Historia trágico-marítima. Bernardo Gomes de Brito

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Historia trágico-marítima - Bernardo Gomes de Brito Vida y Memoria

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dicen que D. Leonor no se dejaba desvestir y que con puñetazos y bofetadas se defendía, porque estaba de tal manera que antes quería que la mataran los cafres que verse desnuda frente a los demás; y no hay duda que ahí pronto acabara su vida, si no fuera por Manuel de Sousa, que le rogó que se dejara desvestir, que le recordaba que habían nacido desnudos y que pues Dios de aquello era servido, que lo fuera ella. Uno de los grandes trabajos que sentían era ver dos niños pequeños, sus hijos, llorando frente a ellos, pidiendo de comer, sin poderlos amparar. Y viéndose D. Leonor desvestida, se lanzó de inmediato al suelo y se cubrió toda con sus cabellos, que eran muy largos, e hizo un hoyo en la arena, donde se metió hasta la cintura sin más levantarse de ahí. Manuel de Sousa se aproximó entonces a una vieja, su aya, a la que aún le había quedado una mantilla rota y se la pidió para cubrir a D. Leonor, y se la dio; sin embargo, nunca más se quiso levantar de aquel lugar, donde se dejó caer cuando se vio desnuda.

      En verdad que no sé quién por esto pase sin gran lástima y tristeza. ¡Ver a una mujer tan noble, hija y mujer de hidalgos tan honrados, tan maltratada y con tan poca cortesía! Los hombres que estaban en su compañía, cuando vieron a Manuel de Sousa y a su mujer desvestidos, se apartaron de ellos un trecho por la vergüenza que tenían de ver así a su capitán y a D. Leonor. Entonces le dijo ella a André Vaz, el piloto:

      —Bien ven cómo estamos y que ya no podemos pasar de aquí y que acabaremos por nuestros pecados; váyanse, hagan por salvarse y encomiéndennos a Dios; y si van a la India o a Portugal en algún momento, digan cómo nos dejaron a Manuel de Sousa y a mí con mis hijos.

      Ellos, al ver que por su parte no podían remediar la fatiga de su capitán, ni la pobreza y miseria de su mujer e hijos, se fueron por esos campos, buscando remedio para la vida.

      Después de que André Vaz se apartó de Manuel de Sousa y su mujer, se quedaron con él Duarte Fernandes, contramaestre del galeón, y algunas esclavas, de las cuales se salvaron tres, que vinieron a Goa, que contaron cómo vieron morir a D. Leonor. Y Manuel de Sousa, a pesar de que estaba maltratado del juicio, no se olvidaba de la necesidad que su mujer y sus hijos pasaban de comer. Y aunque aún estaba tullido por una herida que los cafres le habían hecho en la pierna, así maltratado se fue al campo a buscar frutas para darles de comer; cuando volvió, encontró a D. Leonor muy débil, así del hambre como de llorar, porque después de que los cafres la desvistieran, nunca más de allí se paró ni dejó de llorar; y encontró a uno de los niños muerto, y con sus propias manos lo enterró en la arena. Al otro día volvió Manuel de Sousa al campo a buscar alguna fruta y, cuando volvió, encontró a D. Leonor muerta, y al otro niño, y sobre ella estaban llorando cinco esclavas con grandísimos gritos.

      Dicen que él no hizo nada más, cuando la vio muerta, que apartar a las esclavas de ahí y sentarse cerca de ella, con el rostro puesto sobre una mano, por espacio de media hora, sin llorar ni decir cosa alguna; estando así con los ojos puestos en ella, y del niño casi no hizo caso. Y acabando este lapso, se levantó y comenzó a hacer un hoyo en la arena con ayuda de las esclavas; y siempre sin pronunciar palabra, la enterró, y a su hijo con ella. Acabando esto, volvió a tomar el camino que hacía cuando iba a buscar las frutas, sin decirles nada a las esclavas, y se metió por el campo y nunca más lo vieron. Parece que, andando por esos campos, no hay duda sino de que se lo habrían comido tigres y leones. Así acabaron su vida mujer y marido; hacía seis meses que caminaban por tierras de cafres con tantos trabajos.

