Ni una gota de humedad. Adriana Bernal

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Ni una gota de humedad - Adriana Bernal Novela

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má, por favor, cállate un segundo. Las llaves, ¿dónde están las pinches llaves?

      Y no escucha. Viro la mirada, desesperada, con el teléfono lejos de la oreja y me topo con el montón de llaves, carcajeándose de mí. Están ahí, donde de común estaban. Sobre el asqueroso, polvoriento y enorme televisor Sharp. Tan inamovibles. Tan eternas. En su acumulada obviedad.

      —Má, má. Ya las vi. Me encargo. —Cuelgo.

      ¿Podría escapar de este círculo vicioso? ¿Sería capaz de soslayar el pasado centrándome en el presente? ¿Entrábamos a la mierda, salíamos o nos revolcábamos en ella? ¿Cómo podría ver este espacio, recorrerlo, habitarlo, sin sentir que estoy atrapada en el reflejo de un espejo?

      Dentro de mí se incuba una batalla para la cual no estoy preparada. Apenas y reconozco que el proceso de duelo se ha suspendido en el aire y sus volutas humeantes con olor a nicotina acompañadas de sorbos de café forman nubes amenazadoras.

      AMENAZA: Palabra para incluir en el Diccionario Familiar.

      ¿Qué carajos me ocurre? Aparto los trajes y los coloco en el barandal de la escalera. Con el amasijo de llaves entre las piernas, me siento en flor de loto en medio de la recámara infancia. Pensé en jugar matatena. Separar las llaves es el primer paso: por llaveros, por óxido, por tamaños. Las de coches, las de maletas, las de puertas. Las cortas. Las largas. Cada llave una historia. Cada puerta asegurada un secreto. Cada cerradura dentro de casa un secreto pero también una posibilidad.

      Los escondites de Dominique eran tan complejos como obvios: “El mejor escondite es aquel que está a simple vista”, decía y, aún así, si provenía de ella nada era simple. Nada. Tajante y de absolutos, lo más sencillo resultaba un galimatías comprensible con no poco esfuerzo: “El peor defecto de las personas es la estupidez. Tú crecerás de mil maneras, pero sobre mi cadáver, estúpida. Estúpida, no.”, como si la escuchara decir.

      Un proceso: Buscar. Encontrar. Entregar. Cortar. Partir. Procesos. Somos procesos. No quiero este proceso. Buscar. Encontrar. Entregar. Cortar. Partir. Sí quiero este proceso. Buscar. Encontrar. Entregar. Cortar. Partir.

      Buscar y encontrar reliquias de su familia que le pertenecen a personas que hoy, salvo sus honrosas excepciones, no me importan. No me importa su pérdida, no me importan sus vidas, no me importan sus historias. Me da igual si viven o mueren. No me importan sus cosas, pero me importa que esas cosas les pertenecen. Y en realidad, tampoco les pertenecen. Dominique quiso que les pertenecieran más no lo merecen. Y lo digo con toda la saña que el verbo merecer, carga en sí.

      “Si yo fuera Dominique, ¿dónde guardaría las reliquias de su familia?, ¿seguirán en la casa? ¿Y si se las robaron?”. “¡Claro, dos mujeres mayores, solas, en esta casa! ¿Y si las personas que han entrado a hacerles remodelaciones, a cuidar a Dominique, no eran confiables; o si justo por confiables se excedieron y abusaron?”. ¿Desde cuándo me atormenta la desconfianza?

      DESCONFIANZA: Palabra para incluir en el Diccionario Familiar.

      Buscar y encontrar. Quince lugares posibles. Quince chapas. Cientos de llaves. Cúmulo de angustia. Fastidio. Recuerdos. ¿No dije, no me dije, que esto, justo esto era de lo que yo quería escapar? ¡Qué se vayan al carajo, ellas, sus chingaderas y sus familiares! ¡Son pinches objetos! ¡Sólo objetos! ¡Claro, ahora que está muerta hay que entregarles lo que les pertenece por herencia! ¿Herencia, realmente nos vamos a sentar a la mesa a hablar de herencias? Si salvo dos o tres personas, me dan ganas de decirles tres que cuatro frescas. ¡Por algo Dominique no les dio un carajo en vida, necesitaba garantizar que al menos le echaran un lazo, por ejemplo, a cambio de la pulsera de la bisabuela! Unos ni así.

