Suya por una noche. Sandra Field

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Suya por una noche - Sandra Field страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
Suya por una noche - Sandra Field Julia

Скачать книгу

como el color de las orquídeas que llevaba en la mano. En su cuello, una piedra azul brillaba como el fuego.

      Sus caderas se balanceaban graciosamente bajo el brillo de la seda, sus piernas parecían interminables.

      Pero fueron sus ojos los que lo embrujaron. Esos ojos grandes que había encontrado cuando le había quitado las gafas de sol en la escalinata de entrada a la casa. Él se había imaginado que se encontraría con unos ojos marrones, o grises claros. Pero no ese azul brillante como el de un mar tropical. Unos ojos en los que podía ahogarse.

      Involuntariamente se sintió excitado, y supo, en cada una de las fibras de su ser, que no pararía hasta que tuviera a Devon Fraser en su cama. Hasta que la hiciera suya de la forma más primitiva posible.

      ¿Era aquella la mujer cuyo envoltorio él había despreciado? ¿La que había etiquetado como desaliñada? ¿Estaba loco?

      De pronto, con el poco cerebro que le quedaba en funcionamiento, se dio cuenta de que Devon se había dado cuenta del efecto que había producido en él, y de que se había sentido complacida.

      Tenía una boca para besarla. Una boca deliciosamente seductora.

      «¡Maldita seas, Devon Fraser!», pensó Jared. Había logrado engañarlo con aquel traje arrugado y esa blusa de cuello cerrado.

      Pero no iba a hacerlo nuevamente. Le daría una lección. No sabía cuál, pero ya se le ocurriría algo.

      No le gustaba sentirse afectado por una mujer de aquel modo, que lo hiciera mirar como un tonto. Antes de que terminase la boda desearía no haberlo hecho.

      Notó que el sacerdote carraspeaba y que ellos cuatro estaban alineados frente a los invitados.

      «Presta atención, Jared», se dijo. «Olvídate de Devon Fraser, al menos en los próximos minutos». Era el padrino de boda.

      Y el padrino ganaría. Devon Fraser había ganado el primer ataque. Pero no ganaría el segundo, se dijo.

      Escuchó las palabras sonoras del servicio religioso de matrimonio. El perfil de Devon estaba hacia él. Tenía nariz recta y una barbilla decidida. El pelo le brillaba como el oro. Él habría querido soltárselo. Deseaba entrelazar sus dedos en aquellos hilos dorados, y desde sus puntas deslizarlos hasta acariciar sus pechos. Deseaba tumbarla encima de sábanas de satén y ponerse encima de ella hasta… ¡Otra vez estaba pensando en ella! ¿Qué diablos le pasaba? Devon era una mujer. Una más, simplemente.

      Y estaría deseosa. Todas estaban deseosas.

      Ese era el problema.

      Él era un hombre muy rico. Tenía mucho poder. Y además sabía que su físico y su cuerpo atraía a las mujeres. Encima era soltero. Lo que lo convertía en un desafío para cualquier mujer que tuviera entre dieciocho y cuarenta y cinco años.

      Habría sido curioso y excepcional que lo vieran simplemente como un hombre. En lugar de una figura envuelta en miles de dólares, pensó cínicamente.

      El problema era que él estaba cansado de esos juegos. Conocía todos los movimientos desde el principio hasta el fin. La primera cita, las preguntas tramposas, la cena íntima, durante la cual él dejaba claro cuáles eran los límites de la relación. Pero pocas escuchaban, y si lo hacían lo tomaban como otro desafío, para conseguir lo que otras mujeres no habían sido capaces de lograr. Entonces se daba el primer beso, los regalos que le pedía a su secretaria que enviase, las flores. Hacían el amor, ellas se sentían aparentemente heridas cuando les decía que no se quedaría a dormir; no lo hacía nunca. Las inevitables expectativas de compromiso. La rabia o el llanto, según la mujer de que se tratase, cuando él les aclaraba que no compartía esas expectativas, que no quería comprometerse. Que no se había comprometido nunca, ni lo haría. Y luego, por último, la ruptura.

      Los últimos años había jugado a aquel juego cada vez menos. Lise era un ejemplo. Era lo suficientemente sincero consigo mismo como para darse cuenta de que estaba usando a Lise para protegerse. Si su círculo social suponía que él tenía una relación con ella, las demás mujeres se mantendrían a distancia, lo mismo que las revistas de chismorreos. Pocos se imaginarían que no se acostaba con Lise. Ella no lo diría. Lise lo estaba usando igual que él a ella. Para que la vieran como a la amante de Jared Holt, algo que alimentaba su ego, y beneficiaba a su profesión.

      En cuanto a sus necesidades sexuales, él las había relegado a un segundo lugar durante meses, concentrándose en su imperio de negocios y enrolándose en tenaces actividades atléticas en distintos lugares salvajes del mundo.

      En los últimos minutos, Devon Fraser había borrado todo aquello. Desde que la había visto con aquel vestido, su sexualidad lo había asaltado descontroladamente. Él sabía lo que quería. Y lo quería pronto.

      Su vestido, pensó Jared, había costado dinero, muchos billetes. Esa combinación de elegancia y provocación no era barata. ¿Estaría también ella detrás de él, persiguiendo la seguridad de una gran cuenta bancaria?

      ¿Como la madre?

      Claro que la hija era veinte años más joven y mucho más guapa.

      Alicia había atrapado a Benson con poco esfuerzo. ¿Le tocaría a la hija conseguir al director de la empresa, al que realmente tenía el dinero? Simplemente lo estaba haciendo un poco más sutilmente que las otras mujeres que conocía.

      ¿Sutilmente? ¿O maliciosamente? Debía tener cuidado. Después de todo, Devon no le había facilitado nada.

      ¿Podría estar equivocado? ¿Realmente era tan hostil como parecía?

      —¿Quién entrega a esta mujer para que se case con este hombre? —preguntó el pastor.

      —Yo lo hago —dijo Devon claramente, y sonrió a su madre.

      Aquella sonrisa hizo que Jared se apartase levemente hacia un lado. Le costaba prestar atención al servicio religioso. Debía parecer un idiota, pensó él.

      Devon había estado en montones de bodas. La mayoría de la gente de su edad estaba casada. Ella había pensado que era inmune a todo aquel ritual, pero aquel día las palabras del sacerdote, tan sencillas y sin embargo con tanta fuerza, la habían afectado: «Para amarse y cuidarse…» ¿Quién la había cuidado, excepto su casi olvidado padre? Alicia, no. Ella había estado demasiado ocupada en romances de continente a continente. Tampoco ninguno de sus padrastros. Steve, no, ciertamente, quien había sido su amante durante tres años. Ni más recientemente Peter, quien, afortunadamente, no se había transformado en su amante.

      ¿Y qué? No necesitaba que la cuidasen. Ella era una mujer inteligente, independiente, de treinta y dos años, eficiente en un trabajo difícil y que había construido toda su vida evitando la intimidad y las relaciones duraderas y estables.

      Entonces, ¿por qué se sentía tan emocionada como una novia?

      —Hasta que la muerte los separe…

      Alicia se había separado del padre de Devon por la muerte de este, y según Alicia, él había sido el amor de su vida, una historia que cobraba más importancia con cada nuevo divorcio. Devon tenía siete años cuando había muerto su padre. Recordaba perfectamente cuando su madre se lo había dicho…

      ¡Oh! Estaba más sensible que una novia. No quería llorar. Y no lo haría. Aparte de otras cosas, confirmaría su baja opinión

Скачать книгу