Sociología cultural. Jeffrey C. Alexander

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Sociología cultural - Jeffrey C. Alexander

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acciones concretas e instituciones. Entretanto, la influencia del pragmatismo puede encontrarse en la obra de Ann Swilder (1986), William Sewell (1992) o Gary Alan Fine (1987), en la que se realizan esfuerzos por vincular la cultura con la acción sin recurrir al reduccionismo materialista de la teoría de la praxis de Bourdieu.

      Otras fuerzas también han jugado un importante papel en el surgimiento del programa fuerte emergente en la sociología cultural americana. Posiblemente lo más sorprendente de estas ha sido una vigorosa apreciación del trabajo del último Durkheim, con su insistencia en los orígenes culturales más que estructurales de la solidaridad (para una consulta de esta literatura véanse Emirbayer, 1996; Smith y Alexander, 1996; Alexander, 1986b). Un atinado acoplamiento entre la oposición durkheiminiana de lo sagrado y lo profano y las teorías estructuralistas de los sistemas de signos ha hecho posible que reflexiones de la teoría francesa pudieran traducirse en un discurso y tradición sociológica diferenciada, muy implicada con el impacto de los códigos y codificaciones culturales. Numerosos estudios sobre la preservación del límite, por ejemplo, reflejan esta tendencia (véase Lamont y Fournier, 1993) y es instructivo contrastarles con las alternativas de un programa débil reduccionista respecto a los procesos de la “alteridad”.

      Las nuevas inspiraciones del programa fuerte son más interdisciplinares. De manera más evidente ha crecido el interés en antropólogos culturales como Mary Douglas, Victor Turner y Marshall Sahlins. Posmodernos y posestructuralistas también han jugado su papel, pero con un mayor sesgo de optimismo. El nudo entre poder y conocimiento, que ha atrofiado los programas débiles europeos, ha sido destacado por teóricos americanos como Steven Seidman (1988). Para teóricos como Richard Rorty, el lenguaje tiende a considerarse más como una fuerza creativa para el imaginario social que como una cárcel. Como resultado, los discursos y los actores están provistos de una gran autonomía respecto al poder en la construcción de las identidades. Estas tendencias interdisciplinares son de sobra conocidas. Pero también existe un caballo negro de la interdisciplinariedad al que nos gustaría prestar atención. El aumento del interés en la teoría sobre la narrativa y el género sugiere que esta pudiera convertirse en una fuerza decisiva en el periodo de la segunda tentativa. Sociólogos culturales como Robin Wagner-Pacifici y Barry Schwartz (1991), Margaret Somers (1995), Wendy Griswold (1983), Ronald Jacobs (1996) y los autores de este artículo leen en la actualidad a teóricos como Northrop Frye y Frederic Jameson, historiadores como Hayden White y filósofos aristotélicos como Ricoeur y MacIntyre. Recurrir a esta teoría se debe en parte a su afinidad con una comprensión textual de la vida social. Su sutil atracción obedece a que traduce muy bien a modelos formales lo que puede aplicarse en trabajos comparativos e históricos. Un estímulo suplementario para este acercamiento es el de que la autonomía cultural queda asegurada (en su sentido analítico, véase Kane, 1993) por la estructura interna de formas normativas con sus repertorios interpenetrados de caracteres, líneas de argumentación y las consiguientes evaluaciones morales.

      Es importante destacar que mientras los textos saturados de significado ocupan un lugar central en esta corriente americana de la sociología del programa fuerte, los grandes contextos no se ignoran. De hecho, las estructuras objetivas y las luchas viscerales que caracterizan el mundo social real son tan importantes como el trabajo de los programas débiles. Se han realizado contribuciones notables en áreas tales como la censura y la exclusión (Beisel, 1993), raza (Jacobs, 1996), sexualidad (Seidman, 1988) y violencia (Wagner-Pacifici y Schwartz, 1995). Estos contextos se tratan, sin embargo, no como fuerzas en sí mismas que determinan en última instancia el contenido y la significación de los textos culturales. Con todo, son considerados como instituciones y procesos que refractan los textos culturales de un modo colmado de significado. Son los asideros en los que las fuerzas culturales se combinan o pugnan con las condiciones materiales e intereses racionales para producir resultados particulares. Y, más allá de esto, son considerados como metatextos culturales por sí mismos, como expresiones concretas de los ideales omniabarcantes en curso.

      Conclusiones

      El argumento que hemos utilizado aquí en favor de un programa fuerte en proceso de formación ha mantenido un tono polémico. Esto no significa que despreciamos otras formas de acercarse a la cultura. Si la sociología aspira a mantener un estado saludable como disciplina, debería ser capaz de soportar un pluralismo teórico y un debate abierto. Algunas cuestiones relativas a la investigación pudieran incluso responderse haciendo uso de recursos teóricos derivados de los programas débiles. Mas es igualmente importante dejar espacio para una sociología cultural. El paso más firme para su consecución es el de hablar contra los falsos ídolos, evitar el error de confundir la sociología reduccionista de las aproximaciones culturales con un genuino programa fuerte. Solo de esta forma la promesa de una sociología cultural puede llevarse a cabo a través de la segunda tentativa de la sociología.

      Bibliografía

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