Nacionalismos emergentes. Carlos Requena

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obedeció a un plan perfectamente estructurado. Eso ha ocurrido en casos muy contados, y lo normal es que se produzca por vía de hecho. Por ejemplo, si en una sociedad regida por la sharía o ley islámica —donde las mujeres deben llevar el rostro cubierto y en ocasiones el cuerpo entero— se escuchan canciones inglesas o francesas que aluden al cuerpo femenino sin demasiado recato, o al menos sin el recato que exige la sharía, es lógico que esa canción altere de alguna manera las costumbres de esa comunidad. Y así, podríamos multiplicar los casos en los que el modelo de vida capitalista y occidental se ha convertido en un agente de cambio para muchas culturas. Para bien o para mal, según se vea y se juzgue, el comercio no solo es un intercambio de bienes, sino también de valores culturales anexos.

      Por ello, el capitalismo doctrinal o práctico ha sido siempre uno de los factores desestabilizadores del nacionalismo, igualmente, doctrinal o práctico, y que en muchas ocasiones ha sido causa de prácticas que marginan a los países que entran en el juego comercial internacional con desventajas de origen, como sucede por ejemplo con la mayor parte de los países africanos y latinoamericanos. Por ello, al abordar cualquier tema relativo al nacionalismo hemos de considerar esa fuente de diferencias y obstáculos para su desarrollo, al que podemos denominar de manera genérica, globalización.

      Es así como en las dos décadas anteriores el nacionalismo se convirtió en un discurso que es visto con rareza, como una ideología un tanto pasada de moda, puesto que lo de hoy es lo global. Pero a partir de la crisis financiera de 2007 y 2008, y de los atentados ocurridos en España y Francia en 2011 y 2015, el interés por lo nacional se volvió a colocar en el centro de la reflexión. Las consignas de defensa de lo nacional frente a lo extranjero aparecían cada vez más, no únicamente en los movimientos de extrema derecha sino en los partidos políticos que enarbolaron esa defensa como causa para allegarse un mayor número de votos en las elecciones. El miedo hizo presa de muchas sociedades democráticas o incluso con un régimen más abierto, que miraron de nuevo al olvidado nacionalismo al que ahora muchos consideran un discurso de salvación, de seguridad y defensa interior, cierre de fronteras o aumento de trabas a la libre circulación de personas de distintas nacionalidades. Un ejemplo evidente es el del vecino país del norte: Estados Unidos de América.

      1.2. La expansión del fundamentalismo nacionalista

      Decíamos que aun cuando no son lo mismo, y en ocasiones difieren de manera radical, actualmente existe una tendencia de los nacionalismos y los fundamentalismos a cruzarse en el camino, que en no pocos casos llegan a converger en intereses e incluso en ideales.

      Algo está pasando en el mundo; algo que desconocíamos y que no previmos que ocurriera de esa manera: un giro hacia ideologías extremas e incluso un aumento de los fundamentalismos.

      El más extremo de ellos, como sabemos, es el islámico y de manera particular una de sus expresiones contemporáneas: el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés). En este sentido dice el ensayista canadiense Michael Ignatieff:

      El autoproclamado Estado Islámico es algo nuevo bajo el sol: terroristas-extremistas con tanques, pozos petroleros, territorios propios y una habilidad escalofriante para dar publicidad a las atrocidades. El poder aéreo es capaz de detener su avance, pero no de derrotarlos, y las fuerzas terrestres con que cuenta Estados Unidos —los peshmergas kurdos— van a tener más que suficiente con defender su patria. En Siria, Assad ha entregado las provincias del desierto al Estado Islámico.[1]

      El fundamentalismo coincide con la ideología nacionalista especialmente en un punto: la reivindicación de la identidad, así como su defensa frente a las invasiones de organizaciones a las que ven como una amenaza. La reacción del nacionalismo ante esa amenaza externa no es necesariamente violenta; en cambio, el fundamentalismo responde con una exclusión radical que habitualmente recurre a la violencia. Grupos como el Estado Islámico recurren a la llamada guerra irrestricta, que es una teoría elaborada por los militares chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui, y que consiste en hacer la guerra a los países enemigos sin hacer distinciones entre población civil y ejércitos regulares o entre campo de batalla y mundo entero. Es la guerra en el más amplio sentido del término: hackers internacionales, tráfico de drogas para afectar la seguridad de las personas y las ciudades, campañas de desprestigio, formación de bloques para fortalecer el ataque por todos los medios, la guerra financiera que subvierte el sistema bursátil y bancario, guerra mediática y, desde luego, como quedó demostrado en el ataque a las torres gemelas de Nueva York, cualquier forma de terrorismo. Todo esto montado en un discurso nacionalista de salvación en el que se suele justificar cualquier medio.

