Nacionalismos emergentes. Carlos Requena

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Nacionalismos emergentes - Carlos Requena

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organizada por el grupo ultraderechista y ultranacionalista Blood & Honour (conocido por su belicismo) en la que alrededor de 5000 jóvenes skinheads manifestaron su odio al enemigo común de Europa: el terrorismo internacional de los países islámicos del norte de África[5] o de lo que en Alemania se ha denominado islamización de occidente. Estas ideas han provocado la reacción de grupos de ultraderecha, que atacan los refugios de inmigrantes de manera violenta;[6] actos que nos recuerdan aquel concepto que desarrolló Hannah Arendt: el enemigo objetivo (objektiven Gegner), es decir, el que ha sido declarado de manera formal y concreta. Esta idea parece latir en los discursos del presidente de un movimiento ultraderechista llamado Frente por la Libertad de Austria, Heinz-Christian Strache, quien afirmó un ideal nacionalista que ha tenido gran resonancia, no como principio ideal sino como consigna que incita a la acción directa: “Somos hermanos europeos y nos hermana el hecho de no querer ser islamizados”.[7]

      Expresión típica de un nacionalismo exacerbado, que en lugar de afirmar una identidad por lo que se es, lo hace señalando lo que no es. Cuestión que, además de su pobreza racional e intelectual, suele ir acompañada de acciones violentas con las que se pretende afirmar el ser nacional.

      El fundamentalismo recurre siempre a un discurso populista, es decir, de exaltación emocional de los fundamentos, de lo que fuimos y ya no somos, de un ser histórico expropiado por un ser extraño y ajeno al espíritu fundacional de la comunidad. “Exacerba el arcaísmo en lo que tiene de fundamental, de estructural y de primordial. Cosas que se encuentran bastante alejadas de los valores universalistas o racionalistas característicos de los actuales detentadores del poder.[8] En el caso de los islamistas puros, como he dicho, se exalta la moral de la sharía amenazada por la cultura invasiva del consumismo capitalista occidental.

      Algo similar podemos encontrar en el fundamentalismo estadounidense (nativismo étnico y religioso del blanco, anglosajón y protestante [WASP, por sus siglas en inglés]), que Trump utilizó en la campaña electoral de 2016 como medio para provocar la adhesión del mayor número de sectores que pudieran votar por él. Lo hizo explícitamente, al hablar de los valores norteamericanos amenazados por el enemigo externo, por el invasor que pone en riesgo la pureza fundacional de la Constitución. Como se ha señalado reiteradamente en diversos medios, lo anterior no hace sino demostrar su ignorancia y desconocimiento de la historia de su país, pues si hay un valor fundacional que distinga a Estados Unidos es la garantía de la libertad del mayor número, tal como lo exponen Adams y Jefferson. Lo cual ha dado lugar a que, históricamente, sea una nación de inmigrantes. Y si bien muchos creímos que su discurso era una estrategia de campaña, la sorpresa fue grande al escucharlo en la toma de protesta el 20 de enero de 2017, donde afirmó que esas ideas constituían el eje de su programa.

      1.3. Partidos nacionalistas en expansión

      Más allá de esos fundamentalismos, que hasta el día de hoy siguen siendo movimientos de minorías, lo que estamos viendo emerger ante nosotros es más bien un tipo de nacionalismo híbrido, en el que parecen converger tendencias colectivistas y populistas, al lado de sentimientos de exclusión, más relacionados en todo caso con el estatismo y el corporativismo de Estado. No es de extrañar, por tanto, que los partidos políticos de derecha en los que se exaltan y defienden valores nacionales sigan ganando terreno en gran número de países.

      Aun cuando hayan surgido en un contexto de decepción causada por los resultados obtenidos por aperturas de fronteras y libre mercado, no siempre son partidos políticos que se sitúen en ese hibridismo. Me refiero a los nacionalismos exacerbados de un buen número de partidos a los que generalmente se les ubica dentro de la derecha, en la cual se incluye erróneamente, la ultraderecha ideológica, que suele ser más radical, y contraria a la democracia.

