Historia trágico-marítima. Bernardo Gomes de Brito

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Historia trágico-marítima - Bernardo Gomes de Brito Vida y Memoria

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daban mucho dinero por cualquier pescado que se encontraba en la playa o por cualquier animal del monte.

      Viniendo caminando sus jornadas, según era la tierra que encontraban, y siempre con los trabajos que he dicho, habrían pasado ya tres meses que caminaban con la determinación de ir al encuentro del río de Lourenço Marques, que es Aguada da Boa Paz. Ya hacía muchos días que no se sustentaban sino de frutas, que por suerte encontraban, y de huesos tostados; y ocurrió muchas veces que se vendía en el campamento una piel de una cabra en quince cruzados, y aunque estuviera seca, la lanzaban al agua y así la comían.

      Cuando caminaban por las playas, se mantenían con mariscos o pescados que el mar lanzaba. Y al cabo de este tiempo, se encontraron con un cafre, señor de dos aldeas, hombre viejo, que les pareció de buena condición; y así lo era, por la protección que en él encontraron; y les dijo que no pasaran de ahí, que estuvieran en su compañía y que él los mantendría lo mejor que pudiera, porque, la verdad, aquella tierra estaba falta de sustento no porque lo dejara de dar, sino porque los cafres son hombres que no siembran sino muy poco, ni comen sino del ganado salvaje que matan.

      Así que este rey cafre les insistió mucho a Manuel de Sousa y a su gente que se quedaran con él, diciéndoles que tenía guerra con otro rey por donde ellos tenían que pasar y que quería su ayuda; y que, si pasaban adelante, que supieran que serían robados por este rey que era más poderoso que él, de manera que por el provecho y ayuda que esperaba de esta compañía y también por la noticia que ya tenía de portugueses por Lourenço Marques y António Caldeira, que ahí habían estado, trabajaba cuanto podía para que de ahí no pasaran. Y estos dos hombres le habían puesto el nombre de Garcia de Sá,28 por ser viejo y figurárseles a este, y ser buen hombre, porque no hay duda de que en todas las naciones hay malos y buenos, y por ser tal hacía atenciones y honraba a los portugueses y trabajó cuanto pudo para que no pasaran adelante, diciéndoles que iban a ser robados por aquel rey con el que tenía guerra. Y mientras determinaban, se detuvieron allí seis días. Pero como, al parecer, estaba determinado Manuel de Sousa a acabar en esta jornada con la mayor parte de su compañía, no quisieron seguir el consejo de este rey que los quería sacar del engaño.

      Al ver el rey que, a pesar de todo, el capitán determinaba partir de allí, le pidió que antes de que se fuera lo ayudara con algunos hombres de su compañía contra un rey que lo perseguía. Y pareciéndole a Manuel de Sousa y a los portugueses que no se podían excusar de hacer lo que les pedía, así por las buenas obras y resguardo que de él habían recibido, como por razón de no ofenderlo, porque estaban en su poder y en el de su gente, pidió a Pantaleão de Sá, su cuñado, que fuera con veinte hombres portugueses a ayudar a su amigo el rey. Fue Pantaleão de Sá con los veinte hombres y quinientos cafres y sus capitanes, y volvieron atrás seis leguas por donde ellos ya habían pasado, y pelearon con un cafre que andaba levantado y le tomaron todo el ganado, que son sus despojos, y lo trajeron al campamento donde estaba Manuel de Sousa con el rey; y en esto gastaron cinco o seis días.

      Después de que Pantaleão de Sá vino de aquella guerra en que fue a ayudar al rey, y la gente que con él fue, y descansó del trabajo que allá habían tenido, volvió el capitán a hacer un consejo sobre la determinación de su partida, y fue tan débil que asentaron que debían caminar y buscar aquel río de Lourenço Marques, y no sabían que estaban en él. Y porque este río es el de la Aguada da Boa Paz, con tres brazos que todos vienen a entrar al mar en una desembocadura, y ellos estaban en el primero, y a pesar de que vieron ahí una gota roja, que era señal de que ya habían venido ahí portugueses, los cegó su suerte, porque no quisieron sino caminar adelante. Y como tenían que pasar el río y no podía ser sino en canoas, por ser este grande, quiso el capitán ver si podía tomar siete u ocho que estaban aseguradas con cadenas, para pasar en ellas el río, que el rey no les quería dar porque a toda costa buscaba que no pasaran, por los deseos que tenía de tenerlos consigo. Para esto mandó a algunos hombres a ver si podían tomar las canoas, dos de los cuales vinieron y dijeron que les era difícil que se pudiera lograr. Y los que se quedaron, ya con malicia, se hicieron con una de las canoas a la mano y se embarcaron en ella, y se fueron río abajo y dejaron a su capitán. Y al ver este que de ninguna manera iba a pasar el río sino por voluntad del rey, le pidió que lo mandara pasar a la otra orilla en sus canoas, y que le pagaría bien a la gente que los llevara; y para contentarlo le dio algunas de sus armas para que lo dejara y lo mandara pasar.

