Los herederos. Alba González
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Los estudios sobre memoria constituyen un insumo nodal en esta investigación, que considera que las memorias aparecen “en presente” y con vistas a un cierto horizonte de futuro, hablan de la situación actual y de las propias expectativas. También, que se elaboran en forma dinámica e intersubjetiva y se modifican con relación a vivencias individuales, pero en diálogo con las memorias de otros, que se comparten o confrontan de acuerdo con las propias subjetividades y horizontes temporales, constituyéndose en un campo siempre en disputa.6
La memoria, como proceso activo de reconstrucción simbólica y elaboración de sentidos del pasado, ha sido abordada metodológicamente de acuerdo con una doble perspectiva: como “fuente” y como fenómeno social.
En el primer caso se utilizó como herramienta para recabar información, como recurso para la investigación histórica; un uso, podríamos decir, de carácter “instrumental”. Como subraya Elizabeth Jelin (2002), la memoria permite obtener y construir “datos” sobre el pasado, con la convicción de que lo que “realmente ocurrió” incluye las dimensiones subjetivas de los actores sociales y los procesos interpretativos, la construcción y selección de información y la elección de las propias estrategias narrativas. El trabajo con las memorias permitió reconstruir hechos y experiencias a los cuales era imposible acceder a partir de otro tipo de fuentes –ciertos aspectos de la vida cotidiana, de las dinámicas y subjetividades colectivas y de la conflictividad social–, siempre teniendo en cuenta los resguardos metodológicos específicos.7
En el segundo caso, las memorias fueron utilizadas como fenómenos históricos en sí mismas, fuente de representaciones y significados sobre el pasado y el presente a partir de los cuales, como señala Ludmila da Silva Catela (2011), se puede explorar la génesis social del recuerdo como problema, y pensarlas como instrumentos de reconstrucción de identidad. En este sentido, las memorias constituyeron una fuente crucial aun en sus alteraciones, desplazamientos y negaciones. Fueron justamente muchas de esas tergiversaciones y omisiones las que abrieron la puerta a algunos de los planteamientos más fértiles de esta producción.
En este caso, las memorias no se construyen solamente –ni son analizadas exclusivamente– en las relaciones que se establecen entre los sujetos locales, sino que se entraman con la de antiguos trabajadores que ya no viven en Pueblo Liebig, poniendo en tensión la relación entre territorialidad y experiencia vivida. Así, la misma comunidad se transforma en pregunta de investigación: no se la considera un espacio preexistente, sino que se define con relación a los sentidos que le otorgan en el presente los actores sociales. La construcción de comunidad, como señalan Ponciano del Pino y Elizabeth Jelin (2003), está sujeta a intereses locales y de poder que se imbrican con las jerarquías establecidas en las memorias acerca de quién es quién; de ahí la necesidad de indagar qué es lo que unifica y diferencia “dentro” de la comunidad, así como las formas de articulación que se generan.
La indagación atiende al carácter plural de las memorias, a sus cambios a lo largo del tiempo, a sus diversos “usos” y a los conflictos que generan por lograr la visibilización en el espacio público y la legitimidad de una cierta versión del pasado. Memorias de las que forman parte tanto los recuerdos como los olvidos y los silencios, que se activan en contextos específicos y que se encuadran a través de la interacción y la acción de “emprendedores”. Memorias que se vehiculizan a través de diversos soportes y disparan sentidos disímiles en distintos momentos; que se cristalizan en determinadas situaciones, se transforman, unas en hegemónicas y otras se vuelven subterráneas. En consecuencia, las estrategias de análisis incluyeron el abordaje de los procesos de memoria en escenarios de lucha acerca de los sentidos del pasado, y la reposición de su historicidad.
