Nacionalismos emergentes. Carlos Requena

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Nacionalismos emergentes - Carlos Requena страница 8

Автор:
Серия:
Издательство:
Nacionalismos emergentes - Carlos Requena

Скачать книгу

      1.6. El renacer de las emociones políticas

      No obstante lo criticable que es comportarse siguiendo únicamente nuestras percepciones sensoriales —como el color de la piel o los rasgos étnicos—, tampoco es mi deseo proscribir cualquier manifestación emotiva en la vida política y, concretamente, en el desarrollo del nacionalismo.

      ¿Quién puede negar la imagen corpórea de Mahatma Gandhi? Tal como lo señala Nussbaum, este gran líder político sabía que su destino era construir una nación, y que ello no se hace únicamente con discursos. Las personas no somos entes puramente racionales; Gandhi, profundo conocedor de la naturaleza humana, sabía que para llevar a buen término su labor constructora debía dirigirse a seres humanos de carne y hueso, que perciben el poder como un fenómeno en parte racional, pero sobre todo emotivo e incluso mágico o religioso. Por ello, aun cuando fue un escritor prolífico, no fueron sus escritos los que persuadieron al pueblo indio a seguirlo para construir el gran país que debía hacer su aparición en el concierto de las naciones, sino el manejo de una imagen que él mismo encarnaba. “Él pensaba —dice Nussbaum— que el amor a la nación, transmitido a través de símbolos como banderas e himnos, suponía una parte esencial del trayecto hacia un internacionalismo verdaderamente efectivo”.[26] Gandhi es, por tanto, el modelo de un líder nacionalista que se coloca como puente entre la nación y la sociedad. No es un líder que va detrás de su grupo empujándolo por medio de la fuerza o de la acción, sino que encabeza y conduce a su pueblo a la unidad gracias a su autoridad moral.

      Entiendo que afirmar tal cosa en un mundo como el nuestro puede resultar demasiado disruptivo, pues si algo nos caracteriza después de las amargas experiencias de caudillos y conductores (eso significan las palabras duce y führer) del siglo xx es nuestra renuencia a aceptar héroes que pretendan mostrarnos el camino o dotar de sentido al mundo en el que vivimos mediante símbolos de identidad. Sin embargo, el ejemplo de Gandhi, que consideramos aquí a partir del estudio de Nussbaum sobre las emociones políticas, nos revela algo muy distinto a los planteamientos de aquellos dictadores que pusieron en jaque al mundo durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Para Gandhi, despertar la emoción del patriotismo no significaba capitalizar la ignorancia de un pueblo analfabeta en su mayoría. Su concepto de la emotividad patriótica no era una extrapolación frente al desencantamiento racionalizador del mundo occidental, motivaba al pueblo por medio de cantos populares, pero a la vez lo exhortaba a tener una mentalidad crítica, a no permanecer inerte ante la injusticia o la opresión, por ello eligió símbolos que proclamaran la importancia de esta, como Ekla Chalo Re, de Rabindranath Tagore, que decía: “Abre tu mente aprende a caminar solo, no tengas miedo, camina solo”. Además, como dice Nussbaum, su biografía y su propio cuerpo eran expresiones claras de esa rebeldía sana que proponía a su pueblo, porque no se conformaba con el establishment e invitaba a los indios a no tener miedo, a caminar solos, sin la tutela extranjera.

      Podría decirse que Gandhi supo hacer uso de las emociones, pero no para mover a la irracionalidad anarquista, sino a la rebeldía que exigía la independencia de su país, sostenida en un nacionalismo evocativo, entrañable y profundamente patriótico. Supo así construir una nación en torno a una imagen y un sentimiento común de los que él no era más que agente cuya característica principal es preparar a los destinatarios del mensaje político para vivir prescindiendo de él. No se colocó entre su pueblo y la nación, sino a un lado, siempre dispuesto a desaparecer del escenario cuando así lo requirieran las condiciones.

