Miradas sobre la reconciliación. Jorge Eliécer Martínez Posada

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Miradas sobre la reconciliación - Jorge Eliécer Martínez Posada Cátedra Institucional Lasallista

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De ahí que la reconciliación no debe ser presentada como si su propósito fuera la convivencia feliz y armoniosa de los antiguos enemigos. Una cosa es alcanzar alguna medida de coherencia narrativa de cara a la atrocidad y otra muy distinta llegar a amar a su torturador (Dwyer, citado en Bloomfield, 2006, p. 11)

      De aquí asumimos la reconciliación también como política, puesto que ésta consiste en el intercambio de opiniones, es decir, no se origina en el hombre (ser abstracto), sino entre los hombres (seres singulares del mundo de lo sensible):

      La reconciliación política no depende del tipo de intimidad que las religiones y algunas formas de reconciliación individual podrían demandar. Antes bien, la política y la pertenencia al Estado requieren unas condiciones de coexistencia política... El perdón puede venir después, luego de la creación de confianza y credibilidad (Villa-Vicencio, citado en Bloomfield, 2006, p. 10).

      Y es en los hombres singulares del mundo sensible y no en los ideales universales y abstractos que la reconciliación se tiene que suscitar. Por lo anterior, entender desde una perspectiva teleológica y maximalista (estado armonioso y de perdón total) es una utopía, no como imposibilidad, sino como un lugar posible que es dado en la medida en que desde una lectura “realista” la permita en el plano de lo político; por eso es necesario pensar en una definición más pragmática y minimalista que genere condiciones mínimas para la reconstrucción política. Es necesario pensar en la tensión (irreconciliable) con la verdad, la justicia y la reparación que implica la reconciliación en una práctica que sea capaz de coordinar estos distintos componentes en un proceso con la misma dirección.

      Por otra parte, se ha entendido la reconciliación como una situación que le exige a las víctimas conceder el perdón a los victimarios; sin embargo, se requiere una definición y unas prácticas que salven el derecho individual a no perdonar, que vea el perdón como discrecional de las víctimas en un proceso de reconstrucción de relaciones.

      Reconciliación es el proceso de gradualmente (re)construir amplias relaciones sociales entre comunidades afectadas por una violencia sostenida y ampliamente extendida, de forma tal que puedan con el tiempo llegar a negociar las condiciones y compromisos que implica una realidad política compartida (Bloomfield, 2006, p. 12).

      Que promuevan el desarrollo comunitario a la luz de procesos que buscan una transformación social lo que supone la constitución de sujetos que asumen su condición de actores sociales, políticos y representan lo comunitario, como un valor para resistir situaciones de dominación y de discriminación.

      Su lógica de acción es la resistencia a la exclusión, para reclamar por condiciones equitativas de derecho y de dignidad y así mejorar las condiciones de vida de las comunidades. Todo valor supone la existencia de una cosa o persona que lo posee y de un sujeto que lo aprecia o descubre, pero no es ni lo uno ni lo otro. Los valores no tienen existencia real, sino que están adheridos a los objetos que lo sostienen. En otras palabras, la reconciliación, luego de un conflicto social violento, el proceso de construir relaciones intercomunitarias es largo, amplio y profundo, también incluye como componentes constitutivos la justicia, la verdad, la sanación y la reparación reconciliación como “lugar de encuentro” (Lederach).

      Para poder lograr la reparación desde una reconciliación que asuma los planteamientos antes señalados, el padre Mauricio García propone cinco instrumentos que entran en relación entre sí y que se presentan como base para este propósito:

       Un proceso de justicia, que castiga la violencia pasada.

       Un proceso de búsqueda de (o de compartir) la verdad, que permite conocer lo encubierto y dar voz a los silenciados.

       Un proceso de sanación, que le permite a las víctimas reconstruir su vida y ajustar cuentas con su sufrimiento.

       Un proceso de reparación, que permite una compensación real o simbólica por las pérdidas.

