Lucha contra el deseo. Lori Foster
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Justice apareció arrastrando los pies, con su pelo rubio teñido todavía mojado, su perilla necesitada de un buen recorte y sus orejas de coliflor en peor estado que nunca. Golpeó con su hombro el de Armie cuando pasó a su lado.
—Si no hubieras puesto tanta pasión en lisiarme, quizá habrías salido antes y hubieras dispuesto de algo de tiempo para retozar un poco.
—Nenaza —lo acusó Armie con una sonrisa.
—Él tiene razón —intervino Brand mientras empujaba el cubo de la fregona hacia ellos.
Lo secundó Matt, que acababa de sacudir el último tatami.
—Tú sigue combatiendo tan duro y acabarás lesionando a alguien antes de que empiece el torneo.
—Todavía me quedan dos meses —dos meses de libertad que emplearía como quisiera. Armie sabía que existían normas de entrenamiento, pero ese tipo de cosas no eran para él. Nunca lo habían sido y nunca lo serían, al margen de las razones que tuviera para luchar.
—Los combates locales se han acabado. Estamos en otra liga —le recordó Denver.
Como si lo hubiera olvidado…
—Carter Fletcher no es ningún flojo —añadió Miles—. Puede que no te resulte tan fácil batirlo como a los colegas.
—Lo he visto luchar y es imprevisible —comentó Brand, frunciendo el ceño.
Así que su primer rival iba a ser un pez gordo… Estupendo. Armie se encogió de hombros como para aparentar que no le importaba lo más mínimo. Hacía poco que la SBC, la organización más prestigiosa de artes marciales mixtas, prácticamente lo había coaccionado para que firmara con ellos. Cannon había colaborado en la tarea, empujándolo para que diera ese paso una vez que pulverizó todos los récords en los torneos locales.
Y era un paso bien grande, algo para lo que los demás muchachos habían trabajado sin cesar. La SBC pagaba mucho más y proporcionaba un prestigio y una fama enormes. Sus luchadores viajaban por todo el mundo de competición en competición.
Pero a Armie prefería no llamar la atención, lo cual era muchísimo más seguro por múltiples razones. Si no hubiera sido por Cannon…
—Lo hará muy bien contra Carter —afirmó Cannon—. Y que no os preocupe su manera de entrenar. Armie se motiva de manera diferente, eso es todo.
Siempre, de manera incondicional, podía contar con Cannon. Como la única persona que sabía por qué había rehuido fama y fortuna, Cannon lo entendía. No estaban emparentados, pero en la práctica funcionaban como verdaderos hermanos.
Lo cual constituía la segunda y fundamental razón por la que no podía, no debía, desear a Merissa como la deseaba. Cannon protegía a la gente que quería. Y a su hermana la quería muchísimo.
—Se está haciendo tarde —añadió Cannon—. No querrás hacer esperar a Yvette.
Contento del cambio de tema, Armie sacó su móvil.
—Será mejor que haga un par de llamadas para informar a las damas de que no me reuniré con ellas después de todo.
Stack miró a Denver.
—Si eso lo hubiera dicho cualquier otra persona, habría pensado que era un farol.
—El solitario… —ironizó Denver.
Armie se alejó sabiendo que tenían razón.
Merissa Colter se apoyó en el mostrador de la cocina con una copa de vino en la mano, viendo cómo Yvette preparaba una bandeja de carnes frías y quesos.
—¿Seguro que no quieres que te ayude?
Yvette le lanzó una sonrisa alegre.
—No hay tanto que hacer. Además, te has acicalado tanto esta noche que no quiero que corras el riesgo de mancharte.
Mirándose, Merissa replicó:
—Menudo cambio, ¿no?
Yvette asintió con una sonrisa astuta y se limpió las manos en el delantal.
—Es bueno para una chica cambiar de aspecto de cuando en cuando. Y con esas piernas tan largas que tienes, el conjunto que llevas te queda fenomenal.
—Me lo compré con Vanity —Vanity, la mejor amiga de Yvette y en aquel momento la mujer de Stack, era una fanática de la moda—. Fue ella la que insistió en las botas.
—Con tacones —precisó Yvette, animada, ya que Merissa siempre llevaba calzado plano—. Me gusta.
—Lo malo es que soy tan condenadamente alta…
—Como una modelo.
—No sé —dijo, porque más bien solía sentirse desgarbada, no una modelo.
—Confía en mí —le aseguró Yvette mientras colocaba las últimas lonchas de queso en la bandeja—. Causarás sensación. Dejarás a todo el mundo con la boca abierta. Eres muy alta, sí, pero con una figura estupenda.
Merissa casi se atragantó al oír aquello.
—Pues mi talla de sujetador es bastante pequeña….
Un sonido llegó hasta ellas desde el umbral de la cocina y Merissa alzó la mirada para descubrir a Brand, Miles y a Leese mirándola con una sonrisa. Los tres fantásticos, musculosos, muy atractivos.
Pero ninguno de ellos era Armie.
Lo que sentía por ellos, y viceversa, no era en absoluto romántico. Aun así, un rubor se extendió por su rostro. Al fin y al cabo, acababan de oírla hacer un comentario sobre su busto…
Mirando a su alrededor en busca de un arma, Merissa agarró una bayeta y se la lanzó.
—¡Fingid que no habéis oído nada!
—Demasiado tarde —Leese atrapó la bayeta y la dejó sobre el fregadero—. No sé qué es lo que echas de menos, pero yo te aseguro que no te falta de nada —se volvió hacia los otros dos luchadores—. ¿Estoy o no en lo cierto?
—Por supuesto.
—Definitivamente.
Avergonzada, pero agradecida al mismo tiempo por el comentario, Merissa se echó a reír.
—Sois mis amigos. Estáis obligados a decir eso.
—Es la verdad. Te lo juro —insistió Leese antes de sacar tres cervezas de la nevera y lanzar una a Brand y la otra a Miles.
Recorriéndola con una pecaminosa mirada, Brand se alejó hasta el otro extremo de la cocina.
—¿Y ese conjunto? —arqueó una ceja—. Es muy sexy.
De repente se sintió