Sociología cultural. Jeffrey C. Alexander

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Sociología cultural - Jeffrey C. Alexander

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del texto social fueron corregidas, no solo por las preocupaciones teoréticas (teoría semiótica o narrativa, teoría de los mass media, teoría durkheimiana, etcétera), sino por las comparaciones supervisadas entre guerras, grupos de opinión y también entre diferentes periodos del mismo acontecimiento. Los resultados mostraban que los símbolos sagrados y profanos, y su incorporación a las narrativas de acontecimientos heroicos, trágicos o apocalípticos, habían creado estas respuestas emocionales.

      Los estudios sobre el Watergate y la tecnología informática —las investigaciones iniciadas en este programa de teoría e investigación— comenzaron de modo similar. La implicación emocional y moral en los procesos colectivos apuntaban a la cuestión de las fuerzas modeladoras en funcionamiento. Si nos sentíamos a nosotros mismos exaltados y purificados durante las convulsiones que marcaron el Watergate (Alexander, 1988b; cf., Alexander y Sherwood, 1991, y Alexander y Smith, 1993), nos llenábamos de asombro cuando estos sentimientos fueron compartidos en el exterior por grupos pequeños y aislados. Si nos sentíamos horrorizados por el proyecto “La guerra de las galaxias” de Reagan nos sorprendía por qué muchos americanos sentían exactamente lo contrario. En cada caso, nos disponíamos a examinar en nuestra experiencia inmediata si “los otros”, como aquellos ajenos a nuestro mundo intersubjetivo, evidenciaban reacciones similares o semejantes. Si este análisis confirmaba nuestras experiencias de convulsión moral, encontrábamos que los materiales massmediáticos que documentaban la realidad social de nuestras propias experiencias podrían suministrar un recurso concreto para la investigación del código supraindividual y de los marcos narrativos que autorizaban estas representaciones colectivas en lo sucesivo. El mundo interior de la emoción y el significado, el sí-mismo (self) clarificado a través de la teoría social, nos anunció dónde comenzar a investigar con el objeto de visualizar la imaginación social en curso. A través de esta mediación entre lo personal y lo impersonal, podríamos construir los parámetros invisibles del ideal visible y claro.

      “Ni una sola palabra de todo lo que he dicho o intentado advertir ha surgido del conocimiento ajeno, frío y objetivo; late dentro de mí, se constituye a mi través.” En el más puro estilo del novelista adscrito a la tradición germana, Thomas Mann fue capaz de hacer de esta afirmación una legítima manifestación metodológica. Como sociólogos no podemos hacer esto. Nuestros compromisos científicos requieren que nos apeemos del mundo, de la vida, antes de ponernos a escribir. Es necesario comparar los datos con la teoría, someter a prueba las hipótesis y considerar la evidencia de un modo palpable.

      Con todo, afirmaríamos, de igual modo, que es un error negar la realidad de nuestras propias experiencias interiores de significado, emoción y moralidad al hacer valer la imaginación social a través de la cual el mundo se remistifica. Empleamos la palabra “negar” deliberadamente porque ¿de qué otra manera, sino a través de esa negación, pueden los sociólogos comprometerse con el proyecto objetivista y continuar existiendo como seres espirituales y juiciosos? Seguramente no ocurre que los “sociólogos culturales” más objetivistas se sienten a sí mismos impulsados, quiérase o no, solo por fuerzas materiales, sean las víctimas mudas de una teología dominante, o los ejecutores de acciones únicamente egoístas y estratégicas. Integrar la vida de esta forma supondría participar de experiencias vaciadas de significado y apuntaría a una invitación al suicido. Concluimos, por ello, que los sociólogos objetivistas también viven, aman y experimentan el fervor dimanado de los símbolos saturados de pasión, emociones y relaciones entretejidas en el mundo social.

      Esta conclusión convierte a la cuestión en más convincente. ¿Por qué estos analistas imponen formas objetivistas y degradadas de explicación de los otros? Pueden privilegiar este doble estándar únicamente porque niegan el valor de la experiencia personal como un recurso metodológico. Esta negación resulta de un encuadre ilegítimo del círculo hermenéutico, una ruptura que permite la objetivación del significado en el marco de las categorías desapasionadas, encajonadas y formuladas de la “ciencia social”. Preferiríamos una Geisteswissenschaft, una ciencia del espíritu.

      Creemos en un desencaje del círculo hermenéutico. Únicamente sumergiendo el sí-mismo (self) en las, a veces, fragantes, repulsivas por momentos, pero siempre febriles aguas del mundo-de-la-vida y estudiando los reflejos en los claros remansos del alma, puede llevarse a efecto una auténtica sociología cultural: tomando el significado como fons et origo de la comunión humana y la vida social. De esta suerte, siempre debemos ser objeto, en palabras de T. S. Eliot, de un “encantamiento arriesgado”.

      Por ello, afirmamos que la moneda de la buena sociología —al menos, de la buena sociología cultural, debe llevar sobre sí la efigie de un método que protege el sentido y la sensibilidad.

      Bibliografía

      Alexander, Jeffrey C. (1993). “The Return of Civil Society”, Contemporary Sociology, otoño, vol. 22, núm. 6, pp. 797-803.

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      Alexander, Jeffrey C. (1988a). Durkheimian Sociology: Cultural Studies, Nueva York, Cambridge University Press.

      Alexander, Jeffrey C. (1988b). Action and its Environments, Nueva York, Cambridge University Press.

      Alexander, Jeffrey C. y Philip Smith (1993). “The Discourse of Civil Society: A New Proposal for Cultural Studies”, Theory and Society, vol. 22, núm. 2, pp. 151-207.

      Alexander, Jeffrey C. y Steven J. Sherwood (1991). “American Dream at a Turning Point”, Los Angeles Times, 15 (septiembre).

      Alexander, Jeffrey C. y Steven J. Sherwood (en prensa-a), “Bush, Hussein and the Cultural Preparation for War”, en Jeffrey C. Alexander et al. (eds.), The Discourse of Civil Society in War and Peace, Londres, Basil Blackwell.

      Alexander, Jeffrey C. y Steven J. Sherwood (en prensa-b), “The Making, Unmaking and Resurrection of an American Hero: Gorbachev and the Discourse of the Good”, en JeffreyAlexander et al. (eds.), The Discourse of Civil Society in War and Peace, Londres, Basil Blackwell.

      Calhoun, Craig (ed.) (1993). From Persons to Nations: The Social Constitution of Identities, Londres, Basil Blackwell.

      Dayan, Daniel y Elihu Katz (1988). “Articulating Consensus: The Ritual and Rhetoric of Media Events”, en Jeffrey C. Alexander, Durkheimian Sociology: Cultural Studies, Nueva York, Cambridge University Press.

      Durkheim, Émile (1965). The Elementary Forms of the Religious Life, Glencoe, IL., Free Press.

      Foucault, Michel (1969). The Archaeology of Knowledge and the Discourse on Language, Nueva York, Harper Colophon.

      Frye, Northrop (1957). Anatomy of Criticism, Princeton, Nueva Jersey, Princeton University Press.

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      Goffman, Erving (1961). Asylums: Essays on the Social Situation of Mental Patients and Other Inmates, Nueva York, Doubleday & Co.

      Griswold, Wendy (1992). “The Sociology of Culture: Four Good Arguments (and One Bad One)”, Acta Sociológica, núm. 35, pp. 323-328.

      Kane, Anne (1991). “Cultural Analysis in Historical Sociology: The Analytic and Concrete Forms of the Autonomy of Culture”, Sociological Theory, vol. 9, núm. 1, pp. 53-69.

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