Innovación pública: Experiencias y retos en Colombia. André-Noël Roth Deubel
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El diseño de política requiere un alto nivel de experimentación, como un proceso experimental en el que la colaboración intersectorial promueve la reflexión crítica sobre estrategias para abordar desafíos complejos y sistémicos (Ansell y Bartenberger, 2016; Ansell y Geyer, 2017).
El proceso experimental está altamente relacionado con el marco de complejidad pragmática (Ansell y Geyer, 2017) como un proceso inclusivo y deliberativo que reconoce la naturaleza compleja e incierta del problema y abarca el potencial de razonabilidad. La cultura de la complejidad pragmática va más allá de la visión positivista (racionalidad, reduccionismo, predictibilidad, determinismo). Es una investigación abierta que concibe el diseño de la política como un proceso colaborativo de resolución de problemas basado en la deliberación, la experimentación, el aprendizaje y la especificidad del contexto, en el que los actores son cuestionados y replanteados conjuntamente en sus valores y comprensión, y donde el poder y las visiones conflictuadas son consideradas como relevantes.
El gran desafío es cómo hacer que dialoguen el pensamiento de resiliencia y el pensamiento de diseño sistémico (no tecnocrático) como una nueva metanarrativa que nos aparte de patrón positivista habitual de toma de decisiones, y al mismo tiempo, los laboratorios de innovación públicas puedan reflexionar sobre los patrones emergentes de la innovación pública. En los procesos de transformación necesitamos generar espacios para la experimentación que faciliten la innovación y la transformación creativa.
¿Qué aportan los laboratorios
de innovación pública?
Los laboratorios de innovación pública son espacios abiertos de experimentación que vinculan diferentes actores (cocreación) y saberes (transdisciplinario y transectorial) que, a través de un proceso iterativo de aprender haciendo, innovan en la forma de abordar problemas públicos complejos y transforman estas ideas en acciones prácticas que aporten valor público. Hay muchos ejemplos en el mundo de los labs de innovación pública: Lab para la Ciudad (Ciudad de México), Alberta Co-Lab (Canadá), Behavioral Insights (Reino Unido), MindLab (Dinamarca), Policy Lab (Reino Unido), Lab Chile, etcétera.
Por tanto, los labs no son herramientas (tools), sino nuevas formas de pensar, hacer y sentir con nuevas bases filosóficas, epistemológicas y ontológicas de intervención pública dentro del paradigma emergente de la transformación. El conceptualizarlo de esta forma (pensamiento resiliente + pensamiento sistémico de diseño) nos ayudará a apartarnos de un diseño tecnocrático que han dominado en muchos laboratorios de innovación pública/ social. De los aprendizajes generados en estos espacios (Kieboom, 2014), es preciso evitar:
• La trampa del solucionismo: es erróneo considerar el enfoque de diseño, que es dominante en términos de diseño industrial o ingeniería, como un conjunto de herramientas que sirve para resolver un problema, cuando el propósito más genuino es abordar las causas profundas de una problemática.
• El punto ciego político: es erróneo considerar que sus prácticas son apolíticas. El diseño de políticas (ideas, causalidad e instrumentos) no puede basarse solo en razones técnicas, sino que debe reflejar valores o coaliciones de intereses necesarias para la adopción de programas y procesos de cambios. Un diseño que no toma en consideración ese entorno no evaluará adecuadamente la verdadera naturaleza del problema y los posibles efectos de una intervención.
• La dictadura de la escala: es erróneo considerar que siempre tiene que escalar, cuando en realidad hay que entender el problema en su contexto y los puntos de apalancamiento que harán posible un cambio.
• La celebración humana del post-it: es erróneo perpetuar la idea de que el cambio es fácil, colorido y alegre, cuando en realidad estos procesos son difíciles, con relaciones de conflicto y poder. Es importante también ser conscientes de que tales espacios de aprendizaje no son inherentemente armoniosos. Mucho se ha dicho sobre la tiranía de la participación y los espacios participativos de poder y dominación (Lefebvre, 1991; Cooke y Kothari, 2001).
Los labs son espacios importantes para la innovación pública y requieren una gran creatividad y flexibilidad; al mismo tiempo, deben estar conectados a las instituciones formales para permitir el aprendizaje y la reflexión, que van emergiendo de la novedad de la experimentación.
Los desafíos en la construcción de los labs:
nuevas capacidades para la transformación
En la construcción de los labs como espacios experimentales, es importante identificar el tipo de capacidades que debemos desarrollar para fortalecer estos procesos emergentes. El primer desafío es generar capacidad de anticipación para gestionar la incertidumbre5, con el fin de movilizar a las personas y transformar las visiones construidas colectivamente en acción. La incertidumbre en la formulación de políticas radica no solo en la imprevisibilidad de los sistemas naturales, sino también en el conocimiento imperfecto sobre el comportamiento humano, así como en la variabilidad e imprevisibilidad inherente de dicho comportamiento. Por ejemplo, más investigaciones e innovaciones tecnológicas ayudarían a reducir la incertidumbre epistémica, mientras que poco se puede hacer para reducir la incertidumbre ontológica. El hecho de que haya múltiples partes interesadas involucradas en el proceso de políticas, cada una con sus propios sistemas de creencias, puntos de vista, preferencias e intereses, y por lo tanto sus propias interpretaciones de la misma información, da lugar a un nuevo tipo de incertidumbre: ambigüedad, “una situación en la cual un tomador de decisiones no tiene una comprensión única y completa para ser manejado” (Brugnach et al., 2008). Para sortear estas dificultades, el pensamiento anticipatorio puede ayudar al proveer un diálogo reflexivo desde una perspectiva intelectual y emocional, lo cual incluye el descubrimiento de los diferentes marcos interpretativos (framings), cosmovisiones subyacentes a nuestro sistema de valores que determinan nuestra acción.
El segundo desafío es generar capacidad de síntesis del conocimiento de una manera transdisciplinaria para comprender el problema. Estas prácticas implican una interacción continua entre actores de diferentes subsistemas sociales (investigación, política, sociedad civil, sector privado) para vincular diferentes perspectivas y tipos de conocimiento (científicos y experienciales), con el fin de alcanzar una comprensión más profunda del problema en la vida real y generar una brújula para una mejor toma de decisiones (Pohl y Hirst, 2008).
El proceso de aprendizaje implica la exploración e integración de conocimiento útil, ya sea tácito o codificado, para una comprensión más profunda de un problema, una mejor toma de decisiones y, por lo tanto, la transformación (Westberg y Polk, 2016). La base conceptual más relevante para la transdisciplinariedad es la visión sistémica del problema como proceso de construcción social y aprendizaje en acción (Hirsch et al., 2010) como dos actos inseparables y simultáneos (Westberg y Polk, 2016). Se rechaza la noción de que el conocimiento puede ser neutral en cuanto a los valores; ello implica relacionar e interconectar hechos, juicios, visiones, valores, intereses, epistemologías, escalas de tiempo, escalas geográficas y visiones del mundo no exentas de conflictos (Bammer, 2013).
El tercer desafío es generar la capacidad de experimentar para desarrollar espacios tangibles en el contexto actual que permitan el cambio. La experimentación requiere el desarrollo y el uso de una gama de herramientas experimentales que van más allá