Miradas sobre la reconciliación. Jorge Eliécer Martínez Posada

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Miradas sobre la reconciliación - Jorge Eliécer Martínez Posada Cátedra Institucional Lasallista

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vez, distintos e iguales; es decir, el ámbito de lo público como espacio de la política es fundamental en los procesos de reconciliación. En otras palabras, para Hannah Arendt, el hombre es en la medida en que aparece y sus acciones aparecen en lo público de ahí que la reconciliación se dé en este espacio.

      Estar vivo significa estar movido por una necesidad de mostrarse que en cada uno se corresponde con su capacidad para aparecer. [...] El “parecer” -el “me parece”, dokei moi- es el modo, quizá el único posible, de reconocer y percibir un mundo que se manifiesta. Aparecer siempre implica parecerle algo a otros, y este parecer cambia según el punto de vista y la perspectiva de los espectadores (H. Arendt, 1971 y 1978 [2002, p. 45]).

      Ahora bien, dado el número virtualmente infinito de particulares visiones del mundo, las relaciones entre los hombres pertenecen al campo de lo verdaderamente imprevisible. Es precisamente este carácter incierto de la existencia humana lo que le da libertad al hombre, pues le confiere la posibilidad de empezar siempre algo completamente nuevo, para lo cual le basta con hacer uso de la palabra: manifestar su opinión. Gracias a su inteligencia, el hombre puede hallarle sentido a ese algo y prever, en alguna medida, sus consecuencias. Sin embargo, y en especial a largo plazo, tales consecuencias tienden a hacerse imprevisibles y a escapar a su entendimiento; una simple palabra puede tener efectos insospechados. Con la acción, en resumen, se hace virtualmente infinita la capacidad del hombre de conformar mundo, es decir, posibilitar espacios para el diálogo en el ámbito de la reconciliación. De ahí que sanar las heridas del pasado es un proceso multidimensional que puede tomar generaciones que requieren de múltiples acciones en el ámbito de lo público, es decir, en el espacio y de lo político.

      Referencias

      ARENDT, H. (1996). Entre el pasado y el futuro (obra original publicada en 1954). Barcelona: Península.

      ARENDT, H. (1993). La condición humana (obra original publicada en 1958). Barcelona: Paidós.

      ARENDT, H. (1997), ¿Qué es la política? (recopilación hecha por Ursula Ludz de materiales manuscritos trabajados entre 1956 y 1959). Barcelona: Paidós.

      BLOOMFIELD, D. (2006). On Good Terms: Clarifying Reconciliation. Berlín: Berghof Center.

      CORTRIGHT, D. (2008). Peace - A History of Movements and Ideas. New York, Cambridge: Cambridge University Press.

      GALTUNG, J. (1998). Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Bilbao: Bakaez/Gernika Gogoratuz.

      LEDERACH, J.P. (1999). The Journey Toward Reconciliation. Scottdale/Waterloo: Herald Press.

      RIGBY, A. (2001). Justice and Reconciliation after the Violence. Boulder/London: Lynne Rienner Publishers.

      Reconciliación, sentido de la vida y comunicación

      ELISABET JUANOLA SORIA{*}

      Voy a plantear la reconciliación como un acto profundamente relacionado con la comunicación. Una experiencia que tomo a partir del conocimiento del realismo existencial, tesis de Alfredo Rubio que ustedes pueden conocer en el libro 22 historias clínicas de realismo existencial o en www.realismoexistencial.org y que plantea que la existencia concreta de cada uno de nosotros es única e irrepetible. El libro, a través de veintidós historias, de manera progresiva, propone un itinerario desde la experiencia de “sorpresa” de la propia existencia.

      Vivimos en un mundo hiperconectado a pesar de lo cual, vivimos en un mundo de muchas y profundas soledades. La más dura de ellas es la falta de sentido. La persona que experimenta la “sorpresa de existir”, es decir, que constata que la única posibilidad concreta de estar en este mundo es la que está teniendo, fortalece el sentido de su vida, o posiblemente lo encuentra si lo estaba buscando. El realismo existencial abraza, de manera ineludible, el límite de la vida: la nada en el principio u origen y la muerte en su final. Nadie existía antes de ser engendrado. Para cada uno de nosotros, el tiempo cronológico empieza a correr desde que somos, antes no corre nada. Sabemos también que el reloj se parará en algún momento y nos acontecerá la muerte, no sabemos cuándo.

