Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster Top Novel

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acercó a un armario y volvió segundos después con unos papeles en sus manos temblorosas.

      —La policía está en camino —apresuradamente se dedicó a repartir los papeles entre las empleadas del banco.

      Impresionado por su actitud, Armie le preguntó:

      —¿Qué es eso?

      —Instrucciones para después de un robo —respondió, y se dirigió luego a sus empleadas—. Leedlas de nuevo y seguid el procedimiento.

      Armie se sorprendió muchísimo de verla tan al mando de la situación, tan controlada a pesar de lo que acababa de suceder. Al niño le consiguió una piruleta, y repartió latas de refrescos entre los clientes.

      Cuando hubo terminado, se volvió de nuevo hacia Armie y, suspirando, lo recorrió con la mirada. Ni Valerie ni él se habían movido de su sitio.

      —Oh, Armie —lo agarró de un brazo y, como si estuviera tratando con un inválido, lo urgió a moverse.

      —Er… ¿a dónde me llevas?

      —Al baño.

      —¿Por qué?

      —Estás sangrando y además no puedes estar de pie —le quitó la camisa de franela y regó generosamente con agua de la pila el dobladillo.

      Con expresión muy seria, le limpió con la punta del dobladillo mojado la sangre del lado derecho del rostro, encima de un ojo, la sien…

      —Tiene un aspecto horrible.

      Valerie le dejó en silencio el equipo de primeros auxilios sobre el lavabo. Pero, cuando Merissa fue a recogerlo, él le sujetó las muñecas.

      —Cariño, estoy bien.

      Vio que tragaba saliva y sacudía la cabeza, rehuyendo su mirada.

      —Rissy, háblame.

      —No puedo cree que hicieras algo así —frunció el ceño y cerró los ojos.—. Prácticamente lo retaste a que te…

      —Sshh —aquella vocecita rota se cerró como un cepo sobre su corazón. Se acercó aún más a ella, dejándole sentir su fuerza, demostrándole que estaba perfectamente indemne. Porque necesitaba saberlo, y quizá ella también necesitara hablar, le preguntó—: ¿Te golpeó ese canalla?

      Ella asintió.

      Bajando la mirada al botón que casi había saltado de su suéter, Armie sintió que se ahogaba de furia, pero aún así, le preguntó con suavidad:

      —¿Te forzó?

      Su rostro se tensó y tragó saliva convulsivamente.

      —Él… Él dijo que quería…

      —¡La policía está aquí!

      —Es el joven —dijo Armie, esperando animarla—. ¿Sabes? Me cae muy bien.

      Los tensos hombros de Merissa parecieron relajarse un tanto con la interrupción.

      —Sí. Fue de gran ayuda —se lavó las manos en el lavabo—. Bueno, tengo que irme.

      —Lo sé. ¿Hablaremos después?

      Ella estuvo a punto de reírse al oír eso.

      —¿Qué pasa?

      —Que tú siempre quieres hablar —sacudiendo la cabeza, abandonó baño y despacho y corrió a abrir la puerta de la calle. Entraron dos policías de uniforme, con las armas desenfundadas… Pero tras unas cuentas preguntas y un somero examen al local, las guardaron y se concentraron en tomar declaración individualmente a todo el mundo. Uno de ellos insistió en llamar a una ambulancia, pero Armie se opuso. Merissa también se había negado, y por nada del mundo se habría separado en aquel momento de ella. Además, conocía lo suficientemente bien su propio cuerpo como para saber que el golpe de la cabeza no era serio. Tal vez necesitaría algunos puntos, pero probaría a vendárselo primero.

      Poco después apareció un agente del FBI acompañado de los inspectores Logan Riske y Leese Bareden. Afortunadamente, Armie los conocía a los tres a través de Cannon.

      «¡Cannon!», pensó. Diablos. Tenía que llamarlo. Sacó su móvil… pero descubrió que tenía la pantalla destrozada. Maldijo otra vez para sus adentros. Como todos los chicos de su círculo más cercano, siempre llevaba dos móviles, el segundo era para emergencias. Dado que habían formado una especie de patrulla, los móviles supletorios tenían un timbre especial, fácilmente reconocible para cuando se avisaran los unos a los otros. Pero el segundo móvil no lo tenía en aquel momento. Solo podía suponer que lo había perdido durante la pelea.

      Lo estaba buscando cuando Logan se le acercó.

      —Maldita sea, Armie…

      —No es nada —se estaba cansando ya de repetir siempre esa frase a la gente.

      Logan frunció el ceño.

      —Te tomaré la palabra —señaló su móvil—. ¿Se te rompió durante la pelea?

      —Sí. Tenía los músculos demasiado tensos y le latían las sienes—. Necesito avisar a Cannon. Si se entera de esto, se morirá de preocupación hasta que alguien le informe de que su hermana está bien.

      —Yo me encargo de ello. Hazme un favor y siéntate, ¿quieres?

      —Quiero hablar con Merissa.

      Logan lo detuvo.

      —Lo siento. Es el protocolo. Tendréis que declarar por separado. No podemos arriesgarnos a que los recuerdos de unos se vean influenciados por las declaraciones de otros.

      Ya, eso tenía sentido. No le gustaba, pero ansiaba que capturaran a aquellos canallas.

      Miró a su alrededor y, al descubrir que desde el sofá sería capaz de controlar lo que estaba ocurriendo en el despacho de Merissa, donde ella estaba hablando con el agente del FBI, se dirigió hacia allí.

      —De acuerdo —se sentó, y volvió a recurrir a los faldones de su camisa para limpiarse el rostro. Estaba hecho un verdadero desastre y lo sabía.

      —Quédate aquí —le dijo Logan antes de dirigirse al baño, con el móvil en la oreja. Volvió con un puñado de toallas de papel, unas húmedas y otras secas, que dejó sobre la mesa de las revistas—. Cannon quiere hablar contigo.

      —Claro —Armie aceptó el teléfono y dijo de inmediato—: te juro que ella está bien.

      —Ya me lo ha dicho Logan.

      Armie reconoció en su amigo aquel tono de mortal tranquilidad.

      —¿Estás en camino?

      —Sí. Logan me dijo que tendría que esperarla en el coche porque no me dejarían entrar. Pero yo quiero estar allí para cuando acaben de interrogarla. Avísame cuando pueda verla, ¿de acuerdo?

      —Claro.

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