Nacionalismos emergentes. Carlos Requena

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Nacionalismos emergentes - Carlos Requena

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      Al pueblo de México, con el deseo de contribuir a una mayor consciencia de su ser nacional y del respeto que debe a todas las naciones.

      ÍNDICE

       PORTADA

       CONTRAPORTADA

       CITA

       DEDICATORIA

       INTRODUCCIÓN

       1. ALGO ESTÁ PASANDO EN EL MUNDO

       2. HACIENDO UN POCO DE MEMORIA

       3. LOS -ISMOS: ANVERSO Y REVERSO DEL NACIONALISMO

       4. GLOBALIZACIÓN FRENTE A NACIONALISMO

       5. LAS CONTRADICCIONES INTERNAS DE LA GLOBALIZACIÓN

       6. EL NACIONALISMO COMO DISCURSO ANTIGLOBALIZACIÓN

       7. EL NACIONALISMO MEXICANO EN LA ENCRUCIJADA DE LOS NACIONALISMOS EMERGENTES

       8. LA LUCHA POR LA IDENTIDAD NACIONAL

       NOTAS

       BIBLIOHEMEROGRAFÍA

       CRÉDITOS FOTOGRAFÍAS

       CARLOS REQUENA

       PÁGINA LEGAL

       PÁGINA DE CIERRE

      El mundo está cambiando

      Parece que el mundo está cambiando con tal intensidad y velocidad que se hace necesario detener un momento nuestra atención y pensar estos cambios, tratarlos de comprender o, como lo propone Moisés Naím en uno de sus más recientes libros, pararnos a repensarlo para tratar de descifrar sus nuevos paradigmas.

      Con la finalidad de contribuir a esas ideas he escrito estas páginas, en las que recojo la opinión y la información de otros autores para incorporarla a mi propia reflexión y compartirla. No lo hago por un impulso básico de comunicación que tenemos todos los seres humanos, sino con un afán solidario de colaborar en su comprensión y en el reforzamiento de nuestra propia conciencia nacional en un mundo que nos condiciona.

      El nacionalismo: un medio para comunicar el poder

      En un interesante libro acerca del poder, Moisés Naím[1] apunta que este se ejerce de cuatro maneras distintas: la primera y más común es el recurso a la fuerza para someter a los demás; la segunda se refiere a un acuerdo plasmado en un código de conducta; la tercera emplea mensajes para comunicarse como, por ejemplo, imágenes simbólicas en la propaganda política; y en cuarto lugar está la relación que se establece entre el que manda y el que obedece basada en la promesa de una recompensa.

      Pues bien, los nacionalismos actuales no son únicamente un resurgimiento de los Estados nación de los siglos XIX y XX, donde predominaban mensajes que seducían al pueblo y se exaltaban los sentimientos de adhesión por medio de símbolos (himnos, banderas, insignias, etcétera). Son fenómenos de una mayor complejidad; tanta como la que caracteriza a los medios de los que dispone la sociedad actualmente para comunicarse. Pues el poder es precisamente eso, un fenómeno comunicativo. El efecto de la expresión del poder puede ser la adhesión voluntaria, la obediencia ciega, el sometimiento forzado o un poco de cada una. Si asumimos que se trata de un fenómeno comunicativo en el que hay un emisor (quien posee el poder, es decir, la capacidad de hacerse obedecer) y un receptor (quien obedece), debemos identificar el tercer elemento que conlleva todo proceso de comunicación humana: el medio, que como dice Naím, puede ser la fuerza, un código, un mensaje o la promesa de una recompensa. Elementos todos que se expresan en el nacionalismo actual.

      Uno de los problemas que de inmediato se manifiesta cuando abrimos las páginas de un periódico impreso o electrónico, o cuando encendemos la televisión para ver los noticieros es que en muchas ocasiones dan una interpretación sesgada al nacionalismo, considerándolo como un fenómeno de barbarie que recurre a la violencia o, como suele decirse hoy, al lenguaje del odio. Lo cual es tanto como reducirlo a uno solo de sus usos en la comunicación del poder.

      El nacionalismo como vehículo para transmitir una orden y ser obedecido no es un recurso demagógico o contrario a la democracia; tampoco es un medio violento para orillar al receptor o destinatario del poder a someterse sin hacer un uso real de su libertad de crítica y decisión. El nacionalismo es un fenómeno propio del poder, como la uña a la carne. Si hablamos de un nacionalismo cultural no podemos separarlo del nacionalismo político; son dos conceptos cuyos linderos se pierden en el horizonte de la realidad.

      Por qué escribir ahora sobre nacionalismos

      Pero ¿por qué escribir sobre un tema como el nacionalismo político y su intrínseca relación con el poder en un mundo dominado por reali­dades cosmopolitas como los macrodatos (big data) o los acuerdos internacionales de intercambio comercial? La pregunta es pertinente, pues la cultura en la que nacen y respiran las nuevas generaciones (los milenials, por ejemplo) tiene poco que ver con ideas y sentimientos sociales de patriotismo. Crecen sabiéndose ciudadanos de la red (netcitizens) antes que miembros de una nación, una etnia o un grupo con un pasado común. Las banderas, los himnos nacionales, los redobles de una banda de guerra, tienen poco que ver con el ciberespacio, donde viven buena parte del día, o con los intereses cosmopolitas del capitalismo global que alimentan su mundo de representaciones culturales y de valores.

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