      Los hombres de toda esta compañía que escaparon, tanto de los que se quedaron con Manuel de Sousa cuando fue robado, como de los noventa que iban delante de él caminando, serían hasta ocho portugueses y catorce esclavos, y tres esclavas de las que estaban con D. Leonor cuando falleció. Entre ellos estaban Pantaleão de Sá y Tristão de Sousa, y el piloto André Vaz y Baltasar de Sequeira y Manuel de Castro y este Álvaro Fernandes. Y andando estos ya en la tierra sin esperanza de poder venir a tierra de cristianos, llegó a aquel río un navío en que iba un pariente de Diogo Mesquita a tomar marfil, donde hallando nuevas de que había portugueses perdidos en esa tierra, los mandó buscar y los rescató a cambio de cuentas; y cada persona costaría dos vintenas de cuentas, que entre los negros es cosa que ellos más estiman; y si en este tiempo hubiera estado vivo Manuel de Sousa, también lo habrían rescatado. Pero parece que fue así mejor para su alma, pues Nuestro Señor fue servido. Y estos llegaron a Mozambique el 25 de mayo de 1553.30

      Pantaleão de Sá, andando errante mucho tiempo por las tierras de los cafres, llegó al palacio casi consumido, con hambre, desnudez y trabajo de tan dilatado camino; y llegándose a la puerta del palacio, les pidió a los cortesanos le alcanzaran del rey algún subsidio. Se rehusaron ellos a pedirle tal cosa, disculpándose con una gran enfermedad que el rey hacía tiempos padecía; y preguntándoles el ilustre portugués qué enfermedad era, le respondieron que una llaga en una pierna, tan pertinaz y corrupta que todos los instantes le esperaba la muerte. Oyó él con atención y pidió que le hicieran sabedor al rey de su venida, afirmando que era médico y que podría tal vez restituirle la salud. Entran de inmediato muy alegres, le dan noticias del caso; pide vehementemente el rey que lo lleven dentro; y después de que Pantaleão de Sá vio la llaga, dijo: “Tenga mucha confianza que fácilmente recibirá salud”. Y saliendo, se puso a considerar la empresa en que se había metido, de donde no podría escapar con vida, pues no conocía cosa alguna que pudiera aplicarle, como quien había aprendido más a quitar vidas que a curar achaques para conservarlas. En esta consideración, como quien ya no hacía más caso de la suya, y apeteciendo antes morir una sola vez que muchas, orina en la tierra y, hecho un poco de lodo, entró a ponérselo en la casi incurable llaga. Pasó, pues, aquel día; y al siguiente, cuando el ilustre Sá esperaba más la sentencia de su muerte que remedio alguno para la vida, tanto suya como del rey, salen los palacianos con notable alborozo y, como lo querían llevar en brazos, les preguntó la causa de tan súbita alegría. Le respondieron que la llaga, con el medicamento que se le había aplicado, había consumido todo lo podrido, y aparecía solo la carne, que era sana y buena. Entró el fingido médico y, viendo que era como ellos afirmaban, mandó continuar con el remedio, con lo cual en pocos días cobró entera salud; lo que visto, además de otras honras, pusieron a Pantaleão de Sá en un altar y, venerándolo como divinidad, le pidió el rey que se quedara en su palacio, ofreciéndole la mitad de su reino, y si no, le haría todo lo que pidiera. Rehusó Pantaleão de Sá el ofrecimiento, afirmando que le era preciso volver con los suyos. Y mandando el rey traer gran cuantía de oro y pedrería, lo premió grandemente, mandando juntamente a los suyos que lo acompañaran hasta Mozambique.

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