Miradas sobre la reconciliación. Jorge Eliécer Martínez Posada

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Miradas sobre la reconciliación - Jorge Eliécer Martínez Posada Cátedra Institucional Lasallista

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      Ahora nos mirábamos. Yo, con los párpados abiertos asombrados, atentos. Ella, tranquila, a través de sus ventanas aún sin postigos.

      Sí. Hoy percibo que yo podía no haber nacido aunque se hubiera construido aquella u otra casa en el terreno que unos hombres desbrozaron presurosos de matorrales, pisando su hierba verde, verde.

      ¡Sí; qué gozo existir! Haber contemplado olorosamente una magnolia, haberme estremecido muchas miradas mirándome... rozarme una palabra amiga... esculpir unos proyectos. Haber visto en mi principio surgir una casa...

      Veo por mi piel, mi cuerpo todo, que tengo, sin embargo, que precaverme: que esta alegría de “estar” no me torne tan ebrio que me olvide por el hecho de vivir, que podía no haber sido.

      Soy algo que antes ni era. Que empezó a ser. Que ahora estoy siendo. Un día -¿una noche?- sé que cesará este modo de vivir.

      Lo recuerdo siempre, pero no me importa.

      Vivo.

      La existencia es un acto comunicativo. El ser humano, desde que empieza a existir empieza a comunicar. Comunica porque es. Una flor, una piedra son y comunican su ser a otro que le da significado. La comunicación es siempre en relación con otro. El tema de la comunicación es un tema profunda y esencialmente humano. Si bien una piedra comunica, ella no tiene idea de ello. Los humanos sí podemos conocer y significar esa comunicación. Más plena será, cuánto más conscientes de lo que somos. Más reconciliada entonces porque la reconciliación pasa por el corazón las aristas de los límites y las pacifica. La comunicación es un acto existencial y la existencia es un acto comunicativo. Pero, no es común detenerse a paladearlo. Somos objeto de comunicación desde que somos engendrados y todo en la vida, desde ese momento es comunicación. Por ende, todos somos comunicadores. Pero, muchos minutos de nuestra vida nos empeñamos en ser apariencia, en ser otra cosa. Ello, además de producir un desgaste feroz, porque nada hay más agotador que esforzarse en ser lo que uno no es, además, produce comunicaciones incoherentes, erróneas, poco veraces y vacías de sentido. La comunicación del sentido está llena de verdad.

      Curiosamente, muchas cosas fundantes de nuestra propia vida las tenemos muy a trasmano, enredadas y traspapeladas. No siempre elaboramos bien nuestras propias emociones, a veces las negamos o las exacerbamos. No siempre llevamos en la cartera, a mano, el hilo conductor de nuestra vida, ése que está profundamente vinculado con nuestra vocación. ¡Ah! La vocación, linda palabra. La vocación es lo que estamos llamados a ser, pero si no estamos conectados con el ser... ¿qué somos?

      Si hiciéramos el ejercicio de preguntar a las personas que más nos conocen sobre nosotros mismos, si les preguntáramos ¿ustedes quienes creen que soy yo, qué ven en mí?, quizá nos encontraríamos con algunas sorpresas. Ellos, los seres cercanos, son nuestro espejo, puede ser que nos digan cosas que no nos gustan, pero es una preciosa manera de hacernos un examen. La percepción que mis hijos, hermanos, compañeros tienen de mí, sin duda hablan de mí, ¿pero hablan de mi superficie, de mi apariencia o de mí? ¿Qué comunicamos?, ¿qué discursos tenemos, de qué hablamos o de qué no hablamos?.

      Muchas veces comunicamos desde tener y hacer. Cuando llegamos a un lugar por primera vez y nos preguntan quiénes somos, con frecuencia contestamos lo que hacemos. Revisemos nuestros discursos y veamos pistas en ellos. Si estoy lleno de angustia, ¿será que empezar a comunicarme desde la esperanza no me servirá?, ¿puedo hacer el esfuerzo?

      En la finalización de un curso de computación para mujeres en Santiago de Chile, ellas organizaron un pequeño acto musical. Un joven llevó su teclado y había preparado algunas piezas musicales. Antes de empezar felicitó al grupo de mujeres que por generación correspondían a la de su propia madre. Él les dijo: “las felicito, ustedes acaban de emprender la felicidad”. Aquellas palabras contenían una sabiduría tremenda. Ciertamente, el curso de computación fue una excelente excusa para salir de la casa y ocuparse de ellas mismas, crear vínculos, tener nuevas conversaciones y, por tanto, resignificarse. Cambiaron el discurso, empezaron a contarse cosas distintas a sí mismas, entre ellas y a sus anteriores vínculos.

