Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego. Maisey Yates

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Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego - Maisey Yates Libro De Autor

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a los rebeldes antes de que pudieran hacerse fuertes. He sido el enemigo de los enemigos de mi hermano. El que apenas sabían que existía. Dicen que quien a hierro mata a hierro muere. Si es cierto, supongo que estoy esperando mi golpe de gracia. Aunque, como te he dicho antes, soy difícil de exterminar.

      Olivia sintió un escalofrío. Si había intentado asustarla, lo había logrado. Pero también había despertado su curiosidad, más poderosa que el miedo.

      –¿Te han entrenado para ser rey? – preguntó ella.

      –¿Te refieres a si sé cómo hablar con dignatarios extranjeros, dar discursos y comer con buenos modales en la mesa? No.

      –Entiendo – dijo ella, dando un paso más hacia él. Se sentía como si se estuviera acercando a un tigre enjaulado. El cuerpo de Tarek emanaba una fuerza letal–. Entonces, tal vez podría serte de utilidad de otras maneras.

      –¿Cómo? Si pretendes seducirme con tu cuerpo… – repuso él con tono despreciativo, mirándola de arriba abajo– como verás, no soy fácil de impresionar.

      Olivia se sonrojó. No sabía si era de rabia o de vergüenza. Ni siquiera entendía por qué iba a sentir ninguna de las dos cosas. No conocía a ese hombre. Y su desprecio no debía significar nada para ella. Confiaba lo bastante en su propio atractivo. Marcus nunca se había quejado.

      Haciendo un esfuerzo por no encogerse y por no dar rienda suelta a sus emociones, se recordó que, si estaba allí, era porque se lo debía a Anton. Quería servir a su país adoptivo.

      –Cualquier mujer puede ofrecerte su cuerpo – señaló ella con tono indiferente–. Muy pocas han sido formadas para pertenecer a la realeza. Como te he dicho, soy estadounidense. Procedo de una familia muy rica, pero no de la realeza. Tuve que aprender muchas cosas antes de poder convertirme en reina. Podría enseñarte.

      Tarek apenas cambió de expresión.

      –¿Crees que eso me puede interesar?

      –A menos que quieras que el país que tanto has defendido se vaya a pique, creo que sí. En política, es precisa una clase de fuerza distinta. Como hiciste con tus habilidades físicas, debes practicar y aprender.

      –No tengo que casarme contigo para que me enseñes.

      –Es verdad. Tal vez, sea una buena manera de empezar.

      –¿Qué propones?

      –Dame algo de tiempo para demostrarte lo valiosa que puedo ser. El matrimonio es un paso demasiado serio para dos personas que no se conocen.

      Él ladeó la cabeza.

      –¿Te has casado con un extraño en otra ocasión?

      –Marcus no era un desconocido para mí cuando nos casamos. Nos conocimos en la universidad.

      –Entonces, ¿fue una boda por amor? – preguntó él, arqueando una ceja.

      –Sí – afirmó ella, y tragó saliva, un poco incómoda–. Es otra razón por la que no descarto la idea de un matrimonio de conveniencia para ambas partes. Nunca sería posible repetir una unión como la que ya he tenido con un hombre.

      –Te puedo prometer que, si nos casamos, no se parecería en nada a la unión que compartiste con tu primer marido.

      Olivia no lo puso en duda.

      –Bien. No me envíes de vuelta. Dame un mes. Te ayudaré con los temas diplomáticos y podemos mantener una especie de cortejo. Eso les gustará a los medios de comunicación y a tu pueblo. Si no funciona, no pasará nada. Pero si sale bien… bueno, resolverá varios problemas.

      De forma abrupta, Tarek se puso en pie con la agilidad de una cobra.

      –Olivia de Alansund, tenemos un trato. Tienes treinta días para convencerme de que eres indispensable. Si lo logras, te haré mi esposa.

      Uno de los criados te mostrará tus aposentos.

      –¿No podrías enseñármelos tú? – pidió ella. No sabía por qué demandaba pasar más tiempo con él. Tal vez, fuera un intento de recuperar el control de la situación.

      A Olivia no le gustaba que las cosas se le escaparan de las manos. Durante los dos últimos años, se había sentido como un meteorito a la deriva en el espacio. Odiaba esa sensación. Era demasiado parecido a lo que había vivido de niña, con el espectro de la enfermedad sobrevolando su hogar.

      De todas maneras, no era momento para derrumbarse, ni para pensar en sí misma. Había cosas más importantes que tener en cuenta, como el bien de su país adoptivo.

      –Te aseguro que no tengo ni idea de dónde están los cuartos de invitados.

      –¿No conoces la disposición de las habitaciones en tu palacio?

      Tarek dio unos pasos hacia ella.

      –Este no es mi palacio, sino el de mi hermano. Llevo su corona y me siento en su trono.

      A Olivia le resultó imposible respirar al verlo acercarse. No se parecía en nada a los hombres que ella había conocido. No tenía nada que ver con su padre, amable y sofisticado. Ni con su culto marido. Ni con su sólido y tranquilo cuñado. Tarek tenía mucha más fuerza. Absorbía todo a su alrededor, como un poderoso agujero negro.

      –Nada de esto me pertenece. Yo no estoy hecho para ser rey. Si quieres moldear mi persona para hacerme encajar en el papel, debes ser consciente de ello.

      –Entonces, ¿qué solución se te ocurre? Porque, quieras o no, eres el rey – comentó ella. Le sorprendió ser capaz de seguir hablando, a pesar de lo impresionada que estaba por su cercanía.

      –Supongo que tú eres la solución. Los consejeros de mi hermano me desesperan. Me parecen unos lisonjeros que no tienen personalidad propia. No los quiero a mi alrededor.

      –Vamos, a la mayoría de los gobernantes les gusta que les bailen el agua.

      –Solo un hombre busca la admiración de los demás. Un arma solo quiere ser usada. Y eso, Olivia de Alansund, es lo único que yo soy.

      Ella tragó saliva, tratando de mantener la calma y la compostura.

      –Entonces, te enseñaré a luchar del modo en que lucha un rey.

      Cuando Tarek comenzó a caminar a su alrededor, ella se estremeció.

      –Me preocupan las cosas que he dejado desatendidas.

      –Estoy segura de que sabes más sobre muchas cosas que tu hermano – sugirió ella–. Usa tus conocimientos. Y deja que te ayude con lo demás. Interactuar con los diplomáticos es política, mi especialidad. Mi marido me enseñó todo lo que sé.

      –Bueno, entonces, espero que me lo demuestres. Sígueme – indicó él, pasando delante de ella.

      Olivia se esforzó por seguir sus pasos. Era casi imposible. Era mucho más alto y una sola zancada suya equivalía a tres de ella. Con los finos tacones, se sentía como un cervatillo asustado

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