      Los defensores de esta ideología fundamentalista y nacionalista ven a Occidente con recelo y más aún, como un desafío a sus raíces, a su esencia, a sus fundamentos; por ello reaccionan con violencia, pues no exigen la devolución de un bien o de capitales y recursos materiales expropiados, sino de un patrimonio espiritual que para ellos ha sido robado por el consumismo, la promiscuidad, y los intereses inhumanos y crueles de Occidente; una ideología que ha llevado a cabo sistemáticamente una labor de transculturación que los vacía y aliena. El fundamentalismo, en general, se refiere a la expropiación de fundamentos sagrados, inamovibles e innegociables.

      El caso de la guerra en Siria en 2016, agudizada en los últimos meses, ha hecho estallar la política nacionalista anti-nacionalista que, aunque parezca un trabalenguas, es lo que resulta del tratamiento que le dan al problema los rusos y los estadounidenses. Trump, por ejemplo, declaró en su campaña que aun cuando no aprobaba a Bashar al-Ássad le parecía que lo más conveniente era apoyarlo para que acabara de destruir el fundamentalismo islámico y de esa manera se garantizara la seguridad de Estados Unidos. Al margen de que Trump cumpla o no su promesa, lo cierto es que revela un discurso nacionalista nebuloso en el que pueden caber tendencias incluso contradictorias, pues la idea que el ISIS tiene de nación dista mucho de la del presidente estadounidense, sin mencionar las que tienen y proclaman los presidentes ruso y sirio.[2]

      En efecto, la idea de nación no es única ni igual para todos, pues mientras que para algunos se identifica con el Estado territorial (Siria, por ejemplo), para otros es un concepto más amplio que no se ciñe a las fronteras establecidas por medio de acuerdos internacionales, sino que es una comunidad espiritual (como el Estado Islámico) aglutinada en torno a una ley de origen sobrenatural o divino como la sharía. En cambio, para otros países como Estados Unidos, por ejemplo, la nación es un conjunto de intereses vinculados a su cultura y a sus sistemas económico, legal y político.

      En una entrevista con la BBC, el enviado especial de la ONU para Siria, el diplomático ítalo-sueco Staffan de Mistura, dijo que el presidente de EE.UU. tiene razones para querer trabajar con Rusia en contra del Dáesh, que es como se le denomina en ciertos medios al ISIS,[3] pues una victoria a largo plazo contra el Estado Islámico requiere un enfoque que sea completamente nuevo, en el que se incluya la posible alianza entre las dos potencias (EE. UU. y Rusia), pues se corre el riesgo de que ese país árabe se convierta verdaderamente en un Estado Islámico, lo cual pondría en riesgo la paz y la seguridad internacional. Y el temor a que eso ocurra no es infundado, basta ver la mala respuesta que tuvo en la sociedad siria a la llamada de Bashar al-Ássad a la “conciencia nacional y a la unidad para la defensa de su soberanía”. Nadie creyó en esa conciencia ni en el discurso nacionalista del gobernante sirio, en cambio es un hecho que día a día grandes sectores de la sociedad se han unido a las fuerzas yihadistas.[4] Y no precisamente por un sentimiento nacionalista sino sobre todo por el miedo que tienen al ver el debilitamiento creciente de su Gobierno y lo paradójico que resulta invocar una conciencia nacional de unidad mientras que le abre las puertas a los bombarderos rusos.

      En Europa ha surgido una tendencia nacionalista que también se mueve en los terrenos del fundamentalismo, si bien no con un discurso de regeneración de corte religioso: el neonazismo, que ha vuelto a aparecer con renovados bríos en países en los que creíamos que se había cruzado el umbral de la barbarie tribal como Italia, Holanda, Bélgica, Alemania, Francia y Suiza. En este último —ejemplo en muchos aspectos de tolerancia

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