Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego. Maisey Yates
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–Interesante. Pero ¿me estás llevando a mi habitación o al desierto?
En ese momento, una sirvienta apareció en el pasillo con la vista baja.
–Estás aquí. ¿Existen habitaciones de invitados para alojar a la reina? – preguntó él con tono autoritario.
–Sultán Tarek, no sabíamos que iba a tener una invitada – repuso la joven con los ojos muy abiertos.
–Sí, porque yo no os lo dije. Pensé que mis consejeros se habían ocupado de eso. Hasta las cosas más sencillas resultan difíciles aquí. En el desierto, cada persona busca lo que necesita. No tenemos tanta burocracia inútil.
La sirvienta lo miró sin saber qué decir.
–Me servirá cualquier habitación que esté disponible – indicó Olivia, intentando suavizar la tensión–. También necesito que me traigan las maletas del coche.
La criada asintió.
–De acuerdo. La habitación más cercana a los aposentos del sultán tiene la cama hecha. Es la más rápida de preparar.
Cuando Tarek se puso rígido, Olivia intuyó que no le agradaba tenerla cerca.
–Me parece bien – dijo ella antes de que él pudiera negarse. Después de todo, su objetivo era estar cerca del sultán.
–Hazlo, pues – ordenó Tarek.
La criada asintió y salió corriendo.
–Supongo que sabes cómo encontrar tu habitación – dijo Olivia.
–Así es. Sígueme.
Atravesaron un laberinto de pasillos con paredes de plata y suelos de piedra. El palacio de Alansund albergaba las joyas de la familia real. Ese palacio parecía estar hecho de ellas. Era el lugar más ostentoso que Olivia había visto jamás.
–Es precioso.
–¿Sí? – preguntó él, parándose en seco para mirarla–. A mí me resulta opresivo.
Era un hombre extraño, pensó Olivia. Impenetrable como una roca y, al mismo tiempo, sincero en sus palabras.
–Supongo que estás acostumbrado a los espacios abiertos y, por eso, te resulta difícil vivir entre paredes de piedra.
–Estoy acostumbrado a las paredes de piedra. He pasado mucho tiempo viviendo en cuevas. Y en un pueblo abandonado en medio del desierto. Pero no tengo buenos recuerdos de eso – contestó él.
A pesar de lo intrigada que estaba, Olivia intuyó que no serviría de nada seguir preguntándole. Se recordó a sí misma que, de todos modos, no necesitaba saber qué había pasado en aquel pueblo. Ni necesitaba comprender a Tarek.
Solo necesitaba que se casara con ella.
Una oleada de miedo la invadió al pensarlo. De pronto, se preguntó por qué había aceptado casarse con un extraño.
Lo hacía por Alansund y porque Anton se lo había pedido. Lo hacía porque era una reina sin trono y sin marido, porque no tenía adónde ir.
Tragándose su miedo, siguió al sultán hasta unas puertas ornamentadas que él abrió sin decir nada.
–Eres un conversador excitante, ¿te lo han dicho alguna vez?
–No – repuso él, ignorando el sarcasmo.
–No me sorprende.
–Nunca se me requirió que ofreciera conversación.
Con aquella afirmación, Tarek expresó toda su impotencia. Y, de alguna manera, con esas palabras, Olivia se sintió conectada con él. Los dos se encontraban en una situación para la que no habían sido preparados. Ella había sido desposeída de su estatus y había perdido al hombre que formaba parte de su alma. Y Tarek había sido arrancado del desierto para desempeñar un papel que lo alienaba.
–Encontraremos la manera de arreglar eso – afirmó ella, no muy segura de si para tranquilizarse a sí misma o a él.
–Y, si no es así, volverás a tu casa.
–No tengo casa – negó ella–. Ya no.
–Entiendo. Yo sí tengo hogar. Pero no puedo regresar a él.
–¿Y si construimos uno nuevo aquí?
Olivia intentó imaginarse cómo sería tener un vínculo con ese hombre, pero le resultó imposible. Aunque no más imposible que regresar a Alansund.
–Si no es así, tal vez podamos limitarnos a impedir que el palacio se convierta en una ruina, junto con el resto del país. ¿Qué te parece?
–Es mucho esperar de una desconocida – comentó ella.
–Prefiero confiar en ti que en cualquiera de los empleados de mi hermano.
–¿Tan malo era?
–Sí – afirmó él, sin dar más explicaciones.
–Entonces, tal vez no tengas que esforzarte tanto como crees. A tu pueblo le parecerás bueno solo por comparación.
–Tal vez.
Olivia no dijo nada. Se quedó callada a su lado, sintiéndose extrañamente incómoda.
–Creía que querías ver tu habitación.
–Así es – repuso ella y, pasando de largo ante él, dio una vuelta a su alrededor. No se parecía a los dormitorios de su palacio escandinavo, aunque también era magnífico. Como el resto del edificio, resplandecía de joyas. La cama tenía un dosel de oro, tallado como si estuviera hecho con ramas de árboles–. Creo que me siento un poco… – comenzó a decir y, cuando se giró, se dio cuenta de que estaba hablando sola.
Tarek se había ido sin decir palabra. Obviamente, había terminado con ella por el momento.
Se había quedado sola de nuevo. Algo que se había convertido en lo más común en los últimos meses.
Odiaba la sensación de vacío.
Sentándose en el borde de la cama, trató de liberarse del miedo y la tristeza que la asfixiaban.
–No puedes derrumbarte ahora – se dijo a sí misma–. No debes derrumbarte nunca.
Tarek no estaba seguro de si era un recuerdo o un sueño. O ambas cosas.
Como le había ocurrido siempre que había regresado al palacio, los fantasmas del pasado lo acosaban.
Se había pasado demasiados años en el desierto con una espada como única protección. Allí, no había tenido miedo. Lo peor que le había esperado había sido la muerte. Pero, en el palacio, era distinto.