Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego. Maisey Yates

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Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego - Maisey Yates Libro De Autor

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frágil. Y pálida. Llevaba el pelo rubio recogido en un elegante moño. Las mangas largas de su vestido, largo hasta el suelo, debían de estar destinadas a protegerla del sol de Tahar. Pero no servirían de nada.

      Unos minutos en aquel entorno donde él había pasado los últimos quince años bastarían para matarla.

      No sería más que un lirio blanco secándose en la arena hasta convertirse en polvo y desaparecer con un soplo de aire.

      Quien hubiera imaginado que esa mujer podía servirle de esposa al sultán de Tahar debía ser relevado de su cargo.

      A Tarek cada vez le gustaban menos los consejeros que había utilizado Malik.

      Le habían dicho que podía ser una alianza política beneficiosa para su país. Tarek no sabía nada de política, pero había aceptado pensarlo.

      Sin embargo, al verla… No funcionaría, se dijo.

      –Lleváosla de mi vista – ordenó Tarek.

      –No – dijo ella, levantando los ojos dulces y, a la vez, teñidos de férrea determinación.

      –¿No?

      –No puedo irme.

      –Claro que puedes. Igual que has entrado, puedes salir.

      Después de haber vivido aislado durante toda la vida, Tarek se había encontrado solo ante la tarea de gobernar una población de millones de habitantes.

      Cuando ella levantó la barbilla con gesto aristocrático, el sultán se dio cuenta de que no se acordaba de su nombre.

      Sin duda, se lo habían comunicado cuando, hacía dos semanas, le habían informado de que una princesa europea acudiría para ofrecerse como esposa.

      En ese momento, el nombre de la extranjera le había parecido un detalle sin importancia, por lo que no lo había retenido en la memoria.

      –No lo entiendes – continuó ella. Su voz firme resonaba en las paredes de la sala del trono.

      –¿Ah, no?

      –No. No puedo regresar a Alansund sin asegurar esta unión. De hecho, sería mejor no regresar nunca.

      –¿Y eso por qué?

      –No hay lugar para mí allí. No soy de sangre azul. Ni siquiera soy nativa de Alansund.

      –¿No?

      –Soy estadounidense. Conocí a mi difunto esposo, el rey, cuando íbamos a la universidad. Ahora está muerto. Su hermano ha ocupado el trono y ha decidido que mi deber es formalizar un matrimonio estratégico en el extranjero. Por eso estoy aquí.

      –¿Tu nombre? – preguntó él, cansado de no saberlo.

      –¿No sabes cómo me llamo?

      –No tengo tiempo para trivialidades y, como no voy a quedarme contigo, tu nombre no me pareció importante. Aunque ahora quiero saberlo.

      –Disculpa, Alteza, pero mi nombre no suele ser considerado una trivialidad – repuso ella, levantando la barbilla–. Soy Olivia de Alansund. Y creía que íbamos a hablar de los beneficios que supondría nuestro matrimonio.

      Tarek se frotó la barba un momento.

      –No sé si el matrimonio puede reportar algún beneficio.

      –Entonces, ¿por qué estoy aquí? – preguntó ella, parpadeando con sorpresa.

      –Mis consejeros me recomendaron hablar contigo. Yo no estoy muy convencido de que sirva de algo.

      –¿Prefieres a otra mujer?

      Él no estaba seguro de cómo responder a la pregunta. Aquel le resultaba un pensamiento extraño. Las mujeres nunca habían formado parte de su vida.

      –No. ¿Por qué lo preguntas?

      –Necesitarás un heredero, supongo.

      En eso, la mujer no se equivocaba, se dijo Tarek. Era el último de la familia al-Khalij. Aunque no se sentía preparado para la tarea. Al contrario, siempre le habían dicho que tener familia supondría una debilidad para alguien como él. Le habían entrenado para rechazar los placeres de la carne. Para proteger a su país, tenía que ser más que un hombre. Tenía que ser parte de la piedra que cubría el vasto y seco desierto. Pedirle que fuera una persona de carne y hueso de nuevo era demasiado.

      Pero las cosas habían cambiado y Tarek era lo único que se interponía entre Tahar y sus enemigos. Era lo único que podía salvar a su nación de la ruina. Siempre había sido la espada de su pueblo, aunque en el presente tenía que ser también su cabeza. Un deber que debía ejecutar sin encogerse ni pestañear.

      –Algún día.

      –Con todos mis respetos, vuestro retraso en dar un heredero a vuestro pueblo es la razón por la que ambos estamos aquí. Yo no le di un hijo a mi marido mientras pude y tu hermano tampoco tuvo descendencia mientras estaba vivo. Por eso, yo me encuentro desplazada. Mi cuñado tiene tan poco interés en casarse conmigo como yo en ser su esposa. Y tu posición en el trono se ve amenazada por tu primo, que quiere arrebatarte el puesto. Si he aprendido algo en el último año es que retrasar la procreación puede ser un error demasiado caro.

      Tarek se recostó en la butaca, en la que no conseguía sentirse cómodo. No estaba acostumbrado a los muebles de palacio.

      Su primera impresión de Olivia había sido la de fragilidad. En ese momento, sin embargo, empezaba a preguntarse si se había dejado engañar por las apariencias.

      Un hombre que había pasado tantos años en el desierto debía haber aprendido a no confiar solo en sus ojos. Los espejismos eran una realidad peligrosa.

      Cuando el jefe de la tribu beduina con quien había estado viviendo en el desierto le había informado de la muerte de Malik, Tarek se había mostrado reticente a volver.

      ¿Qué podía ofrecerle él a su país como diplomático? La nación había quedado devastada bajo el mandato de su hermano y por el asesinato de sus padres hacía años.

      Pero había jurado proteger a su país a toda costa. El trono y la protección de Tahar habían sido la razón por la que sus padres habían perdido la vida.

      Por eso, había tenido que regresar y había aceptado el puesto de monarca. Tenía el deber de curar las heridas que Malik le había causado a su pueblo.

      También por eso, por mucho que le desagradara, debía considerar los beneficios de casarse.

      –En eso, tienes razón. Pero tengo otras opciones. Al menos, he demostrado que soy más difícil de matar que mi hermano.

      Ella arqueó las cejas sobre unos ojos azules como el cielo.

      –¿Alguien pretende matarte? Porque mi propia seguridad es prioritaria para mí. Si tienes enemigos, es posible que no me interese ponerme en peligro, ni a mis futuros hijos.

      –Aprecio que cuides de ti misma. Sin embargo,

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