Lucha contra el deseo. Lori Foster
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A ella, sí.
—Insisto en que no te falta nada —remachó Miles. Tanto Brand como él eran morenos de pelo, pero Miles tenía los ojos de un verde claro, siempre estaba sonriendo… y flirteaba con cada mujer que se le ponía a tiro—. Confía en mí.
Leese se pasó una mano por su pelo negro azabache, con un brillo juguetón en sus ojos azules.
—Yo soy más bien de traseros —le guiñó un ojo, como indicándole que el suyo satisfacía sus requisitos.
Era un milagro que pudiera pensar en algo rodeada como estaba por tipos tan atractivos. Su vida habría resultado mucho más fácil si hubiera sentido por alguno de ellos lo mismo que sentía por Armie.
Yvette empezó a echarlos entonces a todos de la cocina.
—La estáis avergonzando. Fuera de aquí.
—Solo estábamos reforzando su autoestima —protestó Brand.
Los hombres se marcharon a regañadientes. Una vez que volvieron a quedarse solas, Yvette seguía sonriendo con un cálido brillo de alegría en los ojos.
Merissa supo entonces que estaba pasando algo. Tanto su hermano como Yvette estaban demasiado alegres. Dejando a un lado su copa, preguntó:
—¿Se puede saber qué os pasa a Cannon y a ti?
Tarareando por lo bajo, Yvette sacó un cuenco y lo llenó de patatas fritas.
—No sé qué quieres decir.
—Oh… oh.
Justo en aquel momento, Armie asomó la cabeza por la cocina.
—Hey, Yvette… —se interrumpió en seco cuando descubrió a Merissa.
Impresionado, Armie recorrió su cuerpo con la mirada, absorbiendo cada detalle. Su pecho se dilató en un lento suspiro. Merissa no se movió. Verlo le producía un efecto completamente distinto que el que experimentaba con otros hombres, como por ejemplo aquellos que acababan de hacerle comentarios sobre su ropa. Esta vez, sin embargo, se trataba de Armie. No quería que su opinión le importara tanto… Pero le importaba.
Demasiado tarde, la mirada de Armie regresó a su rostro y se quedó ya allí. Apretó la mandíbula. Sus oscuros ojos parecían consumirla y, justo cuando sintió que se iba a desmayar por la falta de oxígeno, él se volvió para marcharse.
Claramente Armie no había esperado verla y tampoco lo había querido. Eso le dolió.
Fue Yvette quien lo detuvo.
—¡Armie! Pasa. ¿Qué te apetece beber?
De espaldas a ellas, se quedó inmóvil. Flexionó los músculos de los hombros… y los relajó luego deliberadamente antes de volverse. El calor de sus ojos se había trocado en indiferencia y su arrogante sonrisa casi convenció a Merissa de que se había imaginado la tensión anterior.
—No quiero nada.
Merissa resopló escéptica. No había querido hacerlo. Fue algo involuntario.
Armie clavó de nuevo la mirada en ella.
—¿Hay algo que te parezca divertido, Larga?
Dios, ¡cómo odiaba aquel apodo! Enfatizaba su estatura, pero, lo que era aún peor: demostraba que Armie no la veía como una mujer deseable.
—¿Que no quieres nada, has dicho? —resopló de nuevo—. No me lo creo.
Entrando del todo en la cocina, Armie le dijo a Yvette:
—Tomaré una cerveza.
—Claro —Yvette sirvió un tazón de té sin azúcar. Se lo entregó a Armie, le dio un beso en la mejilla y recogió luego la bandeja para llevarla al comedor.
Armie se quedó mirando el tazón, perplejo.
Merissa aprovechó para contemplarlo. Hasta hacía muy poco se había teñido el pelo de un rubio casi blanco, pero había dejado de hacerlo y en aquel momento había recuperado su tono natural, de un rubio oscuro. No contrastaba ya tan dramáticamente con el marrón chocolate de sus ojos. Lucía tatuajes en los antebrazos y, aunque no podía verlo debido a la camiseta, sabía que se había hecho otro en la espalda.
Llevaba unos tejanos de cintura baja que resaltaban sus estrechas caderas, algo largos sobre sus deportivas. La pechera de su ceñida camiseta ostentaba descaradamente dos palabras: Orgasmos gratis.
Merissa se aclaró la garganta.
—¿No te gusta el té?
—No especialmente —dejó el tazón a un lado y se acercó a la nevera.
Merissa aprovechó que había metido la cabeza dentro para contemplar su cuerpo. Recorrió con la mirada los tatuajes de aspecto étnico que decoraban sus voluminosos antebrazos hasta los codos: adoraba la tersa y tensa piel de sus bíceps. Por un estremecedor segundo, se le subió la camiseta y alcanzó a ver una franja de piel justo encima de sus boxers. Era todo músculo, un espectáculo que siempre conseguía derretirla por dentro.
Se abanicó el rostro.
—Yvette está intentando salvarte de ti mismo.
—Es una causa perdida —masculló Armie mientras sacaba una cerveza y cerraba la nevera. Apoyándose en la mesa, la abrió, se la llevó a los labios… e Yvette se la quitó en cuanto volvió a la cocina.
Muy dulcemente, le dijo:
—Cannon me ha dicho que tienes que seguir una dieta estricta para tu próximo combate.
—¡Pero si todavía faltan dos meses!
—Cannon ya me avisó de que responderías eso.
—¿Ah, sí? — miró a su alrededor, entrecerrando los ojos—. ¿Dónde está tu marido?
Ignorando la implícita amenaza de su tono, Yvette se echó a reír.
Armie abandonó entonces su gesto agresivo.
—Una cerveza no me hará ningún daño, cariño —recuperó la botella—. Te lo prometo.
Yvette no parecía muy convencida, pero terminó cediendo.
—Está bien. Pero solo una —se volvió hacia Merissa—. Hazme un favor, Rissy. Vigílamelo.
Merissa empezó a protestar, pero para entonces Yvette ya había vuelto a marcharse con el cuenco de patatas fritas, dejándola sola en la cocina con Armie.
Con una expresión cuidadosamente aséptica, tensos los músculos, Armie la miró.
Merissa soltó un largo y exagerado suspiro.
—Un Mississippi. Dos Mississippis. Tres Missi…
Armie