La tentación del millonario. Kat Cantrell

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La tentación del millonario - Kat Cantrell Miniserie Deseo

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he dejado seguir.

      –Así es.

      Como él no le preguntó por qué le había dejado hacerlo, ella le dijo, de todos modos:

      –Sentía curiosidad. Pero, por favor, no me malinterpretes.

      Se dio cuenta de que él ya lo había hecho. A diferencia de ella, Dante tenía experiencia, y había notado lo mucho que le había gustado besarlo. Para ella también había sido una sorpresa. Hacía años que no la besaban y, la vez que lo habían hecho, la experiencia fue tan horrorosa que no quiso repetirla.

      Ese beso había sido como unir un sueño adolescente con una película para mayores de dieciocho años. Aparentemente, su cuerpo había reaccionado al hecho de haber concebido deseando de repente las caricias de un hombre. ¿Qué iba a hacer? ¿Pedirle que volviera a besarla?

      –¿Cómo voy a haberlo malinterpretado? –preguntó él.

      Harper lo estaba estropeando y si no lo arreglaba, perdería todo lo que le importaba.

      –No puede volver a suceder, Dante. Te necesito, como amigo. Por favor, no hagas que nada cambie.

      Lo estaba haciendo todo mal. El resultado positivo de las cuatro pruebas de embarazo que se había hecho esa mañana no era el único motivo de que estuviera en Los Ángeles. Su carrera profesional estaba destrozada a raíz de la decisión de Fyra Cosmetics de desarrollar un producto que requería la aprobación de la FDA. Ojalá hubiera sabido la que se avecinaba antes de haber ido a una clínica de fertilidad.

      Al borde del desastre profesional y personal, había acudido a la única persona que siempre estaba dispuesta a ayudarla, que siempre estaba de su lado, pero se había dado de bruces con algo que no entendía.

      El rostro de Dante adoptó una expresión desconocida.

      –Quería besarte, Harper. Sin duda te has dado cuenta de que algo nuevo nos sucede…

      –¡No! –gritó ella, al tiempo que, sin poder evitarlo, se le escapaba una lágrima. No hay nada nuevo. Necesito que todo siga como antes. Eres muy importante para mí, como amigo.

      Los amigos se apoyaban, estaban a tu lado contra viento y marea, y ella necesitaba saber que él lo haría. Así llevaba diez años considerándolo, hasta ese día. Había reaccionado tan rápidamente al beso de Dante que él se había llevado una impresión equivocada.

      Él entrecerró los ojos. Ella conocía esa mirada. Estaba a punto de discutir con ella, pero Harper no tenía tiempo para eso.

      Se obligó a sonreír y le tocó el brazo, como llevaba años haciendo.

      –Vamos a olvidarnos de esto de momento. ¿Me llevas el equipaje?

      Dante, que era un caballero en cualquier circunstancia, apretó los labios e hizo lo que le pedía, antes de conducirla a su elegante Ferrari rojo. El silencio y la incomodidad se instalaron en el vehículo, mientras recorrían la autopista hacia la casa de él, en Hollywood Hills.

      Harper apenas pudo apreciar el paisaje que pasaba ante su vista. ¿Qué podía decir para que todo volviera a ser como antes?

      Dante detuvo el coche ante la verja, pulsó el control remoto y la puerta de hierro forjado se abrió. Condujo por su propiedad hasta llegar frente a la villa de estilo español, todo ello sin decir una palabra.

      Y así siguió hasta subir los escalones de la casa y entrar. Dejó las maletas en las baldosas mejicanas del amplio vestíbulo y miró a Harper con el ceño fruncido.

      –Hace mucho tiempo que somos amigos. ¿Por qué va a cambiar eso, si exploramos qué más podríamos ser?

      –Porque no quiero que seamos nada más –le espetó ella–. Todo esto me asusta.

      ¿Cómo iba a enfrentarse a los problemas en la empresa, al embarazo, al parto y a los dieciocho años siguientes con un hijo, si no contaba con la amistad que la había sostenido durante los diez años anteriores?

      –Ven aquí.

      Antes de que ella pudiera reaccionar, él la estrecho en sus brazos, algo que a ella siempre le había gustado, pero que ahora le resultaba distinto.

      Muy distinto. Su torso le produjo cosquillas en sitios en que no debería producírselas. Se apartó de él, destrozada por no poder abrazarlo, porque las cosas hubieran cambiado sin su consentimiento.

      Él la miró con expresión dolorida, pero se rehízo y se cruzó de brazos.

      –¿Así que ahora no puedo abrazarte?

      –Claro que puedes, si pierdes diez kilos de músculo –contestó ella, antes de darse cuenta de lo que le decía. Trató de arreglarlo rápidamente–. Quiero que las cosas sean como antes de convertirte en el doctor Sexy.

      Lo cual no era una explicación mucho mejor.

      Él llevaba mucho tiempo siendo el doctor Sexy. Lo que Harper quería decir era como antes de que se ella se hubiera dado cuenta.

      Él sonrió.

      –Creía que te gustaba.

      Así era. Y ese era el problema.

      Dante era uno de los pocos amigos que le quedaban que seguía siendo el mismo de siempre. O eso había creído ella hasta ese momento. No entablaba amistad con facilidad. Cass y Alex, dos de las tres mujeres con las que había creado Fyra Cosmetics, habían pasado a una nueva fase vital, ya que se habían casado y fundado una familia, lo cual era estupendo. No envidiaba su felicidad, pero notaba que la estaban dejando atrás.

      Por eso había decidido tener un hijo sola, sin un esposo que esperara cosas de ella que no podría darle: intimidad, control y una promesa de amor eterno que nadie podía garantizar, ya que el amor solo era una serie de confusas señales químicas cerebrales.

      Los hombres lo complicaban todo.

      –¿Cuántos amigos tengo, Dante? Te será fácil calcularlo, ya que no se necesito un título universitario para contar hasta cuatro: Cass, Alex, Trinity y tú. Ahora supón que dos de mis amigas acaban de casarse y de formar una familia. Todo cambia a mi alrededor sin que pueda hacer nada para evitarlo. Necesito que tú sigas igual.

      Porque ella era la que ya había cambiado las cosas, la que se había quedado embarazada, por lo que, por defecto, Dante debía ser la constante de la ecuación.

      Pareció que él la entendía.

      –Te da miedo que las cosas cambien.

      –Estoy segura de que es lo que te acabo de decir.

      Él se inclinó hacia ella y la agarró de los brazos.

      –Así es, pero trato de entenderte. Lo que te importa no es que te haya besado, sino que tienes miedo de perder nuestra relación. Pero yo tampoco quiero perderla.

      Sus ojos de color chocolate traspasaron los de Harper y, de repente, a ella no le gustó como la miraba. Sin embargo, siempre la había mirado así, y ella lo atribuía al afecto que sentía como amigo suyo. Pero ahora que él se había salido por completo de

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