Handel en Londres. Jane Glover
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En la cubierta del cuaderno bilingüe de Teseo, Handel había sido descrito como «Maestro di Capella di S.A.E. di Hannover», en reconocimiento de sus lealtades alemanas. Pero aquel verano de 1713 su salario en Hannover no fue renovado. No había nada oscuro detrás: simplemente no se hallaba presente para ganárselo, y en todo caso el elector estaba recortando los gastos de su casa real a raíz de los altos costes de su participación en la guerra. Pero pocos meses después, en lo que casi podría considerarse como un gesto recíproco, la propia reina Ana, que siempre había tenido debilidad por Handel, concedió una enorme pensión vitalicia de 200 libras esterlinas al año «a nuestro fiel y querido George Frederick Handel Esq»23, como decía la notificación, una forma verbal que continúa hasta el día de hoy. Las comunicaciones entre Londres y el elector Jorge fueron mantenidas por el diplomático hannoveriano Thomas Grote, quien envió informes sobre las celebraciones formales del Tratado de Utrecht en Londres y sobre la participación de Handel en las mismas. Las memorias de Mainwaring de 1760 malinterpretaron completamente la situación en 1713: «Había transcurrido de nuevo el tiempo a partir del cual el permiso obtenido debía ser prorrogado. Pero, bien fuera por temor a cruzar el mar, o por haber contraído alguna enfermedad a causa de la comida del país en el que se encontraba, el caso es que la promesa que había dado al marcharse de algún modo se le había borrado de la memoria»24. Lo que quedaba implícito era que Handel había mancillado su reputación al no regresar a Hannover. Pero no ha quedado registro alguno del mínimo signo de alarma, ni en el mismo Hannover ni a través de su enviado oficial en Londres. Y de este modo Handel continuó hilvanando sus relaciones con Londres, reponiendo de nuevo Rinaldo en mayo de 1713 y embarcándose en otra ópera.
Silla es uno de los enigmas operísticos de Handel. No hay constancia de que fuera representada; en todo caso, no en el Queen’s Theatre en Haymarket. Y, de haber recibido una representación privada, como quizá sea lo más probable, también esta circunstancia ha quedado indocumentada. La calidad, tanto del libreto, obra de Rossi, como del tratamiento del mismo por parte de Handel, es francamente decepcionante, y sugiere que se preparó de forma apresurada. La descuidada adaptación que realizó Rossi de un viejo argumento se antoja torpe y predecible (la peor combinación posible), pero también lo es la puesta en música de Handel. A pesar de algunas arias individuales realmente notables, que más tarde encontrarían mejor acomodo en futuras óperas, Handel dejó pasar oportunidades que normalmente habría aprovechado (marchas triunfales, tormentas marinas, danzas espectrales) y no logró dotar a ninguno de sus personajes de profundidad o colorido.
Estas deficiencias se explican tal vez por la posibilidad de que se produjese una única representación privada, y un indicio clave lo encontramos en la dedicatoria del libreto al duque D’Aumont, el recién llegado embajador francés en Londres. Tras el acuerdo de paz, Gran Bretaña y Francia, antiguos antagonistas enconados, estaban haciendo serios esfuerzos por enterrar el hacha de guerra. Luis XIV envió a D’Aumont a Londres para exhibir ante los ingleses una efusiva generosidad, que se manifestó en magníficos espectáculos y bailes de máscaras. Quizá fue en uno de ellos donde Silla, improvisada apresuradamente para los tipos vocales de la compañía para la que Handel había estado escribiendo toda la temporada en Haymarket, fue interpretada. Y el tema de la ópera, cuyo personaje principal es un dictador militar cruel e injusto, también podría haber tenido un trasfondo satírico, puesto que D’Aumont había acusado en repetidas ocasiones a Marlborough, el jefe de las fuerzas armadas británicas, de prolongar deliberadamente la guerra. Los dos Marlboroughs habían caído recientemente en desgracia en la corte tras años de poderosa influencia, por lo que esta humillación operística podía ser vista como la ocasión para un espectacular Schadenfreude *. Ciertamente, al público londinense no se le escaparían las resonancias del tema, y el propio Handel, pensando ahora como un auténtico londinense, las habría entendido a la perfección.
