Nacionalismos emergentes. Carlos Requena
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El caso de la prohibición que se hizo en Francia del uso del traje de baño que cubre el cuerpo completo de la mujer excepto la cara, las manos y los pies, llamado burkini ha sido motivo de controversia en medios y redes sociales. La explicación que dio la autoridad francesa tiene algo de racional, pues se refirió a la posibilidad de que ese traje de baño se usara para envolver a la mujer y mantenerla oculta para evitar cometer un posible crimen como el sucedido en Niza el 14 de julio de 2016. Pero lo cierto es que el traje, como se ha dicho, no cubría el rostro; entonces, ¿cuál es la relación entre ese barbijo o velo y un tapujo que supuestamente pone en riesgo la seguridad? En última instancia, como afirmó la diseñadora de esa prenda, una libanesa de origen australiano, una mujer tiene derecho a elegir lo que se pone y nadie debe juzgarla si usa burkini o bikini. Y esta afirmación nos parece pertinente, salvo que esa sutileza sea pretexto para exaltar lo nacional a costa de lo extranjero.
Sea como fuere, lo cierto es que esa prohibición resulta desproporcionada y un tanto preocupante; sobre todo si recordamos que en Francia —que ha sido considerado modelo universal de Estado laico y de tolerancia democrática— ha habido anteriormente disputas en torno al derecho de las niñas de religión musulmana a usar velos de ese tipo en las escuelas, pues al parecer a algunos franceses les molesta la diferenciación cultural y los usos que ellos consideran exóticos y atentatorios contra la identidad nacional. Y no se piense que hablamos solo de la actitud del actual presidente Hollande, incluso Marine Le Pen, candidata del Partido conservador que lleva la delantera en las presidenciales de 2017, defiende el Estado laico y expresa la necesidad de respetarlo, por lo que apoya la prohibición del uso de velos en la vía pública. Como hace algunos años señaló Sylvain Crépon, un politólogo experto en el estudio de los movimientos nacionalistas de ultraderecha, es bien sabido que, en el fondo, al Estado no le interesa la laicidad ni la libertad de expresión que dice defender, sino la exaltación de “lo francés” en detrimento de costumbres ajenas a sus tradiciones nacionales.[16] Es decir, hacer notar el contraste entre un “ellos” (en este caso los musulmanes y los judíos, puesto que aprovechó la ocasión para proscribir la kipá junto a la burka) frente a un “nosotros” (francés, católico, etcétera).
Esas tensiones entre los países occidentales y los que no lo son ha generado un número considerable de movimientos nacionalistas, unos más radicales que otros, pero la mayoría de clara tendencia xenofóbica; y, a su vez, ha desatado la ira de los fundamentalistas islámicos que, en supuesta defensa de sus connacionales en Europa, han atacado desde sus países de origen a quienes manifiestan ideas de intolerancia. El 21 de enero de 2015, el jefe del grupo alemán de los PEGIDA, Lutz Bachmann, renunció a su cargo después de ser atacado por una serie de mensajes en Facebook en los que supuestamente hablaba de los inmigrantes de manera despectiva y denigratoria, llamándoles “animales y escoria social”; según la ley alemana, este tipo de enunciación se clasifica como discurso de odio. Al parecer, el colmo fue cuando este personaje afirmó en su muro de Facebook que la seguridad nacional “hacía necesaria una oficina de asistencia social para proteger a los empleados animales” (los empleados inmigrantes). Ese suceso ha dado mucho de qué hablar a los medios alemanes; últimamente se descubrió un supuesto autorretrato de Bachmann en el que se representa como reencarnación de Adolf Hitler. La imagen se titula “Está de vuelta”, en alusión al libro que lleva ese nombre y que ha dado pie a la realización de una película que provocó gran revuelo social. La imagen y el título se volvieron virales en las redes sociales; no obstante, más tarde se demostró que todo había sido un montaje. En otra ocasión, Bachmann publicó la foto de un hombre que llevaba el uniforme de la organización supremacista blanca estadounidense, el Ku Klux Klan, acompañado del lema: “El KKK mantiene las minorías a distancia”.