      El sentido de la vida, el valor profundo de las cosas, se hace auténtico por cuanto pasa por el límite, por la fragilidad, es entonces cuando valoramos lo que tenemos en su plenitud, cuando reconocemos su plenitud, justamente porque sabemos que es eso y nada más. Un cuadro, una pintura, un paisaje, las personas a las que amamos están contenidas en un marco, tienen límites. La plenitud está contenida en límites. Empezamos a existir cuando a partir de un momento muy concreto, nuestros progenitores, en un acto que los trasciende, nos engendran. Vean algo: cualquiera de nosotros podría no haber existido nunca. Pero, no sólo eso, sino que también podríamos no haber existido nunca, si eso así fuera, no ocurriría nada. Si no hubiéramos existido nunca, el mundo seguiría siendo mundo. El día que faltemos, el mundo seguirá siendo mundo. Vivir esta experiencia es vivir una experiencia profundamente reconciliadora y liberadora.

      Todos tenemos una historia cero en la que es sumamente interesante zambullirse a investigar. La historia cero de cada uno es el abismo de nuestra existencia, el segundo antes de ser engendrados, la llamada telefónica que no llegó o la visita que se fue antes y le dio margen de tiempo a mi engendramiento. Ahí, en la historia cero, mi padre y mi madre no lo eran todavía. En la historia cero descubrimos un mundo que funciona y en el que las vidas se van tejiendo hasta concretarme. Siempre hay perplejidad en las historias cero, dolores y encuentros, alegría y desencuentros, ninguno es inmaculado.

      En el libro de las 22 historias de realismo existencial, el autor, Alfredo Rubio, nos relata su historia cero:

      Nombre: Alfredo. Yo. Un ser humano, según creo.

      Edad: la de empezar a mirar las cosas por segunda vez, con nuevas preguntas. Datos: barcelonés. Siglo XX. Vivo con pasión esperanzada, las últimas zancadas de este siglo (se refiere al siglo XX).

      Historia: mi padre, casi todavía adolescente, determinó ir a vivir a la ciudad. Tiempo más tarde, allí conoció a mi madre. Si él no hubiera tomado aquella decisión, habría continuado entre sus valles y cotos. No se habría encontrado con mi madre. Yo... no existiría.

      Antes de mi engendramiento, en efecto, si algunas cosas (aunque pudieran parecer irrelevantes) hubieran ocurrido distintamente de lo que en realidad aconteció, habrían impedido las condiciones precisas para que empezara a existir ese algo que sería yo. ¡Cualquier hecho por nimio que fuera! Que mi padre hubiera declinado, por apetecerle más ir a otro sitio, la invitación a la fiesta donde se le cruzó por primera vez mi madre... O luego hubieran fijado la boda para un tiempo más tarde... O después, aquel día, porque se hubieran enfurruñado, no hubieran hecho el amor…

      Cuando pienso, siento, que ciertamente podía yo no haber existido, un estremecimiento implacentero, me recorre la médula de mi ser.

      Y casi a la vez, en una oleada contraria, gozo la exultante alegría de ser, de existir... Jugó el aire conmigo por primera vez, en una casa-chaflán de Barcelona. Las dos calles a las que daban sus balcones, tenían nombres de ámbitos de lengua catalana: Mallorca, Girona.

      Al aprender a mirar, el mundo se me acababa en las solemnes y silenciosas casas de enfrente... y en un cercano solar que alcanzaba a ver desde mi terraza; un espacio para mí misterioso, lleno de hierba y zarzas, engastado (como aquella brillante piedra verde en el aro de un anillo de mi abuela), en el pavimento de la calle Girona y del Paseo Diagonal.

      Un día empezaron a construir allí un edificio. Muchas mañanas, entresacando mi cabeza por los balaustres de la baranda, miraba y miraba el prodigio de ver crecer

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