Suya por una noche. Sandra Field

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Suya por una noche - Sandra Field Julia

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No le permitiré que desplume a mi padre cuando, como será inevitable, dado el récord de su madre, llegue el divorcio. ¿Le queda claro? ¿O tengo que repetirlo?

      Ella no aguantó más.

      —¿Sabe una cosa? He estado en cuarenta o cincuenta países diferentes en los últimos ocho años y en ninguno de ellos, ni en uno, he conocido a un hombre tan rudo e ignorante como usted. Se lleva el premio, señor Holt. ¡Enhorabuena!

      Él sonrió de medio lado y dijo:

      —No soy rudo, simplemente soy sincero. ¿No es algo que reconozca usted, señorita Devon Fraser? Tal vez sea que no esté acostumbrada a ello.

      De pronto Devon sintió que el juego, si era eso de lo que se trataba, se había prolongado demasiado. Dijo con tono cortante:

      —¿Piensa decirme ese tipo de cosas hasta que llegue el momento de la boda, con la esperanza de que mi madre crea que no estoy aquí y postergue la boda? —dio dos pasos por delante de Jared.

      De pronto, sin que ella lo hubiera previsto, él le sujetó el brazo. Devon no estaba acostumbrada a tener que torcer el cuello para mirar a los hombres. Era demasiado alta para ello, y se valía de su altura cuando le convenía. Pero Jared Holt la hacía sentir más pequeña e insegura de sí misma. No estaba segura de qué odiaba más, aquella sensación de pequeñez frente a él o al hombre en sí mismo.

      —¡Suélteme! —gritó.

      —Cálmese —dijo él burlonamente—. Solo iba a mostrarle la habitación.

      Ella olió su perfume cuando él se acercó a recoger las maletas. Tenía su cabeza cerca de ella.

      —Aunque el tiempo se está acabando, y no conozco a ninguna mujer que se arregle en menos de una hora.

      Ella sintió deseos de tocarle el pelo, averiguar si era tan sedoso como parecía. Era inútil negarlo. ¡Oh, Dios santo! ¿Qué diablos le pasaba?

      Devon intentó controlarse. Esperaba que aquel impulso no se le hubiera notado en la cara. Lo miró con desdén y dijo:

      —Estoy segura de que conoce a un montón de mujeres.

      —No lo niego.

      —En mi opinión, el hombre que se jacta de sus conquistas no merece la pena.

      —Aquellos que tienen poca experiencia, señorita Fraser, tienen que conformarse con opiniones.

      Evidentemente a él le resultaba poco atractiva para conseguir un hombre. Devon apretó los dientes y dijo:

      —¡Algunos preferimos elegir las experiencias! Usted tiene buen aspecto. Eso lo reconozco. Pero un hombre, en mi opinión, nuevamente, debe tener más sustancia que el envoltorio.

      —¡Tiene muchas opiniones acerca de los hombres, para ser una mujer cuyo envoltorio no garantiza una segunda mirada!

      «¡Me las pagarás!», pensó Devon. «Haré que me mires más de dos veces, playboy arrogante». Llevaba dos vestidos en las fundas de plástico: uno perfectamente correcto para una boda de alta sociedad, y el otro más interesante, pero de ninguna manera tan correcto. Ya sabía cuál se iba a poner. Acababa de decidirlo.

      Claro que si era lista, se pondría el menos llamativo pero más seguro. Porque lo peor era que, a pesar de aquella absurda conversación, encontraba a Jared muy atractivo. Debía de ser su masculinidad que llamaba a su femineidad en un nivel muy básico. Él irradiaba una seguridad sexual que la irritaba intensamente, en parte porque estaba segura de que él era completamente inconsciente de ello. Él no estaba intentando atraerla. ¡Oh, no! ¡Ella no valía la pena aquella pérdida de tiempo ni el esfuerzo!

      Pero aquella forma de estar, ese pelo negro cayéndole por la frente bronceada, la fuerza de sus dedos, cada molécula de su cuerpo, la atraía. Aunque cada una de sus palabras la advertían de que huyera de él. Ella se las había arreglado muy bien para mantener su sexualidad oculta durante los últimos años. Y si bien Jared Holt la atraía y la enfurecía, también le daba miedo.

      —Está muy callada —dijo él—. ¿No me diga que se ha quedado sin opiniones?

      —Las he malgastado con usted.

      —Todo este día está malgastado para mí —dijo Jared con énfasis.

      —Entonces… al final… estamos de acuerdo en algo.

      Con repentina impaciencia, él tiró de ella para que entrase, cerró la puerta y la llevó por un gran corredor hacia el hueco de una escalera de caoba. Era fuerte. Ella sabía que sería inútil resistirse a él.

      Devon apoyó una mano en la barandilla, e intentando herir el ego de Jared, le dijo:

      —Nos complementamos entonces…

      —Se me debe de haber escapado algo, porque no entiendo qué quiere decir.

      —Me refiero a su buen aspecto, ¿se acuerda? El envoltorio. Me resulta algo familiar usted. Aunque no sé bien por qué. ¿Ha trabajado alguna vez de modelo?

      —¡No! —exclamó él, molesto.

      Devon subió por las escaleras mirando todos los retratos de los caballos de carreras por los que Benson Holt era famoso.

      —¡Qué hermosos animales! Quizás trabaje para su padre en los establos, ¿no, señor Holt?

      —No —dijo él como mordiendo las palabras.

      Otra vez había logrado molestarlo.

      —Entonces, ¿a qué se dedica?

      —Me dedico a intentar mantener a distancia a las cazadoras de fortunas. En lo que he fracasado, evidentemente.

      Él la llevó a un ala separada del resto y abrió una puerta blanca.

      —Su madre está en la última habitación. Esta es la suya. Ambas tienen cuarto de baño privado.

      Antes de que Devon pudiera protestar, él entró y dejó la maleta al lado de la cama. Ella no lo quería allí. No lo quería ni cerca de ella ni de su cama.

      —Intente sonreír para las cámaras, ¿quiere? A no ser que quiera que todos los álbumes de fotos de la boda lo muestren como un niño malhumorado que no se ha salido con la suya.

      —No me diga lo que tengo que hacer. No me gusta —dijo él suavemente.

      Devon sintió que le faltaba el aire y que su corazón daba un pequeño vuelco.

      Desde el primer momento le había parecido peligroso. Y no se había equivocado. Pero algo en su interior la hacía no echarse atrás, a pesar de lo intimidante que era aquel hombre.

      —¡Qué interesante! A mí también me disgusta que me den órdenes. Es algo más que tenemos en común —dijo ella.

      —Desgraciadamente vamos a tener muchas más cosas en común. No creo que le guste ser mi hermanastra, de igual modo que a mí no me atrae ser su hermanastro. Navidad y Día de Acción de Gracias en la misma casa… Los cumpleaños de la familia. Y así,

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