Más allá del hecho que tuvo como consecuencia que los fiscales de Dresde abrieran una investigación por sospecha de incitación al odio y a la violencia (Volksverhetzung),[17] lo que aquí se debe resaltar es la expansión de estas ideas que, en mi opinión, obedecen a tres razones fundamentales: en primer lugar, el morbo social que busca la violencia como un remedio a su aburrimiento; en segundo lugar, una verdadera inconformidad de grandes sectores de Alemania (igual que ocurre en Italia, Reino Unido, Turquía y Grecia) con la apertura de las fronteras y la acogida de miles de migrantes que parecen amenazar la estabilidad de una sociedad bien acomodada y con referentes de estabilidad muy claros (la ley, la frontera, la nacionalidad, la ciudadanía, etcétera). Y, por último, un sentimiento general de añoranza por lo nacional, lo propio, lo nuestro, acrecentado seguramente por la irrupción de políticas de mercado que, en muchos casos, no han traído los resultados de bienestar que se esperaban, o al menos no para la gran mayoría de la población de los países incorporados a bloques económicos o continentales como es la Unión Europea.
De cualquier manera, no puede dejar de preocuparnos, especialmente tratándose de Alemania, la fuerza que puede llegar a tener el nacionalismo aunado a una conciencia generalizada de rechazo. Alexander Gauland, líder del movimiento conservador Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland), en Brandeburgo, ha llegado a plantear cuestiones tan espinosas que nos remontan a ideologías que creíamos superadas como, por ejemplo, “espacio de afluencia y cultura de los extraños”, que genera un “flujo de hogar de quienes por generaciones han ocupado este espacio”.[18] En otras palabras, una defensa del espacio vital sin llegar a los extremos del Nacionalsocialismo, pero sí rozando sus linderos; lo cual no solo es motivo de extrañeza sino de preocupación y atención internacional.
Recientemente, un editorial del periódico Reforma señalaba la posibilidad de que, con el triunfo de Donald Trump, este tipo de movimientos radicales en el mundo podrían recibir un impulso al que “habrá que observar con lupa [para saber] cómo reaccionan ahora ante esta victoria del discurso xenófobo, antiinmigrante y proteccionista”.[19] Se refiere, entre otros, a las elecciones de diciembre en Austria, donde Norbert Hofer, conocido político de ultraderecha, estuvo a nada de ganar la presidencia. Asimismo, a los comicios que tendrán lugar en 2017 en Países Bajos, donde se ha presentado a la contienda otro populista de la extrema derecha o, como le llaman algunos analistas, el líder del seudoliberalismo europeo, Geert Wilders, quien ha demostrado su profundo desprecio por el diálogo intercultural y la tolerancia política; con el objetivo de afianzarse en el poder, ha fomentado una retórica del miedo y de resentimiento contra quienes, desde su perspectiva, son los causantes de ese miedo: los musulmanes, así en general, sin matices y con una fuerte dosis de xenofobia.
El peligro de emplear el discurso nacionalista de manera violenta está siempre latente. Como se ha dicho, es una emoción política y, por ende, puede variar si se le estimula para que cambie de dirección de manera intempestiva o para que pase de la emoción a la acción sin que medie el límite de lo racional. Este es el caso de los nacionalismos de carácter negativo; es decir, de aquellos que para afirmar lo propio niegan al otro, y que suele ocurrir en los nacionalismos que se vinculan a identidades raciales o étnicas, como ha ocurrido innumerables veces en la historia. En su última visita presidencial a Europa, el entonces presidente Barack Obama lanzó una señal de alerta ante el auge del nacionalismo étnico, tanto en Europa como en Estados Unidos y en algunos países de Eurasia: “Debemos permanecer vigilantes ante el aumento de una especie vulgar de nacionalismo o identidad étnica o tribalismo que se construye alrededor de un nosotros y un ellos”.[20] Y no le faltaba razón a Obama, pues como después expresó en una rueda de prensa junto al primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, se trata de una amenaza de la que podemos augurar sus resultados funestos, pues “sabemos qué ocurre cuando los europeos empiezan a dividirse y a enfatizar