Lucha contra el deseo. Lori Foster
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Pero aquella enloquecida manera que tenían de mirarlo, como si fuera una atracción de feria, le estaba sacando de quicio.
Una gota de sudor resbaló por debajo de su casco para deslizarse sien abajo. Se la enjugó con el antebrazo. Le ardían los músculos y más sudor le empapaba el pecho, los abdominales y la columna vertebral. Estaba pensando en algo que decirle a Justice para que retomara el combate cuando percibió su aroma. El leve perfume atravesó el aire del gimnasio, denso de olor a hombres sudorosos entrenando duro.
En un intento por aparentar indiferencia, Armie continuó mirando fijamente a Justice aunque, con su visión periférica, la detectó atravesando la sala. La amplia zancada de sus largas piernas, o su melena oscura aún más larga, no ofrecían lugar a sudas. Tragó saliva, paralizado.
—¿Qué pasa? —inquirió Justice con un tono entre desconfiado y ridículamente alarmado por la fijeza de la mirada de Armie.
Armie sacudió la cabeza… y afortunadamente Merissa desapareció en el pasillo que llevaba a las oficinas.
Soltando el aliento, desvió la mirada hacia el reloj de pared y frunció el ceño. Sí, llevaban combatiendo un buen rato, quizá más de lo que había pretendido. Su capacidad de resistencia era mayor que la media, sobre todo mayor que la de Justice, el gigantón. Se acercó a él.
—Necesitas meter más gasolina en ese tanque.
—Vete al diablo.
Cuando Armie se sonrió, Justice le advirtió:
—Para ya.
Dejó de sonreír para preguntarle, frunciendo el ceño:
—¿Qué te pasa? ¿Estás mosqueado?
Justice se dejó caer al suelo, contra la pared más cercana, y lo fulminó con la mirada.
—No deberías tener fuerzas ni para sonreír, capullo. Deberías estar tan cansado como yo.
Acostumbrado como estaba a entrenar a tope, Armie no pudo menos que apiadarse de él.
—Eres demasiado grande —en tanto que peso mediopesado, él era unos diez centímetros más bajo que Justice y pesaba bastante menos.
—Pues yo no tengo ningún problema con eso.
Agachándose frente a él, Armie le aconsejó en voz baja:
—Nos están mirando, así que deja de gimotear.
Justice miró detrás de él y gruñó por lo bajo.
—Sí. Los peces gordos han vuelto — «malditos cotillas», añadió Armie para sus adentros. Desde que había firmado para la SBC, los capos de la misma lo habían estado analizando como si fuera su última rata de laboratorio—. Levántate, lucha conmigo durante otro par de minutos y lo dejaremos en tablas.
Resoplando, Justice se levantó trabajosamente.
—Friqui de la naturaleza —masculló de nuevo, pero siguió a Armie hasta el centro del ring, y, una vez allí, hizo lo que pudo.
Que fue más bien poco, pensó Armie. Aunque lo cierto era que luchaban por motivos bien diferentes.
Veinte minutos después, recién duchado, Armie estaba listo para marcharse. El tiempo de mediados de febrero era muy frío, así que se caló un gorro en la cabeza todavía húmeda y se puso una gruesa sudadera con capucha. Portando su bolsa de gimnasio, salió con paso precavido a la zona central. A hora tan avanzada del día, los tatamis estaban vacíos. Miles y Brand se turnaban para fregar. La mayor parte de las luces estaban apagadas y solamente seguía allí el núcleo central de amigos, conversando.
Los mandamases de la SBC se habían marchado y, lo que era aún mejor, a Merissa no se la veía por ninguna parte. Probablemente estaría haciendo papeles para su hermano Cannon, el propietario del gimnasio.
Aliviado, se dirigió hacia la puerta. Con un poco de suerte, conseguiría escaparse antes de que alguien lo interceptara y…
—Hola, Armie.
Maldijo para sus adentros. Tras una ligera vacilación, se volvió para enfrentarse al grupo formado por Denver, Stack y Cannon.
—¿Qué pasa? Parecéis los tres mosqueteros. Los tres casados, por cierto.
Stack, que solo llevaba casado un mes, apestaba a satisfacción.
—Claro: está celoso.
Vaya. Dado que moriría antes que admitirlo, Armie replicó:
—Ni hablar.
Denver, otro recién casado, sonrió.
—Y probablemente también se sentirá solo, pobrecito.
Admiradoras, orgías y aventuras de una sola noche no daban como para aburrirse. Tenía reputación de donjuán, y eso era lo que las damas esperaban y querían de él. Eso, y nada más. Miró su reloj.
—Ahora mismo podría sentirme solo con tres estupendas damas si os dignaseis dejarme en paz, palurdos.
Al contrario que los demás, Cannon no se rio.
—¿En serio? ¿Otra vez?
¿Por qué diablos su mejor amigo tenía que mirarlo con aquella cara de decepción? Y, si sabía por qué Armie había hecho aquellos planes, probablemente se mostraría tan enfadado como desaprobador, porque la culpa la tenían sus constantes esfuerzos por dejar de pensar en la hermanita de Cannon. Por lo demás, un cuarteto de aquella clase iba a servir de muy poco. Su obsesión con Merissa parecía acentuarse día a día.
Armie se encogió de hombros.
—Sí, en serio. A no ser que tú tengas un mejor plan que proponerme…
—De hecho, era precisamente por eso por lo que quería hablar contigo.
Vaya, diablos. Eso no se lo había esperado. Se pasó una mano por el pelo.
—Oigámoslo entonces.
—Yvette ha invitado a todo el mundo a pasarse por casa esta noche.
Armie adoraba a Yvette. Era perfecta para Cannon y un encanto de mujer. Pero…
—¿Quién es «todo el mundo»?
—Pues todos los importantes —respondió Cannon con una sonrisa de inteligencia—. Todos los que nos importan a nosotros. Así que no te lo pierdas.
Armie volvió a maldecir para sus adentros. Definitivamente, Merissa contaba entre los importantes. No quería, pero, dada la manera en que los muchachos lo estaban taladrando con los ojos, ¿cómo podría negarse?
—¿A qué hora?