El destape. Natalia Milanesio
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Erotizar la vida.
Descentrar el coito del placer genital.
Reconstruir el coito como cópula.
Airear el sexo guardado en los genitales.
Honrar, sin embargo, tus genitales como una parte aceptada de tu cuerpo aceptado.
Desdramatizar los asuntos sexuales sin banalizarlos.
Aprender a jugar y aprender la importancia del juego.
Hacer el amor siempre que al menos dos personas quieran.
No hacer el amor cuando es otra cosa lo que se quiere hacer.
Hacerlo siempre con, nunca contra.
Separar el sexo de la procreación, pero también de la machada y la resignación, de la agresividad, la competencia o la compensación de agravios.
Saber “técnicas sexuales” pero haberlas olvidado como se olvidan los libros que se aprenden bien.
No hacer de la masturbación un sucedáneo del intercambio.
No hacer del intercambio un sucedáneo de la masturbación.
Dinamitar la edad, el tiempo usurpado por el patriarca.
Hacer en la cama un lugar al humor y a la ternura.
Probar a hacer el amor para conocerse, pero también probar a conocerse para hacer el amor.
Olvidar para siempre las inhibiciones y los récords.
No ser indiferentes al acostarse o no, sin encontrar angustia en ello.
Inventar por el camino un nuevo lenguaje para hablar de esto llanamente, sin la alternancia de la pomposidad y la burla.[2]
Granero me contó que ella y sus colegas sexólogos utilizaban el poema para iniciar la discusión entre los asistentes a los talleres de sexualidad que se popularizaron a mediados de los años ochenta. Yo no pensé mucho más en él hasta tiempo después cuando, organizando mis ideas y releyéndolo en voz alta, entendí la razón por la cual había sido un efectivo disparador del debate en esos talleres. Marqués separa el placer de la procreación, cuestiona la relación entre sexo, moralidad y deber, y relaciona el sexo con el bienestar, la satisfacción, la identidad, los derechos y la libre elección. El poema reflejaba perfectamente los nuevos significados y representaciones sobre la sexualidad que se estaban creando y circulando en el contexto de la democracia y que fueron los componentes centrales del “destape”, como llamaron los argentinos a la incomparable sexualización de la cultura y la sociedad después de 1983. Según la especialista en estudios culturales y medios de comunicación Feona Atwood, una “cultura sexualizada” es aquella que evidencia
una obsesión con los valores, prácticas e identidades sexuales; un cambio público hacia actitudes sexuales más permisivas; la proliferación de textos sexuales; la emergencia de nuevas formas de experiencia sexual; la ruptura aparente de reglas, categorías y regulaciones para mantener aquello considerado obsceno a raya; [y] un interés por escándalos, controversias y pánicos sexuales.[3]
El destape fue el fenómeno sociocultural más importante y explosivo que marcó el regreso de la democracia, una avalancha de imágenes y narrativas sexuales explícitas que apenas unos años atrás la dictadura militar habría considerado vulgares, inmorales, indecorosas y peligrosas. Hasta ahora, y tal como ha ocurrido en otras partes del mundo, las investigaciones sobre el proceso de redemocratización en la Argentina se han focalizado principalmente en la reconstrucción del espacio público, la reorganización del Estado, la irrupción de nuevos movimientos sociales y el resurgimiento de los partidos políticos y los sindicatos. Las cuestiones culturales, en cambio, han recibido mucha menos atención y la sexualidad ha sido casi completamente ignorada. Esta omisión en los estudios de las transiciones democráticas es asombrosa porque, como argumentan los expertos en sexualidad, la relación entre sexo y política es de vital importancia. Por ejemplo, en el contexto de la expansión del fascismo en Europa, según el psicoanalista austríaco Wilhelm Reich, considerado el padre intelectual de la revolución sexual, una sexualidad libre y dinámica era una condición esencial para la democracia; por el contrario, la represión sexual era el complemento ideal de la propagación y consolidación de ideologías totalitarias.[4]
El destape. La cultura sexual en la Argentina después de la dictadura es la primera historia del destape considerado no solo como un fenómeno mediático sino también como un profundo proceso de transformación de ideologías y prácticas sexuales. El destape, cuya influencia y legados perduran en la cultura argentina hasta hoy, se inició tímidamente en 1981 (con la dictadura debilitada pero aún en el poder) y alcanzó su apogeo entre 1983 y 1987. Hacia fines de la década, el escándalo y la novedad iniciales comenzaron a extinguirse. En tanto la primera historia de la sexualidad durante los años ochenta, este libro plantea una pregunta que los historiadores han ignorado: ¿cómo cambiaron la sexualidad y las representaciones y los discursos sexuales con el regreso de la democracia después de años de represión, censura y autoritarismo? Para responderla, este libro toma como punto de partida la idea de la antropóloga Gayle Rubin de que el sexo es siempre político pero que “hay períodos históricos en los cuales la sexualidad es cuestionada de manera más abrupta y es politizada de manera más abierta. En estos períodos, la vida erótica es, de hecho, renegociada”.[5] El destape considera la transición a la democracia en los años ochenta un ejemplo notable de un momento histórico único de renegociación erótica y propone examinar la compleja relación entre democracia, libertad y sexo.
Con el fin de la dictadura, el sexo y los desnudos saturaron todo tipo de publicaciones y el 15% de las revistas vendidas eran eróticas. Las películas porno soft encabezaron las listas anuales de las más taquilleras, las novelas eróticas y los manuales de sexología fueron los libros más vendidos, y el contenido erótico, el doble sentido y los desnudos inundaron los programas de televisión. La Argentina experimentó un exhibicionismo sexual sin precedentes, poniendo en escena y haciendo públicos imágenes y discursos que apenas unos años atrás habían sido censurados por obscenos.[6] El argumento principal de este libro es que el destape fue una transformación vasta y profunda que se manifestó no solo en la sexualización de los medios de comunicación y la cultura popular sino también en la forma en que los argentinos comprendían, discutían y vivían su sexualidad. Para demostrarlo, el libro examina el auge de la sexología y la terapia sexual, la campaña por la introducción de la educación sexual en las escuelas, la expansión de los servicios de planificación familiar y de instituciones dedicadas a la salud sexual y la centralidad de los derechos sexuales en la agenda de feministas y activistas gays y lesbianas.
Mientras en los años ochenta los argentinos usaban la palabra “destape” para referirse casi exclusivamente a la sexualización de los medios y la cultura, mi análisis propone una reconceptualización del término. Hubo, sin duda, un destape en las películas, los programas de televisión, las revistas y los periódicos, las obras de teatro, las publicidades gráficas y televisivas y la literatura, pero también hubo un destape de las mujeres, un destape feminista, un destape gay y un destape lésbico, así como un destape encabezado por sexólogos, educadores sexuales y expertos en salud sexual. Todos estos destapes surgieron en el mismo contexto político, social y cultural posdictadura pero tuvieron motivaciones y objetivos diferentes y participaron y se beneficiaron de la democracia de formas distintas. Juntas, estas diferentes manifestaciones del destape contribuyeron a revelar diversos aspectos de la cultura sexual argentina que estaban ocultos, reprimidos o velados. Y a pesar de semejanzas y coincidencias entre sí, cada destape lo hizo de una manera propia