Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster Top Novel

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el bien de su propio orgullo, necesitaba alejarse de él. En aquel preciso instante.

      Pero, tras el abrazo con que se despidió de su hermano y de Yvette, se lo encontró a su lado. Fue terminar de ponerse el abrigo y chocar contra él. Sin molestarse en abrochárselo, deseosa únicamente de escapar, salió a toda velocidad de la casa.

      Por fin sola, se detuvo un momento para recuperarse. El frío aire de la noche la obligó a cerrarse el abrigo y subirse el cuello. Acababa de soltar un profundo suspiro cuando la puerta de la casa se abrió de nuevo y apareció Armie.

      La luz del porche los iluminaba con su resplandor amarillo. Sin abrigo alguno, sin más protección contra el frío que su camiseta, se la quedó mirando.

      —¿Qué… qué estás haciendo? —exigió saber Merissa.

      Él hundió las manos en los bolsillos de sus tejanos.

      —Quería hablar contigo un segundo.

      No y no. Merissa no quería hablar. De todas formas, ya sabía lo que iba a decirle.

      —No es necesario —se volvió para dirigirse hacia su coche y… maldijo para sus adentros, porque Armie le estaba pisando los talones. En la acera, se giró para enfrentarlo—: ¡Armie!

      —Rissy —esbozó una media sonrisa.

      Ella alzó las manos en un gesto de frustración.

      Él se frotó un ojo, luego la nuca. Dejando caer las manos, se la quedó mirando fijamente.

      —Aquel beso…

      Estupefacta, sintió que se quedaba sin aire. Permaneció muy quieta.

      —Hace ya meses de aquello —precisó, como si ella no se acordara, como si no lo hubiera rememorado mentalmente casi sin parar, día tras día—. En el bar de Rowdy…

      —Ya. Lo recuerdo —reconoció. No eran pocas las veces que habría preferido olvidarlo.

      Había intentado ligar con Leese, solo para sacudirse la frustración que le provocaba Armie. Pero Leese era un gran tipo y la había rechazado con elegancia, no sin antes dejarle claro que habría aprovechado gustoso la oportunidad de no haber sabido que tenía el corazón puesto en otro hombre. Desde entonces, Leese y ella se habían hecho todavía más amigos.

      —¿Qué pasa con aquel beso?

      Armie se la quedó mirando durante toda una eternidad. Finalmente se acercó aún más y susurró:

      —Fue la cosa más condenadamente sexy que he disfrutado nunca.

      Oh, Dios. No podía escuchar aquello. No podía alimentar sus esperanzas.

      —Voy a ser sincero contigo.

      Merissa sintió una punzada en el pecho.

      —De acuerdo.

      —Nada me gustaría más que hacerte el amor. Nada.

      ¿Hacerle el amor? Solo el hecho de oírselo decir la hizo reaccionar físicamente.

      Él le acarició la melena y se la echó sobre un hombro.

      —Ni ganar el primero premio de la lotería. Ni un cinturón de campeón del mundo de lucha. Nada.

      Deslizó el pulgar por su cuello, acelerándole el pulso.

      —He pensado sobre ello —añadió—. Mucho.

      —Yo también.

      —Ssh — le puso un dedo sobre los labios para acallarla—. Dudo muy seriamente que estemos pensando en las mismas cosas.

      Merissa ansiaba desesperadamente saber en qué estaba pensando. Armie era conocido por sus excesos sexuales y por la variedad de sus experiencias. Demasiado a menudo se torturaba preguntándose por el tipo de cosas que querría hacer con ella.

      —Y ese es el problema —añadió él.

      Ella quiso gritarle que no había ningún problema, pero sabía que él no le haría ningún caso.

      —Te deseo, Rissy. Eso nunca debería ponerse en cuestión —sujetándole la barbilla, escrutó su rostro y repitió—: Nunca.

      Allí estaba: una implacable esperanza. Sin saber qué decir, asintió.

      —Pero, más que eso, quiero para ti algo mejor que… yo.

      «Espera un momento», se dijo. ¿Qué? No podía estar hablando en serio. ¿Mejor que él? ¿Acaso no era consciente del hombre tan increíble que era? ¿Cómo podía ser? Tenía amigos que le querían. Tenía a Cannon y, maldita sea, su hermano era el mejor hombre que conocía. Cannon nunca se habría hecho tan amigo de un tipo al que no pudiera reputar de estupendo, de genial.

      —Sé que dejarías la casa de tu hermano por mi causa, y eso es lo último que debería ocurrir. No quiero alejarte de tu familia. No quiero que te sientas mal.

      —Demasiado tarde.

      El rostro de Armie se tensó. Bajó las manos y retrocedió un paso.

      —Aquí es donde tienes que ayudarme —con expresión demasiado seria, afirmó—: No quiero hacerte el menor daño: de eso puedes estar segura. Así que primero necesitas establecer tus prioridades.

      Ella sacudió la cabeza. Pero él acabó diciéndose de todas formas:

      —Así que… adelante y búscate un buen tipo. Diablos… —titubeó un poco, pero luego susurró—: Sienta la cabeza, establécete, ten hijos.

      Sin él.

      Era eso lo que había querido decirle. Que hiciera todo eso… sin él. Una renovada ola de furia ayudó a reducir algo de su dolor.

      —¿Crees que no puedo?

      —Sé que puedes —tragó saliva—. Cualquier hombre sería muy afortunado de tenerte.

      Aquello la hizo reír. Cualquier hombre… que no fuera él.

      —¿Te has fijado en mi nuevo look? Quiero decir que… todo el mundo lo ha hecho.

      En voz muy baja, confirmó:

      —Sí.

      —Bueno, pues esta soy yo ahora —se ahuecó el pelo—. Nuevo look, nueva actitud. Incluso podría ascender en el banco —una nueva posición de directora la distanciaría un tanto de Armie. Lo malo era que la distanciaría también de su hermano, sobre todo ahora que estaba a punto de convertirse en tía. Pero no conocía otra manera—. He decidido seguir tus pasos, Armie.

      —Dios.

      —¿Qué pasa? ¿Crees que eres el único que puedes jugar a ese juego, soltarte un poco el pelo? Yo también quiero vivir experiencias —había querido vivir esas experiencias con él, pero por nada del mundo se lo suplicaría—. Sigue tú adelante con tu vida, con la conciencia tranquila…

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