      Cuando percibimos la existencia como un don hermoso que nos hace y que nos hace únicos e irrepetibles, la vida no puede seguir igual. Cuando nos quedamos al desnudo frente al ser, sea por enfrentarnos a la muerte, sea por enfrentarnos a la inmensidad del cosmos o a la fragilidad de nuestro propio engendramiento, la vida no puede seguir igual. Los artefactos, los celulares, las alhajas, los ruidos, las persecuciones, los delirios... se nos caen. La experiencia existencial tiene una fuerza comunicativa tremenda. Ante las catástrofes y el drama, la opción de abrazar lo más profundo de la existencia es liberadora y generadora de una profunda paz.

      Somos en un tiempo y en un espacio

      Para la reconciliación es necesaria la contemplación de la realidad y para ello es fundamental hacer silencio, para hacer silencio hace falta tener tiempo y espacio. El silencio no se improvisa. El silencio es lo que da contenido a nuestro recipiente. Las personas somos como recipientes, podemos estar llenos de odio, desidia o vacío, o podemos estar llenos de silencio fundante. Sólo desde el silencio podremos reconciliarnos, es decir, volver a encontrarnos con lo más propio, lo fundante, volver al centro mismo del sentido. Ése es el discurso que nos llena, nos hace personas, recrea el ser. Oportunidades especialmente regeneradoras son los puntos de quiebre, relaciones en crisis, después de un despido laboral o después de un largo letargo, los duelos y por cierto todos los inicios, los proyectos nuevos... Ahí es cuando necesitamos papel y lápiz para anotar ¿qué es lo que tengo ahora?, ¿desde dónde parto? y con eso empezar a caminar.

      Veamos un ejemplo: acabo de descubrir frente a mí la sorpresa de existir, mi límite y se me da vuelta todo. Aparece la posibilidad de iniciar el camino de la vida de manera renovada. Reconciliada. Veo que solamente hay una persona capaz de convertir mis amarguras en tierra fértil, esa persona soy yo. Solamente hay una persona capaz de empezar a ver oportunidades en mis fracasos, revisarlos y aprender de ellos, esa persona soy yo. ¿Sobre qué versan mis conversaciones?, ¿cuáles son mis discursos? Mis discursos están llenos de temores y de defensas, de justificaciones y de apariencia. Cuando estoy sola, caminando por la ciudad, ordenando el día, regresando a la casa, preparando una tarea... muchas veces me descubro abrumada, cansada de cansarme, molesta con relaciones poco satisfactorias.

      ¿Cómo se hace?, ¿cómo se cambian los discursos?, ¿cómo cambio lo que me digo a mí misma que agota el sentido de todo, que descarga las pilas?, ¿cómo me enfrento a tareas que me desgastan y a situaciones de poder que me superan? Con un ejercicio potente de querer ir a fondo, de sinceridad conmigo misma y con el ejercicio del silencio. Para escuchar quien soy y qué quiero, tengo que hacer silencio. Un silencio que arranque de la aceptación de la realidad.

      La persona realista tiene una gran parte del camino recorrido, porque ya dejó los sueños estériles atrás y ahora parte de lo concreto. No está lamentando lo perdido o lo que podría haber sido. Las situaciones de la vida nos comunican vida. Se genera entonces la opción de comunicar desde el ser. Un reto enorme. No desde la apariencia, no desde lo que hago y lo que tengo, sino desde el sentido.

      Hay otro elemento fundante: escuchar. En el afán de llegar a la cima de triunfo, nos la pasamos compitiendo. Competimos hasta con nosotros mismos: “a ver si hoy demoro menos tiempo en llegar al trabajo”. A propósito de las conversaciones -conversar significa también convertirse- algunos autores, como el chileno Humberto Maturana, dicen que es en las conversaciones en las cuales realmente ocurren las cosas, las transformaciones. Pero ¿conversamos?, ¿escuchamos?, ¿o nos paramos frente al otro para demostrarle nuestra razón y dominio? Al parecer, nos cuesta escuchar. Una parte importante de la sociedad, más de la mitad de sus integrantes, no está siendo escuchada.

      Carta de la paz, dirigida a la ONU, punto IX:

      Así

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