      Entonces el rey en persona con él, estando los portugueses recelosos de alguna traición al pasar el río, le rogó al capitán Manuel de Sousa que se regresara al lugar con su gente, y que lo dejara pasar libremente con la suya, y que se quedaran solamente los negros de las canoas. Y como en el rey negro no había malicia, sino que los ayudaba en lo que podía, fue cosa sencilla lograr que volviera a su lugar, y rápido se fue y dejó pasar libremente. Entonces mandó Manuel de Sousa pasar a treinta hombres a la otra orilla en las canoas, con tres espingardas; y en cuanto los treinta hombres estuvieron en la otra orilla, el capitán, su mujer y sus hijos pasaron hacia allá, y después de ellos la otra gente; y hasta entonces nunca fueron robados y de inmediato se pusieron en orden a caminar.

      Haría cinco días que caminaban hacia el segundo río y habrían andado veinte leguas, cuando llegaron al río de en medio, y allí encontraron negros que los encaminaron hacia el mar, y esto era ya al ponerse el sol. Cuando estaban al margen del río, vieron dos canoas grandes y allí asentaron el campamento, en arena donde durmieron aquella noche. Este río era salado y no había ninguna agua dulce alrededor, sino una que les quedaba atrás. Y de noche fue la sed tan grande en el campamento, que se habrían de perder. Manuel de Sousa mandó buscar algo de agua, pero no hubo quien quisiera ir por menos de cien cruzados por cada caldero, y los mandó buscar, y cada uno costaba doscientos, pero si no lo hacía así, no se habría podido valer.

      El comer era tan poco, como atrás digo; la sed era de esta manera, porque quería Nuestro Señor que el agua les sirviera de sustento. Estando en aquel campamento, al día siguiente, cerca de la noche, vieron llegar las tres canoas de negros que les dijeron, por medio de una negra del campamento que comenzaba ya a entender alguna cosa, que allí había venido un navío de hombres como ellos y que ya se había ido. Entonces les mandó decir Manuel de Sousa si los querían pasar a la otra orilla y los negros respondieron que ya era noche (porque los cafres no hacen nada de noche), que al día siguiente los pasarían si les pagaban. Como amaneció, vinieron los negros con cuatro canoas y, sobre el precio de unos cuantos clavos, comenzaron a pasar a la gente. Pasó primero el capitán y alguna gente para guardia del paso, embarcándose en una canoa con su mujer y sus hijos, para desde la otra orilla esperar al resto de su compañía; y con él iban las otras tres canoas cargadas de gente.

      También se dice que el capitán venía ya para aquel tiempo maltratado del seso, por la mucha vigilancia y el mucho trabajo que cargó en él, siempre más que en todos los demás. Y por venir ya de esta manera y pensar que los negros le querían hacer alguna traición, echó mano de la espada y la desenvainó hacia los negros que iban remando diciéndoles:

      —Perros, ¿para dónde me llevan?

      Al ver los negros la espada desenvainada, saltaron al mar y allí estuvo en riesgo de perderse. Entonces le dijo su mujer y algunos que con ellos iban que no les hiciera mal a los negros, que se perderían. En verdad, quien conociera a Manuel de Sousa y supiera de su sensatez y afabilidad, y le viera hacer esto, bien podría decir que ya no iba en su sano juicio, porque era sensato y considerado. Y de allí para adelante, quedó de manera que nunca más gobernó a su gente como hasta allí lo había hecho. Y al llegar a la otra orilla, se quejó mucho de la cabeza y en ella le ataron toallas, y allí se volvieron a juntar todos.

      Cuando estaba ya en la otra orilla para comenzar a caminar, vieron un grupo de cafres, y al verlos se pusieron en son de pelea, pensando que venían a robarlos; y llegando cerca de nuestra gente, comenzaron a hablar unos con los otros, preguntándoles los cafres a los nuestros quiénes eran, qué buscaban. Les respondieron que eran cristianos, que se habían perdido en una nao y que les rogaban que los guiaran a un

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