      Este tipo de posiciones radicales ha proliferado tanto en Estados Unidos como en Europa, y ha llegado a tener una presencia notoria en el Parlamento Europeo, en donde incluso se han expresado opiniones de racismo y xenofobia, en particular entre los representantes del partido Frente Nacional, de Francia; el Partido Nacional Democrático, de Alemania; el Partido de la Libertad de Austria; así como la Liga Norte, en Italia; el Partido por la Libertad, de los Países Bajos; el grupo político polaco llamado Nueva Derecha, que en total se conforma de una representación extremista de 38 diputados de ese cuerpo representativo.[9] Partidos y grupos que, como veremos más adelante, están ganando posiciones en sus respectivos países; al grado que, como lo señala un estudio realizado en Austria “se calcula que en Europa 100 millones de personas piensan de esa manera”.[10]

      Me refiero a ese tipo de nacionalismo que no podemos abordar bajo una óptica confusa: una cosa es el nacionalismo de los partidos de ultraderecha, como aquellos a los que se refiere el informe austriaco, y otro es el nacionalismo que puede ser de derecha o de izquierda. Distinción que me parece pertinente ya que diariamente leemos en los periódicos expresiones que hacen pocos matices y confunden los términos, sin hacer las diferencias pertinentes.

      Lo que aquí quiero resaltar es que hoy, y me parece que en los próximos diez o quince años, la tendencia es hacia el repliegue de los Estados frente a las grandes organizaciones; lo que nos hace suponer que volveremos a escuchar expresiones que teníamos guardadas en el baúl del pasado o en el armario de los temas superados, como, por ejemplo, soberanía nacional, pueblo, nación, patria. Términos que expresan una vuelta a esquemas de gobierno más manejables y quizá a una escala más humana. ¿Cómo resolveremos la posible colisión de gobiernos nacionalistas y sistemas que en muchos aspectos son irreversibles dentro de la globalización? Es una cuestión cuya respuesta no es evidente o convincente, al menos hasta el día de hoy, y que en buena medida constituye el quid de este ensayo.

Primero fue el Brexit y, ahora, la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Solo falta que Marine Le Pen gane los próximos comicios en Francia para que quede claro que en Occidente, cuna de la cultura de la libertad y del progreso, asustado por los grandes cambios que ha traído al mundo la globalización, quiere dar una marcha atrás radical, refugiándose en lo que Popper bautizó la llamada de la tribu —el nacionalismo y todas las taras que le son congénitas, la xenofobia, el racismo, el proteccionismo, la autarquía—, como si detener el tiempo o retrocederlo fuera solo cuestión de mover las manecillas del reloj.Mario Vargas Llosa

      Más allá de matices, lo que es un hecho incontrastable es que el nacionalismo es hoy un tema de debate en todos los países del mundo, tanto en los ricos como en los pobres, en los que cuentan con gobiernos capitalistas o proglobalización, o los de tendencia socialista. En Francia, por ejemplo, durante la Eurocopa 2016 se suscitaron interesantes debates en torno al tema, pues con motivo del juego de este país contra Portugal, se reunió en la Torre Eiffel de París una gran multitud (muchos de ellos pertenecientes a partidos de derecha) en la que se expresaron todo tipo de emociones patrióticas y nacionalistas: los jóvenes tremolaron la bandera de aquel país mientras cantaban con emoción la Marsellesa. Todo como un acto de solidaridad del pueblo francés con las víctimas de la yihad y de exaltación de la unidad nacional como baluarte para hacer frente a los agresores. Tras algunas críticas de los partidos liberales y de izquierda, que acusaron a los organizadores de esa magna reunión de ser belicistas de ultraderecha, estos se apresuraron a responder. Según una editorialista del periódico francés Le Figaro, los nacionalistas acusaron a los proeuropeos franceses, esclarecidos europeístas amigos de la UE y de las decisiones supranacionales de Bruselas (les européistes éclairés), de tomar el camino fácil de identificar al nacionalismo con la violencia, una forma de descalificar a los partidos de derecha que incurre en el grave error, según ellos, de olvidar que un nacionalismo fuerte es la única manera de hacer frente a los ataques del enemigo exterior.[11] Más claro no puede ser, el mundo parece estar dividiéndose entre los defensores de la globalización y los que exaltan como valor olvidado y venido a menos: la nación, que no es necesariamente una disyuntiva radical entre el bien y el mal.

      1.4. El nacionalismo es una emoción política

      Eso que algunos llaman posverdad (post-truth) para definir un cambio de modelo del conocimiento de

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