Desde su primera estancia londinense en 1711, los contactos sociales de Handel habían girado en torno al Queen’s Theatre en Haymarket, para el que ya había escrito tres óperas. El arquitecto de ese teatro, y ahora también del Blenheim Palace, la gran mansión de los Marlborough cerca de Oxford, fue sir John Vanbrugh, quien también era miembro del Kit-Cat Club, una sociedad literaria y política que echó a andar en la época de la Gloriosa Revolución de 1688, cuando se reunía en una pastelería propiedad de Christopher (Kit) Catling. El fundador fue el editor Jacob Tonson, cuya idea original era invitar a cenar a escritores jóvenes y prometedores, ofreciéndoles exquisitas tartas y deliciosos vinos a cambio del derecho de preferencia sobre sus mejores obras. Se convirtió consecuentemente en una buena oportunidad para que los jóvenes leones literarios estableciesen contactos, y se hizo también muy popular entre nobles acaudalados con fuertes lealtades políticas, ya que, además de su relevancia en el ambiente literario, muy pronto devino en un foro para el apasionado intercambio de ideas políticas. El Kit-Cat Club generalmente se alineó con la facción whig en su apoyo a la línea protestante de sucesión; en la segunda década del siglo XVIII, entre sus miembros se encontraban las formidables figuras políticas y literarias de los lores Halifax (el principal arquitecto de la estabilidad constitucional, que limitaba el poder del monarca), Carlisle y Burlington, los escritores y editores del Spectator Addison y Steele, y el retratista sir Geoffrey Kneller, quien de hecho retrató a todos sus compañeros (estas pinturas se encuentran actualmente en la National Portrait Gallery). Todavía el principal espíritu impulsor del club, Jacob Tonson, compró una casa en Barn-Elms (Barnes), en las afueras de Londres, y la hizo restaurar por Vanbrugh para ofrecer alojamiento y comida gratis, disponiéndola como lugar alternativo de reuniones para los Kit-Cats. Cerca de esta casa en Barn-Elms había una mansión propiedad de un tal Mr. Henry Andrews, y, según la General History of the Science and Practice of Music de Hawkins (1776), este tal Mr. Andrews era el casero de Handel, o quizá su anfitrión: «Ahora que estaba decidido a hacer de Inglaterra su país de residencia, Handel comenzó a aceptar invitaciones de personas de rango y fortuna que deseaban conocerlo, y aceptó la invitación de un tal Mr. Andrews, de Barn- Elms en Surry, que también tenía una residencia en la ciudad, para que se alojase en su casa»25.
No queda del todo claro si el contrato de arrendamiento de Handel (o la aceptación de hospitalidad) se produjo en realidad en Barn-Elms o en la residencia de Mr. Andrews en Londres. En 1799, William Coxe, hijastro del alumno y copista de Handel, J. C. Smith, escribió en un libro de anécdotas handelianas que, al cabo de un año, era en realidad en ambos lugares:
«En el transcurso del verano, Handel pasó varios meses en Barn Elms en Surrey, con Mr. Andrews; y en el invierno, en la casa de ese caballero en la ciudad»26.
Otro generoso anfitrión de Handel en estos primeros años londinenses fue el joven Richard Boyle, tercer conde de Burlington. De solo diecinueve años en 1713, ya era (desde los diez años, de hecho) propietario de numerosos títulos y haciendas, incluyendo Burlington House, en Piccadilly, una casa de campo en Chiswick, y grandes propiedades en Yorkshire e Irlanda. Tanto Il pastor fido como Teseo le habían sido dedicadas, y muchos escritores posteriores, entre ellos Hawkins y Coxe, afirman que Handel vivió en Burlington House durante tres años. En este lugar, como en el círculo del Kit-Cat en Barn-Elms, Handel conoció a otras luminarias artísticas y literarias, incluyendo a Alexander Pope, John Gay y al músico aficionado y médico personal de la reina, el Dr. John Arbuthnot, a quien ya había conocido en la corte. Coxe describió sus relaciones con el círculo de Piccadilly: «Pope no solo carecía de conocimiento alguno de la ciencia musical, sino que no hallaba satisfacción en “la concordia de los dulces sonidos”. A Gay le gustaba la música sin entenderla, pero se olvidaba de ella en cuanto cesaba de sonar. Arbuthnot, por el contrario, que poseía juicio musical y era además compositor, reconoció la valía de Handel y desarrolló una gran estima por él»27.
Pope, Gay y Arbuthnot habían fundado el Scriblerus Club, un grupo rival del Kit-Cat Club (del cual no eran miembros, como tampoco lo era Handel). Significativamente, Handel fue capaz de moverse con libertad y confianza, de forma sociable pero prudente, entre todos estos ambientes literarios, contribuyendo a ellos