Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster Top Novel

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¿Que las ates? —estar a merced de Armie era algo que no le importaría en absoluto. De hecho, se excitaba solo de pensarlo.

      —Sí —la acercó para darle un beso—. Me lo suplican.

      Merissa evitó su boca y, en lugar de besarlo allí, lo hizo sobre su frente, y luego en el puente de la nariz.

      —La mujer que estuvo aquí esta noche… ¿es eso lo que le gusta?

      —Le gusta que le caliente el trasero —Armie giró la cabeza y frotó la nariz contra su cuello—. Pero no debería contarte esto.

      Al revés: ella lo encontraba fascinante.

      —Así que… ¿la azotas?

      —Sí —le mordisqueó un hombro, y en seguida se quedó inmóvil—. ¿Te gustaría a ti eso?

      —¡No! —declaró, enfática.

      Armie volvió a relajarse.

      —Bien. Por nada del mundo te haría el menor daño. De ninguna de las maneras.

      Conmovida por aquella confesión, Merissa le apretó la cabeza contra sus senos. La manera en que había dicho aquello, «de ninguna de las maneras», le había desatado un torbellino de pensamientos.

      Él había empezado a acercar la nariz a sus pezones y ella le apartó la cabeza para poder mirarlo a la cara.

      Armie le sostuvo la mirada. La suya, llena de deseo, estaba levemente desenfocada.

      —Esperaba que tu dormitorio estuviera lleno de juguetes sexuales.

      —Umm —murmuró él con una sonrisa—. Las chicas se traen los suyos.

      Aquella respuesta la tomó por sorpresa.

      —¿De veras?

      Deslizando las yemas de los dedos todo a lo largo de su brazo, repuso:

      —Bueno, supongo que prefieren encargarse ellas mismas de su limpieza.

      Cuestión de higiene.

      —¡Uf! Demasiada información.

      Él se echó a reír y le dio un beso en la coronilla.

      —¿Cómo puede ser demasiada información cuando me estás interrogando de esta forma?

      —Yo no esperaba que…

      —El sexo es un asunto engorroso —su voz se volvió profunda—. Las mujeres se mojan cuando se excitan, y los hombres se corren —le echó la melena hacia atrás—. Eso lo sabes.

      Sabía de sexo normal y aburrido con hombres a los que no había amado. Sin juguetes sexuales, sin esposas de velcro y, por supuesto, sin azotes. Con Armie no necesitaba de aquellas cosas tan retorcidas, pero quería hacerlo feliz.

      —¿Qué le dijiste a esa mujer…?

      —Es muy maleducado por mi parte ir contando esas cosas…

      Se arrebujó contra él.

      —Pero es que siento mucha curiosidad…

      —Dios… —gruñó.

      Le encantaba la fina capa de vello que cubría sus duros pectorales y que se convertía en una fina línea conforme descendía, dividiendo su torso. Y le encantaba también que respetara a las mujeres lo suficiente como para no querer divulgar sus intimidades.

      Le encantaba su cuerpo y su actitud, su fuerza y su preocupación… Le encantaba todo de él.

      —No siento curiosidad por lo que haces con esa mujer en cuestión, sino en general.

      Él la meció suavemente y le preguntó.

      —¿Por qué no te duermes?

      —¿Te gusta azotar a las mujeres?

      Él gruñó de nuevo.

      —Armie… —insistió.

      Transcurrieron varios segundos. Merissa entrecerró los ojos.

      —Si te quedas dormido, te juro que….

      No se movía. Tenía los ojos cerrados. Merissa resopló. Efectivamente, se había quedado dormido. Podía ver cómo se alzaba y bajaba su espalda con cada profundo aliento. La vista de la magulladura atenuó su indignación.

      Entonces se dio cuenta de que antes, cuando se volvió, se le había bajado un poco el calzoncillo. La cintura se había desplazado sus buenos diez centímetros hacia abajo, por cada lado, mostrando una banda de piel pálida justo encima de sus duras nalgas. Deslizó un dedo a lo largo de toda su espalda, hasta su trasero, y ni aun así se movió.

      ¿Recordaría algo de aquello a la mañana siguiente? Oh, sería algo malvado por su parte, pero casi deseaba que no. Porque sería divertido hacerle pasar un mal rato recordándole, poco a poco, dosis a dosis, todo aquello que habían hablado y la cantidad de veces que la había besado.

      Mientras lo contemplaba dormido, no fueron pocos los sucios pensamientos que asaltaron su mente. Su mirada fue a posarse de nuevo en su trasero medio desnudo.

      Bueno, ella dejaba su firma en todas partes, ¿no?

      Sonriendo, se levantó de la cama para volver al cabo de un momento. La respiración de Armie se había convertido en un ronquido ligero, y no se despertó mientras duró el proceso de la firma.

      Cuando terminó, volvió a meterse en la cama, se arrebujó contra él y se quedó dormida con una sonrisa de felicidad en los labios.

      Armie se despertó lentamente, con la mirada desenfocada y la cabeza más todavía. Nada más moverse, le dolieron varias cosas. Nada nuevo, por lo demás. Entrenaba duro, combatía duro y a menudo se despertaba con los músculos doloridos o lesiones menores. Se desperezó.

      Y de repente recordó.

      Sentándose con un sobresalto, miró el otro lado de la cama y lo descubrió vacío. Salió del dormitorio en un santiamén, buscando hasta que encontró la cafetera en la cocina y la nota doblada apoyada sobre la misma que decía: Rissy estuvo aquí. Maldijo para sus adentros.

      Volviéndose hacia la pila, se refrescó la cara y se esforzó por despabilarse. Recordaba su llegada, recordaba que ella misma lo había guiado al dormitorio…

      Recordaba haberla visto quitándose los tejanos.

      Bajó la mirada y soltó un suspiro de alivio al ver que todavía llevaba los boxers. Eso resultaba muy elocuente, porque no tenía ninguna duda de que se los habría quitado si ambos hubieran estado… ocupados.

      Evidentemente, no lo habían estado.

      Apoyándose en la pila, se estrujó el cerebro hasta que finalmente recordó su estúpido plan. Había pretendido hacerse el dormido tanto para disuadirla de su interrogatorio sexual como para obligarse a sí mismo a mantener las manos

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