El examen del pasado como construcción cultural sujeta a los intereses del presente en que las memorias se expresan llevó a considerar las formas en que distintas temporalidades convergen en la restructuración de las memorias. Como sostiene Jelin (2002), aunque el sentido común propone que al pasar el tiempo lo que está más lejano en términos cronológicos tiende a olvidarse, no siempre ocurre así. En determinadas coyunturas, especialmente las de crisis, los actores sociales persisten en insistir en la presencia del pasado. En esos contextos se hace necesario replantear las maneras de interpretarlo, con lo que se confirma que el pasado no es estático y nunca está cerrado.
Como señala Sergio Visacovsky (2011: 282), las segmentaciones temporales deben ser comprendidas en función de sus usos específicos en cada contexto social: aquello que es tipificado como “reciente” por la historiografía puede ser experimentado indistintamente como “actual” o “antiguo” por quienes han sido sus protagonistas.
Si en el caso de estudio existe una memoria “larga” que acerca a la actualidad “los tiempos de la Liebig”, esa es también una memoria “densa”. Las memorias anteriores a la década de 1970 están “engrosadas” con una trama de recuerdos compactos e intensos, mientras que las de los últimos años entretejen hilachas sueltas, frágiles, endebles. Es justamente en la época más cercana cronológicamente, la de mayor conflictividad entre empresa y trabajadores, cuando los recuerdos aparecen “sueltos”; los acontecimientos, desvaídos y las cronologías, confusas.8
Por otro lado, dar cuenta del pasado (y entender el presente) de aquellos que vivieron “aislados” en una localidad dentro del territorio nacional, pero al mismo tiempo atravesados por fuerzas y circunstancias globales (tener o no tener trabajo dependía de la paz o la guerra en la lejana Europa, en la desconocida África, o de las cambiantes alianzas políticas de la vieja Inglaterra), supone analizar las distintas escalas que desde lo local se articulan con lo transnacional en la dinámica que estructura las memorias y las prácticas sociales.
En este proceso de análisis se plantean las tensiones entre historia y memoria. El presente estudio reconoce que tanto los discursos históricos como los de memoria constituyen representaciones del pasado y están atravesados por la subjetividad de los actores; sin embargo, tienen lógicas diferentes y distintos regímenes de legalidad. Se encuadra también en la perspectiva de quienes no los consideran discursos alternativos sino que pueden actuar en forma complementaria para alcanzar interpretaciones y explicaciones sobre el mundo social.9 La historia, concebida como una disciplina con su aparato crítico, tal como la ha descripto Michel de Certeau (1993), necesita de las memorias en algunos casos para iluminar o completar el análisis histórico. A su vez, las provee de formas de situarlas, de criticarlas y de historizarlas, partiendo de la premisa de que las memorias no se mantienen inmutables, se alteran con el paso del tiempo, unas se hegemonizan y otras se subordinan, de acuerdo con las cambiantes necesidades de cada presente.10
En este caso particular, la estrecha relación de interpelación mutua entre historia y memoria se manifiesta de distintas formas. En primer lugar, hasta el momento no existe una producción académica sólida sobre la historia de Pueblo Liebig, que en el pasado constituyó un centro estratégico de producción y exportación de carne.11 Esta área de vacancia hizo necesario, para abordar el objeto de investigación, una exploración, un relevamiento y una sistematización de fuentes que sustentaran una reconstrucción histórica de la localidad. Entre ellas se contaron las memorias, expresadas en entrevistas o puestas por escrito, literatura personal, cartas, fotografías o videos que, en este sentido, fueron analizadas con la imprescindible distancia crítica, y sujetas a los mismos procedimientos historiográficos que el resto de los conjuntos documentales.
En segundo término, reconociendo las mutaciones de la memoria en el tiempo, la historia proporcionó el contexto para interpretar los motivos de sus transformaciones y posibilitó reconocer etapas de reconfiguración y cristalización.
En tercer lugar, si bien las memorias contribuyeron a rellenar “vacíos” de la historia, brindando información sobre acontecimientos y experiencias no registrados en documentos,12 también los procedimientos historiográficos