       Un proceso de desarrollo, ya que lo anterior no podrá ser exitoso sin el sustento de un desarrollo económico

      A manera de conclusión: la reconciliación toma tiempo; en términos de Hannah Arendt, no es una simple labor, sino que es ante todo acción. En su obra La condición humana (1958), considera que hay tres formas distintas de ser-activo: labor, trabajo y acción. En virtud de la primera, el hombre es animal laborans: el resultado de su actividad no perdura en el tiempo, pues suple una necesidad inmediata y está en relación estrecha con la simple supervivencia. No constituye una creación, es decir, no conforma mundo. A través de este tipo de actividad, el hombre es un ser más de la naturaleza y un ejemplar más una réplica más de su especie. A través del segundo tipo de actividad, el hombre es homo faber; crea muebles, utensilios, obras de arte, edificios, en fin, objetos artificiales que ya no están simplemente para ser consumidos, y que, en consecuencia, le dan una dimensión no-natural a la existencia humana. Son objetos que a menudo sobreviven durante siglos. Los objetos que crea el homo faber se encuentran, en el más amplio sentido de la palabra, entre los hombres.

      El trabajo ya no es tan efímero ni rutinario como la labor. Cuando el homo faber termina de fabricar un objeto sabe que el destino de éste es el de ser usado. Conoce cuál es su utilidad, es decir, su finalidad. Sin embargo, no puede predecir absolutamente todo lo que sucederá con dicho objeto. ¿Qué sucederá con él a largo plazo?, es algo que escapa al control del fabricante, pues éste lo que hace es incorporarlo a las cosas que conforman la vida diaria de un determinado grupo humano, el cual podrá o bien transformarlo o bien desecharlo cuando ya no sea necesario o resulte inservible.

      En otras palabras, el homo faber entiende la finalidad, pero no el sentido. Su actividad tiene un primer grado de apertura hacia lo imprevisible. Naturalmente, y a diferencia del animal laborans, el homo faber es ya en alguna medida conformador de mundo, pues es capaz de construir no sólo su morada, sino también la de sus congéneres. Esto último hace que al individuo homo faber le sea posible establecer relaciones con los demás, es decir, hacer un primigenio ingreso en la esfera de lo público. Sin embargo, tales relaciones se basan primordialmente en el intercambio de los objetos fabricados y no en los sujetos que los fabrican y por ello no contribuyen prácticamente en nada a la construcción de relaciones humanas, vale decir, a la construcción de un mundo puramente humano.

      El homo faber sigue atado a la naturaleza. Para Hannah Arendt, sólo en la acción existe verdadera imprevisibilidad y, en consecuencia, verdadera libertad. La acción no produce objetos materiales, fácilmente destructibles, sino relaciones entre los hombres, cuya tendencia es perdurar. En otras palabras, a través de la acción se construye el mundo puramente humano. Ahora bien, este tipo de actividad no está regido por un conjunto de normas generales que sean igualmente válidas para todos los individuos. Esto es así porque cada individuo es distinto de todos los demás. Es irrepetible y tiene su particular visión acerca del mundo y de cómo debe transcurrir la existencia humana. Nótese que en el caso de la labor y del trabajo, es indiferente cuál sea el individuo que lleve a cabo estas actividades, pues ellas no reflejan otra cosa que la capacidad de la especie humana para dominar la naturaleza y, en esa medida, siguen pautas objetivas, rutinas claramente determinadas.

      En el caso del trabajo, el individuo está inmerso en los designios y avatares de la técnica pero en la acción, en cambio, el individuo es libre, en cuanto que puede, si quiere, plasmar su originalidad, es decir, empezar realmente algo nuevo, y no simplemente escoger entre cierto número de opciones que le son previamente dadas.

      Por eso, sólo en el ámbito de la acción es posible la reconciliación como praxis y es que la acción, en términos de Hannah Arendt, sólo se puede dar en la comunicación entre los individuos, es decir, a través del uso de la palabra, y en el ámbito de lo público. Sólo en dicho ámbito éste puede experimentar el valor de su propia visión del mundo, pues es allí donde ésta puede aparecer,

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