Suya por una noche. Sandra Field

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Suya por una noche - Sandra Field Julia

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hasta las rodillas. Otro ópalo adornaba su cuello. Los zapatos eran unas sandalias de tiras finas con tacones muy altos. Se había recogido el pelo y había dejado escapar algunos rizos que le caían por el cuello y acariciaban cada tanto sus mejillas.

      —Estamos muy atractivas —dijo Devon—. Y no dejes que Jared Holt te estropee el día de tu boda. No lo merece.

      —No lo dejaré —dijo Alicia y sonrió a su hija—. Estoy aprendiendo unas pocas cosas, Devon. Le he dicho a Benson que no prometería obedecer, que era demasiado vieja para eso. Él se rio simplemente y dijo que no quería una esposa que fuera un felpudo. Es un hombre muy agradable. Te gustará.

      El romántico italiano, el aristócrata británico y el dueño de petróleo de Texas, los esposos número dos, tres y cuatro, habían sido presentados del mismo modo a Devon.

      —Estoy deseosa de conocerlo.

      Las flores eran orquídeas y el fotógrafo las estaba esperando.

      Devon se sintió ansiosa. Recogió el más pequeño de los dos ramos de flores y sonrió a la cámara. Luego bajó las escaleras al lado de su madre. Cuando llegaron al escalón de abajo, Alicia dijo:

      —Te he pedido que seas tú quien me entregue a Benson, ¿no es cierto?

      —No.

      —El cuñado de Benson lo iba a hacer. Pero ha sufrido una operación hace dos semanas. La única otra posibilidad era Jared. ¡Por favor, dime que lo harás, Devon!

      De ninguna manera iba a permitir que ese monstruo llevase al altar a su madre.

      —Claro que lo haré —respondió Devon.

      Cuando salieron a la luz del sol, al frente de la casa, el fotógrafo tomó varias fotos. Devon, mientras, observó el escenario.

      Había un toldo blanco entre los árboles, que proveía de sombra. Las sillas donde se habían sentado los invitados estaban adornadas con rosas y una música de harpa muy suave se oía entre las conversaciones.

      Cuando Alicia y Devon se acercaron a las sillas, el músico tocó el último acorde de harpa y luego se quedó en silencio. Desde un órgano cerca del altar adornado con flores blancas se oyeron las primeras notas de la marcha nupcial. No la tocaban muy bien.

      Alicia susurró:

      —Es la hermana de Benson la que toca el órgano. Insistió en tocarlo. Benson no quiso herir sus sentimientos. ¡Oh, Devon, estoy tan nerviosa! Jamás debí aceptar casarme con él. ¿Por qué sigo casándome? No soy joven, como tú; debería cometer menos errores.

      —Venga, madre; es demasiado tarde ahora. Así que hagámoslo con estilo —dijo Devon, tomó la mano de su madre y la llevó del brazo.

      Benson era el novio; Jared, su hijo. Ambos estaban de espaldas a las mujeres que iban caminando por la alfombra verde dispuesta sobre la hierba.

      Benson era más bajo que su hijo y tenía una cabellera gris bien peinada. Cuando el órgano se equivocó de nota, se dio la vuelta. Vio a Alicia caminando hacia él y le sonrió. No era tan apuesto como Jared y había acumulado algo de gordura en la cintura. Tenía un aspecto muy humano, pensó Devon. No como Jared. Y su sonrisa era a la vez amable y cálida. En eso tampoco se parecía a Jared.

      —Creo que has elegido bien, mamá —le susurró a su madre.

      Alicia le sonrió emocionada.

      El órgano emitió un chirrido, luego subió el tono de forma triunfal pero desafinada. Devon se estremeció. Y finalmente Jared se dio la vuelta.

      Ni siquiera miró a Alicia. Su mirada se dirigió directamente a la hija de Alicia, y en un momento dado a Devon le pareció notar una reacción en su cara.

      Ella bajó la mirada, como correspondía a una mujer de poca experiencia. Una mujer cuyo envoltorio, en palabras de Jared, no garantizaba una segunda mirada. Luego dejó escapar la más inocente de todas las sonrisas.

      Pero cuando alzó la vista, solo sonrió a Benson.

      Hasta el último momento Jared había pensado que tendría que llevar al altar a Alicia; una obligación que habría cumplido puntillosamente y con verdadera aversión. Pero en el momento en que su padre y él habían abandonado la casa camino al invernadero, su padre le había dicho:

      —Alicia va a pedirle a Devon que la acompañe al altar. Así que tú te has librado.

      Jared se sintió molesto por haber demostrado tan abiertamente que no quería hacerlo y había dicho:

      —La he conocido, a la hija, quiero decir. No es lo que yo esperaba. Es alta y desaliñada y tiene una lengua como una sierra.

      —¿De verdad? Alicia me ha mostrado una foto. Pensé que era muy guapa.

      —Un buen fotógrafo puede transformar un cactus en una rosa.

      Benson dijo abruptamente:

      —¿Tienes el anillo?

      —Sí, papá. Ya me lo has preguntado dos veces.

      —Ahí está Martin, saludándonos. Es hora de que nos pongamos en nuestro sitio.

      Martin era el mayordomo. Su señal significaba que Alicia estaba lista. Jared miró su reloj. Eran las seis y siete minutos. Devon Fraser era muy puntual para ser una mujer.

      Jared siguió a su padre por debajo de la sombra del toldo, asintió al sacerdote y evitó mirar a los invitados. Lise estaría en algún sitio en medio de la gente. Se las había ingeniado para pedirle una invitación, y él había cometido el error de enviársela. Tendría que decidir qué hacer con Lise, pensó Jared, y se estremeció al oír el órgano portátil que tocaba su tía Bessie. Si algún día fuera tan tonto como para casarse, lo haría en su yate. La tía Bessie sufría de mareos en los barcos, y no pisaría nada que se le pareciera.

      Por el rabillo del ojo vio a su padre sonreír a su futura esposa. Él iba a ser su quinto marido. Jared sintió rabia. Le había aconsejado instintivamente que no se casara, y luego había intentado comprar a Alicia. Pero no había funcionado ninguna de las dos cosas. Aunque le había ofrecido a Alicia una buena suma.

      Ella podía conseguir más por un divorcio. Él estaba seguro que aquel habría sido su razonamiento.

      No sonreiría a Alicia ni loco. Al menos el sacerdote había insistido en que el fotógrafo se mantuviera a cierta distancia durante la ceremonia. Así que, si él, Jared, no tenía ganas de sonreír, no tenía por qué hacerlo.

      Devon Fraser había dicho que él estaba malhumorado porque no se había salido con la suya. Realmente la mujer había sabido cómo irritarlo.

      Otro acorde del órgano de la tía Bessie le destempló los nervios. Seguramente Alicia y su hija estaban casi en el altar. Inquieto, Jared se dio la vuelta para ver dónde estaban.

      Una mujer alta vestida de turquesa estaba caminando hacia él, mirando directamente hacia él, con la cabeza alta. Su belleza le dio en el pecho como si se tratase de un golpe.

      Llevaba el pelo recogido, brillándole como el trigo maduro, dejando al descubierto

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