Los herederos. Alba González

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1988; Ceva, 2008, 2010; Russo, 2009; Balladares, 2009; Lupano, 2009).

      El uso de las metáforas familiares tanto en la literatura como entre los/as entrevistados/as exigió explorar qué literalidad había por debajo de ellas, en otras palabras, si existían además lazos de sangre que unieran a esta “familia”, tomando en cuenta que estos, además de las metáforas del parentesco, constituyen poderosos medios emotivos utilizados como “formas de asociación o marcadores de los límites inclusivos o excluyentes en el proceso de construcción de identidad y en la resolución de conflictos” (Da Silva Catela, 2000: 73).

      Esta indagación propone una mirada que permita desnaturalizar e historizar la construcción del imaginario de “gran familia” –en su dimensión material, simbólica y afectiva– en un intento de despojar al término del sentido común con que suele utilizarse, a veces en la literatura y generalmente por parte de los nativos. Las referencias a la familia están muchas veces marcadas por una resonancia de proximidad, armonía y afecto que invisibiliza las desigualdades, las relaciones de poder y los conflictos (Jelin, 1998: 26).

      2. Estudios sobre empresa, paternalismo y poblados industriales

      Para el análisis empresarial resultó indispensable retomar los aportes de los estudios sobre firmas familiares (Cabrera Suárez y García Falcón, 2000; Colli, Fernández Pérez y Rose, 2003, Fernández Pérez y Lluch, 2015), los de redes sociales en empresas (Barbero y Ceva, 2004; Ceva, 2010), de estrategias y redes familiares (Adler Lomnitz y Perez Lizaur, 1998; Bragoni, 1999, 2006), de condiciones y proceso de trabajo en las fábricas (Lobato, 2004, 2007; Elisalde, 2004), de ideologías empresariales (Barbero y Ceva, 1997) y de empresa y género (Lobato, 1990).

      En el contexto de este tipo de firmas, una categoría medular del estudio es “paternalismo” como modo de gestión empresarial, y su análisis es tributario de una amplia bibliografía. Su complejidad ya fue señalada por Edward P. Thompson (1984: 19-20) con relación a la utilización problemática de un término que remite a un modelo de orden social “visto desde arriba” y cuyo uso tiene “implicaciones de calor y de relaciones personales que suponen nociones valorativas”. Por su parte, Gérard Noiriel (1988) advierte que se trata de una noción cargada de connotaciones peyorativas a partir de su utilización por los portavoces del movimiento obrero a fines del siglo XIX.

      El término ha sido utilizado por diversos autores para identificar un modelo de política empresarial que pretendía incidir tanto en la esfera de la producción como en la de la reproducción de la mano de obra, a través de la incorporación de obras sociales que incluían la puesta a disposición de los trabajadores de viviendas, servicios e instituciones.

      Entre los autores que trabajan esta categoría están los que, vinculados a los discursos foucaultianos (Foucault, 2003), visualizan al paternalismo como una estrategia patronal para el control y disciplinamiento de la mano de obra a través de una serie de prestaciones sociales y de prácticas moralizantes (Sierra Álvarez, 1984, 1985, 1990; De Gaudemar, 1991). Estas perspectivas, centradas fundamentalmente en la estructuración de las relaciones sociales a partir de políticas empresariales que aseguran el flujo constante de la fuerza de trabajo y el desarrollo eficiente de la producción, destacan los mecanismos de la disciplina que parecerían invadir hasta los ámbitos más privados de los trabajadores. Sin embargo, la literatura ha destacado también, en el marco de gestiones empresariales paternalistas, la agencia de los trabajadores a través de distintas formas de cooperación, consentimiento y/o negociación para maximizar los beneficios, y de resistencias, traducidas en quejas, pequeñas rebeliones de la vida cotidiana y luchas sindicales (Bertucelli, 1999; Barbero y Ceva, 1999; Palermo, 2012, Lemiez, 2013).

      Gérard Noiriel (1988) ha puesto de manifiesto que las mutaciones que acompañaron el inicio del siglo XX incidieron en el diseño de nuevas formas de control totalizadoras, que no se explican solo por razones disciplinarias. En esta nueva etapa, la autoridad del patrón ya no se da por sentada, sino que hay que acudir a otros mecanismos –sobre todo los simbólicos– para legitimar su poder. Federico Neiburg (1988), en esta línea, analiza las relaciones paternalistas en el contexto de un sistema organizado jerárquicamente como relaciones personalizadas cuya manifestación se encuentra en la presencia predominante de la figura del patrón en el vínculo entre trabajadores y empresa.

      Algunos autores como José Luis García García (1996) prefieren hablar en términos de “prácticas paternalistas”, poniendo el énfasis en acciones específicas llevadas a cabo por la empresa con el objetivo de producir consenso, desvinculándolas de las estrategias específicas de control, mientras que otros estudios destacan a la vez el costado benefactor y el componente autoritario de estas prácticas (Badaloni, 2007, 2011; Simonassi, 2007).

      Estas diferentes interpretaciones reflejan la diversidad de puntos de vista de los autores, como también la multiplicidad de contextos y períodos en los que se aplica la categoría. En este estudio se considera que en el paternalismo se entrelazan intrínsecamente el disciplinamiento y las políticas sociales empresariales. Es en este sentido, en el que el control y los “beneficios” no actúan en forma excluyente y donde el consenso y la percepción de la “conveniencia” por parte de los trabajadores juegan un papel tan importante como el de la imposición empresaria, que la noción de paternalismo adquiere su significación.

      Sin embargo, la categoría “sistema de fábrica con villa obrera”, que destaca la necesidad de contar con trabajadores disciplinados y donde es clave la

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