Nacionalismos emergentes. Carlos Requena
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En otras palabras, el actual presidente de Estados Unidos apela perfectamente a la sensibilidad de buena parte de los votantes: es alto, rubio, exitoso y de malas maneras, displicente y boquiflojo, pero sobre todo supo empatar emocionalmente con quienes le dieron su voto. En un interesante artículo publicado hace unos meses en la revista Psychology Today, el Dr. Paul Thagard[31] llamaba la atención sobre este aspecto:
Donald Trump confundió a los encuestadores y expertos al ganar las elecciones presidenciales de 2016 en los Estados Unidos. ¿Por qué más de 60 millones de personas votaron por él? Los procesos electorales pueden entenderse como una empresa racional basada en el cálculo interesado por parte del ciudadano acerca de cuál candidato conviene más para la realización de sus objetivos personales. Pero las decisiones de voto de la gente a menudo son emocionales y morales, pues votan por quienes tienen o aparentan tener valores coincidentes con los suyos. ¿Cuáles fueron los valores que Trump proyectó que muchas personas encontraron atractivas?
Los valores son procesos mentales cognitivos y emocionales. Combinan representaciones cognitivas tales como conceptos y creencias con actitudes emocionales que son favorables o desfavorables. En el cerebro, los valores son procesos neuronales resultantes de las representaciones cognitivas vinculantes de los conceptos, metas y creencias, junto con las emociones propias del momento.
Los valores no son cualidades efímeras de las personas, sino que forman sistemas de representaciones cargadas de emoción que pueden proporcionar reacciones, decisiones y acciones con coherencia emocional general. La coherencia de los sistemas de valores puede ser visualizada utilizando el método de los mapas cognitivo-afectivos.
¿Acaso no podemos decir que Sarkozy en Francia respondía al modelo de vida de un gran sector de la sociedad francesa, siempre de aspecto impecable y acompañado de una mujer bella y famosa? Era uno más de sus votantes, e incluso sus modos un tanto displicentes le daban el tono de elegancia conductual que respondía a un modelo aspiracional. Ahora, Marine Le Pen ha tratado de suscitar esas emociones repitiendo —como lo hiciera en la posguerra Charles de Gaulle— que ella representa (encarna) “la grandeza de Francia”; y ciertamente, su apariencia hace aparecer en una matrona, como la nación generosa, pero a la vez fuerte. Su fuerza gestual y discursiva produce un sentimiento de seguridad en una sociedad amedrentada por el terrorismo.
Otro tanto podemos decir de destacados líderes del mundo contemporáneo como Hugo Chávez en Venezuela, quien consiguió que dominara un culto a su personalidad siempre desafiante, envalentonada y por momentos bravucona, y siempre orgullosamente nacionalista. Y al margen de lo que se pueda opinar de su gobierno, nadie puede negar que su estilo hierático lograba suscitar una emoción patriótica en la mayor parte de la sociedad venezolana. Los ejemplos podrían continuar: Putin en Rusia, Duterte en Filipinas, y muchos otros ejemplos en los que, al margen de su postura ideológica, nadie podría negar que logran el fin que buscan con su discurso nacionalista.
Ese es el nuevo estilo de liderazgo organizacional que se ha adoptado tanto en el mundo empresarial como en el político. No puede extrañarnos, por tanto, que hoy surjan líderes que recurran al empleo de las emociones no solo para promover el voto en las campañas sino para generar atmósferas de legitimación, solidaridad, confianza, disposición, civismo y respeto. Sobra decir que también pueden emplearse para estimular otras pasiones negativas como el odio, el repudio y el rechazo. Lo cierto es que desde que Daniel Goleman publicó su libro Inteligencia emocional, hace poco más de quince años, ahora todos sabemos y constatamos que esa inteligencia (EQ, por sus siglas en inglés) representa dos tercios del éxito del liderazgo organizacional en comparación con solo un tercio proveniente del IQ.
Ya podrá el lector imaginar el peso que ello tiene en la política, y no me refiero solo a aquellos países en los que el índice de analfabetismo es lamentable sino a todos los países en los que la mayor parte de las personas carece de las herramientas necesarias para emitir un voto estudiado, pensado y analizado. Es algo comprobado por cientos de estudios: las personas emiten sus votos electorales o plebiscitarios por el afecto, la admiración o la fascinación. Sentimientos todos estos que dependen, no de una plataforma ideológica perfectamente estructurada, sino de las habilidades del candidato durante las elecciones o del gobernante una vez que ha obtenido el respaldo popular.
Nuestra propuesta interpretativa del fenómeno nacionalista, tal como ahora lo estamos apreciando en diversas partes del mundo, es que junto al elemento racional o discursivo del nacionalismo atendamos al papel que juegan en la vida política las emociones, y más aún en la promoción de los valores nacionalistas. Este planteamiento tiene como punto de partida el modelo de Daniel Goleman sobre el modelo de inteligencia mixta, que se caracteriza por incluir rasgos de naturaleza racional y analítica junto con capacidades no discursivas, como son las emociones, aspectos que conforman un binomio determinante y a veces dominante de todo proceso de cognición humana.
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