Lucha contra el deseo. Lori Foster

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corriendo de aquí.

      Retrocedió un paso, perplejo.

      —Yo nunca entro en pánico.

      —Tonterías —se apartó bruscamente del mostrador, viendo cómo relampagueaban sus ojos—. Desde aquel fatídico beso que nos dimos hace ya meses, cada vez que me ves, sales corriendo en la dirección opuesta. Pero no te preocupes, Armie. Estás a salvo de mis malvadas garras. El mensaje me llegó alto y claro —dejando su copa sobre el mostrador, se dispuso a marcharse.

      Pero él la agarró del brazo.

      Su manaza se cerró sobre la parte superior de su antebrazo, cálida, fuerte. Suave pero firme.

      De espaldas a él, con el corazón atronándole en el pecho, Merissa esperó. Él no dijo nada, pero al cabo de unos segundos empezó a mover el pulgar sobre su piel. Aquello casi hizo que se le detuviese el corazón, y… ¿no era sencillamente patético? Él no la deseaba. Se lo había dejado muy claro. Aquella vez, en noviembre, la había besado… para asegurarle a continuación que todo había sido un error. Ahora estaban en febrero y, en todo el tiempo transcurrido, apenas se había dignado mirarla.

      —No pretendía ahuyentarte —se acercó. Lo suficiente como para que ella sintiera la calidez de su cuerpo.

      Reforzando su resistencia, obligándose a recordar su renovada resolución, Merissa se volvió para mirarlo. Su alta estatura, con el complemento de los tacones, la colocaba justamente a su mismo nivel.

      Él se la quedó mirando fijamente a los ojos y bajó luego la mirada hasta su boca.

      Un desesperado anhelo le robó el aliento, convirtiendo su negativa en un susurro:

      —No.

      —¿No? —repitió él, con la misma suavidad.

      Apoyando ambas manos en la pechera de aquella ridícula camiseta, con las palmas sobre su duro pecho, lo apartó.

      —Ya me besaste una vez. Me pareció que había sido esa tu intención… hasta que te dio asco.

      —¿Asco? Para nada.

      Resuelta, se llevó una mano al corazón, con el puño cerrado.

      —Me machacaste, Armie. Me hiciste sentime fatal. Y todo por un simple beso. Así que, efectivamente, lo entiendo. Tú no me deseas. Comprendido. Créeme cuando te digo que no quiero volver a pasar por aquello.

      Antes de que pudiera alejarse, él volvió a sujetarla del brazo.

      Se lo quedó mirando fijamente, deseosa, con una pequeña parte de su ser esperando todavía que él pudiera decir algo que lo cambiara todo.

      No lo hizo. Entornó los ojos y apretó la mandíbula como si estuviera luchando consigo mismo. Luego, por pura fuerza de voluntad, abrió los dedos y la soltó.

      Ahogándose casi de dolor, Merissa se volvió para marcharse… y casi chocó contra su hermano. Su pequeño y musculoso chucho, Muggles, la saludó con un agudo ladrido.

      Canon la atrajo en seguida hacia sí.

      —Oye, ¿estás bien?

      Armie hizo un intento de pasar por delante de ellos y marcharse, pero Cannon, sin acritud, le bloqueó el paso.

      Merissa masculló:

      —Me marcho. Ha sido un día largo y estoy agotada.

      Su hermano le dio un beso en la frente.

      —Está bien —luego, volviéndose hacia Armie, los incluyó a los dos cuando dijo—: pero antes Yvette tiene que anunciarnos algo.

      Con un brazo sobre sus hombros, la guio hasta el salón. Muggles corrió hasta donde se encontraba Yvette, presidiendo la habitación con una sonrisa de felicidad en los labios. La rodeaban sus amigos: Denver y Cherry, Stack y Vanity, Gage y Harper. Los solteros, que eran Leese, Justice, Brand y Miles, habían llegado solos, así que quizá habían sospechado que la fiesta incluiría un anuncio de carácter íntimo.

      Adivinando ya la noticia, Merissa sonrió también.

      —Adelante, ve —le dijo a su hermano—. Estoy perfectamente.

      Cannon la abrazó antes de reunirse con Yvette a la cabecera del salón. Levantó al perro con una mano y pasó la otra por la cintura de su mujer.

      Tan embelesada a esas alturas como Yvette, Merissa ignoró a Armie, que se había colocado a su lado, para concentrarse únicamente en la felicidad de su hermano.

      Apoyando la cabeza sobre el hombro de Cannon, Yvette anunció:

      —¡Estoy embarazada!

      Los gritos resultaron casi ensordecedores, lo que hizo que Muggles se pusiera a aullar todo excitado. Todo el mundo empezó a abrazar a todo el mundo y, de alguna manera… Sí. Merissa terminó abrazada a Armie.

      Él parecía tan anonadado como se sentía ella por dentro, pero eso solamente duró un segundo. Porque de repente sonrió, la alzó en volandas y empezó a girar con ella. Cuando volvió a bajarla al suelo, le sonrió enternecido:

      —Vas a ser tía.

      —Un bebé —las lágrimas le escocían los ojos. No podía dejar de sonreír—. No puedo esperar.

      Cuando Cannon volvió a reclamar la atención de todo el mundo, ambos se volvieron para mirar al frente. Pero, esa vez, Armie mantuvo un brazo sobre sus hombros. De repente fue como en los viejos tiempos, cuando ella era más joven y Armie siempre andaba cerca, gastándole bromas y protegiéndola. La emoción inundó su pecho.

      —Hacía ya algún tiempo que lo sabía —informó Yvette.

      Eso provocó las bromistas quejas de todo el mundo.

      —Tuvimos el combate de Denver, y luego Cherry y él se casaron —explicó Cannon—. Luego Stack y Vanity se fueron a Las Vegas a casarse, y con tanta buena noticia junta…

      —La nuestra podía esperar —continuó Yvette—. Pero ahora estoy feliz de compartirla con todos vosotros.

      —Tiene que haber algo en el aire —comentó Vanity—. La hermana de Stack también está esperando un bebé.

      Denver arqueó una ceja y miró a Cherry, que se apresuró a protestar:

      —No. Yo no. Pretendo seguir disfrutando como esposa por un tiempo.

      Vanity aplaudió su decisión.

      —Muy bien dicho.

      Durante la hora siguiente todo el mundo charló y rio, abordando todos los temas: desde nombres para el bebé hasta el mobiliario de su cuarto o la fiesta que darían cuando se acercara el parto. La comida que había servido Yvette fue devorada en un tiempo récord y Merissa no perdió en ningún momento su buen humor. Tras felicitar a la pareja y comentarles lo feliz que se sentía por ellos, decidió escabullirse. O, al menos, lo intentó. Porque, sin que se dieran cuenta los demás, Armie la siguió.

      Ella,

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