      Las horas transcurren. Me muevo de un lado a otro. Le atino a alguna llave, abre cerraduras. Encuentro infinidad de objetos míos, de mi madre, de Dominique. Ninguno tan antiguo como los que necesito. Detalles de una vida. De nuestra vida en conjunto. Mis primeros aretes, mis anillos de compromiso y de boda, esos que son de Tesia, pero que están también aquí, en casa de madre, bajo llave. Las peinetas, los camafeos. Sus cigarreras. Los testamentos.

      Su testamento: dos páginas. “Yo, Dominique Apodaca dejo todas mis pertenencias a Dominga Giménez; si ella faltase, a Valentina Marín Giménez y, si ella faltase también, a su hija Tesia Marín Marín”. ¡Joder!, asunto arreglado, si nada aparece, todo es de mi madre, luego mío y luego de mi hija, ¡al carajo sus parientes! Vaya, pues ya está. ¡Que nada aparezca! ¡A por lo que sigue! ¡El muerto al hoyo y el vivo al gozo!

      Ya he dicho que con Dominique nada era sencillo. Si ese hubiera sido su testamento, uno de ellos, no valdría la pena narrarlo. Al darle la vuelta a la hoja, de su puño y letra, una carta: “Querida Valentina, querida hija…” ¡Me chingó! ¡Hasta muerta, me chingó! El tono de la misiva trae consigo mi lista de deberes para con los otros, para con cada uno de los otros, nombres y objetos asignados. Precisión.

      PRECISIÓN. Palabra para el Diccionario Familiar.

      ¿Y si me como la cartita esta, como en las películas? Soy un torrente de lágrimas para la segunda petición. Hija. Hija. Hija era una palabra que desde ella me trastornaba y, los ocho días anteriores la he escuchado hasta la saciedad en demasiadas bocas. Desde “Tu mamacita va a estar bien”, pasando por el “Tu mamacita preguntó cuánto faltaba para que llegaras”, hasta el “Es lo correcto para tu mamacita”, “Te quiso como a una hija” y en el peor de los casos: “Eras como su hija”. ¡La que me parió! ¡Que la que me parió fue otra! No es mi mamacita, no fue mi mamacita. Mi madre, mi madre está viva, en shock, pero viva, me daban ganas de gritarles. Antes y ahora. Fantasee con la idea de gritarles a doctores y enfermeras días atrás: “Mire, ahí donde la ve, no es ni fue mi mamacita, en dado caso fue como mi papacito y mire, tampoco, pero bajo determinado sistema establecido en mi familia —que es otra familia— pues sí soy como su hija, pero creo que eso va a ser complejo que ustedes lo entiendan. Ustedes no tienen tiempo y yo no tengo ganas de explicarles”.

      HOMOPARENTAL: Palabra impronunciable. Indefinible en el Diccionario Familiar. No nombrar. No pronunciar. No definir. No incluir.

      Hija. Hija. Muerta. ¡Sí, Dominique, estás muerta! Estuviste muriéndote hace veinticinco años y matándonos quince atrás. De tu puño: “Hija”. Con tu letra: “Muerta”. ¿Por qué he de seguir tu última orden? ¿Por qué yo, a tus órdenes otra vez?

      Tu testamento en mis manos. No creo que estés muerta. No sé qué sentir de que lo estés. Vacía y tan llena de ti. Tú tan en mí. Yo tan en ti. ¿Por qué así? ¿Por qué ahora? ¿Cuándo es el tiempo de morir? ¿Puede uno irse sin morirse? ¿Puedo irme de ti? ¿Qué hacemos ahora, Dominique?

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      Encontrar y entregar. Recomponerme. Enjugarme las lágrimas y seguir adelante. Como de común. “Levanta la cara. Yérguete. Levanta la cara”, decía.

      A sabiendas de que en casa de mamá no voy a encontrar café de grano, y mucho menos una cafetera en óptimas condiciones a la mano, bajo a la cocina decidida a calentar agua en el microondas para un café instantáneo. Mientras la taza color humo gira dentro del electrodoméstico intento pensar y, más allá de las fantasías en torno a promesas incumplidas, entre resignada y preocupada por las consecuencias de la hasta ahora fallida búsqueda, le marco a Raúl, mi abogado de cabecera, quien solícito me responde:

      —A tus órdenes, querida.

      —Gracias, Raúl querido, ¿cómo estás?

      —Bien, bien, a tus órdenes.

      —Disculpa

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