadora canción genera sentimientos de nostalgia? o ¿cómo una música alegre y positiva infunde repentinamente una sensación de bienestar?, lo cual pone de manifiesto la capacidad de la música para movilizar emociones en nuestro interior y provocar variaciones motivacionales o en el estado de ánimo.
La música, como forma de arte, permite comunicar emociones, ideas y pensamientos, impregnándose de cada cultura y reflejando desde cambios sociales hasta experiencias interpersonales. En consecuencia, algunas músicas denuncian situaciones sociales (canciones sobre desigualdad económica y de poder en un país, sobre violencia de género, sobre eventos deportivos, como un mundial de fútbol...) y otras describen sentimientos personales del autor (amor y desamor, amistad, desengaños, alegrías...).
En cuanto a la música relacionada con la psicología del deporte, se pueden diferenciar varias áreas de estudio, desde la influencia a nivel fisiológico en el rendimiento deportivo, hasta la importancia motivacional de la música para el deporte. Además, a nivel cultural, música y deporte se relacionan en varios puntos de la identidad y formación sociocultural (Tekman y Hortaçsu, 2002).
Desde la antigua Grecia hasta la actualidad, la relación entre música y deporte ha ido en aumento, sobre todo a partir del siglo xviii (McLeod, 2011). Así pues, se puede observar el carácter de la música en distintos ámbitos deportivos, desde vídeos de aeróbic hasta momentos competitivos deportivos en películas como Rocky, que subraya el poder que esta tiene.
En consecuencia, si se posee un instrumento tan poderoso que abarca cualquier cultura o civilización, parece inevitable plantearse su uso para optimizar resultados y logros personales en cualquier área.
En este capítulo se pretende poner de manifiesto el efecto de la música sobre distintos aspectos del rendimiento deportivo, analizando su utilidad para una intervención con musicoterapia, así como sugerir nuevas posibilidades de trabajo en este ámbito.
Música y movimiento
Música y movimiento mantienen una estrecha relación que se manifiesta de diferentes formas, siendo la danza la expresión más clara de la combinación de ambos aspectos.
La respuesta rítmica hace referencia a una predisposición humana innata al movimiento sincronizado con ritmos musicales, que empezó a estudiarse en el siglo xx (Macdougall, 1903) y sobre la que se ha encontrado una explicación científicamente aceptable.
En consecuencia, de existir factores internos que generen una respuesta a estímulos musicales, aprovechar su potencial para aumentar el rendimiento deportivo sería no menos que interesante.
Así pues, Schneider, Askew, Abel y Strüder (2010) investigaron sobre ello y reportaron coincidencias entre la frecuencia de movimiento durante el ejercicio y el tiempo de la música que se reflejaron en el encefalograma realizado. Para investigar sobre la relación, ya puesta de manifiesto en otros estudios, entre el tiempo musical, el rendimiento deportivo y el estado anímico, estos autores diseñaron un experimento en el que pedían a 18 corredores habituales, con buen estado de salud, que corrieran tres carreras usando música con diferentes intensidades. Se midió la actividad electrocortical antes y después del ejercicio, con un rango de frecuencia delta (2-4 Hz), además de analizar el espectro de frecuencias de las piezas musicales. Durante la aceleración en la carrera se obtuvo una oscilación de 2,7 a 2,8 Hz. Patrones de oscilación similares se lograron en las piezas musicales, por lo que se puede establecer una correlación entre ambos puntos.
Algunos investigadores también se han preguntado acerca del uso de la música, cuyo ritmo es sincrónico con los movimientos, en el ejercicio como reductor del coste metabólico de la actividad (Roerdink, 2008) al promover mayor eficiencia neuromuscular o metabólica.
Large (2000) va más allá y afirma que existen una serie de patrones internos que emergen al escuchar el ritmo musical, lo que facilita dicha sincronización. Snyder y Krumhansl (2001) corroboran esta sincronización mental del ritmo. Además, mediante un experimento en que se medían algunas