      Por ello, si bien la intención no es hacer aquí una defensa del nacionalismo, no debemos ceder tan fácilmente a esa actitud de pleno rechazo de todo aquello que involucre emociones políticas. Resulta fácil, por ejemplo, sumarse sin demasiada reflexión a la crítica generalizada a Donald Trump; tacharlo sin más de ultraderechista, fascista o pronazi. Es verdad que el Ku Klux Klan y algunos movimientos neonazis de gran impacto —como el de Carolina del Sur— celebraron su triunfo en noviembre del año pasado. También es cierto que ha habido algunos incidentes que la prensa publica con frecuencia, como la pinta de la puerta de una mezquita con el nombre de Trump o el letrero de “Vuélvanse a África” que colocaron en una escuela de Minnesota, en la que la mayoría de los estudiantes son de origen somalí. Pero esos hechos, por más que pudieran sumar cientos, no reflejan la realidad de un país como Estados Unidos, con más de 300 millones de habitantes asentados en un enorme territorio de poco más de 9800 millones de kilómetros cuadrados. No se puede afirmar, por tanto, que el triunfo del actual presidente de ese país se caracterice por esas tendencias, pues para ello sería necesario contar con información estadística y elementos de contexto que nos permitan tener una opinión más acertada. Creo que solo de esa manera podemos formarnos una opinión propia y no adoptar la ajena, únicamente porque está de moda.

      Insistimos, no se pretende defender ni a Trump ni al nacionalismo estadounidense o de cualquier otra parte, sino simplemente llamar la atención del lector sobre la necesidad de no descartar, de entrada y sin más, toda expresión de emociones y sentimientos en la vida política, pues si bien es cierto que hemos llegado a establecer reglas cada vez más claras en materia electoral y en un sinnúmero de campos que se refieren a la convivencia, también es verdad que no debemos desestimar aquellas formas de comunicación política, como el nacionalismo, que nos invitan a tomar una actitud que va más allá del cálculo y la negociación de los intereses personales (asumidos supuestamente por nuestros representantes en los partidos políticos) para ser solidarios con aquellas personas con las que nos ha tocado compartir la existencia.

      No hay oposición tan radical —como a veces pretenden hacernos creer los medios de comunicación— entre la dimensión individual de nuestra existencia (protegida por los sistemas democrático electorales) y la conciencia de formar parte de una comunidad llamada nación, que espera de nosotros algo más que estar ahí, viviendo única y exclusivamente para nuestro propio beneficio o para lograr nuestro bienestar, incluso a costa del sufrimiento de quienes nos rodean. El sentimiento nacionalista nos invita a salir de nuestra comodidad burguesa, de la búsqueda incesante y en ocasiones obsesiva de nuestros intereses pequeñoburgueses. Me refiero a esa actitud de apatía contraria a la política y a la convivencia humana a la que Hannah Arendt identificó con la filosofía del hedonismo, “doctrina que sólo reconoce como reales las sensaciones del cuerpo, es la más radical forma de vida no política, absolutamente privada, verdadero cumplimiento de la frase de Epicuro vivir oculto y no preocuparse del mundo”.[27]

      En este sentido podemos afirmar que el nuevo presidente de Estados Unidos ha desafiado a un sector de la sociedad, ofreciéndole salir de su aislamiento individualista para unirse a un esfuerzo común por restablecer la grandeza que tuvo el país en otro tiempo, es decir para reconstruir la nación. Ha actuado no solo como Chief Executive Officer, sino además, como un auténtico Chief Emotion Officer, modelo empresarial que se ha vuelto una moda en aquel país, donde han descubierto que “el CEO del futuro es un agente de cambio con pasión por avanzar hacia un sueño, cuidando a las personas de su organización y despertando emociones positivas que le permitan alcanzar el éxito individual y colectivo”.[28] Y, en efecto, todo en la apariencia de Trump provoca emociones y resulta desafiante, rompe esquemas y podríamos decir que su afán por ser políticamente incorrecto transmite una emoción especial, casi morbosa, en grandes sectores de la sociedad estadounidense, pues despierta un sentimiento generalizado de suspenso: nunca se sabe a ciencia cierta cómo reaccionará y es impredecible en sus decisiones; si bien, como apuntaba uno de los muchos psiquiatras que se han lanzado a hacerle una prueba sin conocerlo ni preguntarle, “ese tipo de personalidad suele ser audaz y rápida en situaciones difíciles”.[29] Aunque algunos de estos psiquiatras ya le diagnosticaron el síndrome de personalidad narcisista; es decir, un comportamiento obsesivo por la propia imagen y por los logros y éxitos personales antes que organizacionales, su aspecto y su estilo de liderazgo no da esa impresión. Baste con ver su peinado y su apariencia descuidada, sus movimientos un poco torpes y casi distraídos en los escenarios a pesar de tener experiencia en los estudios de televisión; y aunque

Скачать книгу