Lucha contra el deseo. Lori Foster
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Читать онлайн книгу Lucha contra el deseo - Lori Foster страница 21
Había estado allí con Merissa. Recordaba haberla tocado, besado, tentado… en una especie de duermevela. Recordaba aquellas largas y tentadoras piernas enredadas con las suyas. La textura de su oscura y espesa melena entre los dedos. Sus pezones empujando contra la tela de su camiseta. Su calor, su curiosidad, su deseo…
«Nadie se mete en mi cama así por las buenas, solo porque me desea», recordaba haberle dicho.
«Yo sí», fue su respuesta.
Cuando sonó su móvil, dio un respingo y corrió a contestar. Vio que era Cannon y se preparó para lo peor.
—¿Sí?
—¿Cómo te sientes?
Armie se apartó el teléfono de la oreja, lo miró extrañado y volvió a pegárselo al oído.
—Bien. ¿Por qué?
Cannon se echó a reír.
—Bueno, ayer estuviste en medio de un atraco. Te pegaron en la cabeza y en la espalda.
«Y dormí con tu hermana», añadió para sus adentros.
—Estoy bien —fingió un bostezo—. Acabo de despertarme.
—Ya. Rissy me puso un mensaje hace media hora. Después de todo lo ocurrido, quería hablar directamente con ella. Me pareció que estaba bien, muy como es ella. Me dijo que se iba a su casa a ducharse y a cambiarse de ropa antes de salir para el trabajo, que tú todavía estabas roncando.
Armie se quedó de piedra. Sus aventuras sexuales con mujeres eran numerosas y variadas, pero jamás habían incluido una conversación con el hermano de una.
—Hoy tenemos un huésped especial, ¿crees que podrás darte prisa a venir? —le preguntó Cannon, con humor.
—¿Un huésped especial?
—Jude Jamison.
«Santo Dios», exclamó para sus adentros. Jude era uno de los peces gordos de la SBC. Había sido campeón de lucha antes de retirarse y convertirse en un actor famoso. Cuando le acusaron de homicidio, sobrevivió a un escabroso juicio durante el cual la mayoría del público lo consideró culpable aunque nada pudo demostrarse. Luego se enamoró y finalmente logró lavar su nombre.
—¿Por qué?
—Ya sabes por qué. La organización te tiene en su punto de mira.
Armie gruñó y se frotó sus cansados ojos.
—Esto apesta.
Cannon se echó a reír.
—La mayor parte de los luchadores habrían estado encantados de conseguir llamar la atención de Jamison.
Ya, bueno, pero él no era como la mayor parte de los luchadores. Se acercó a la cómoda, sacó unos calcetines limpios y un chándal y se dispuso a vestirse.
—Iba a tomarme un café y luego, de camino al gimnasio, pensaba reparar mi móvil.
—Harper lo hará por ti.
Harper, que había empezado como voluntaria hasta que se casó con Cage, trabajaba en aquel momento a jornada completa en el gimnasio e iba allí casi tan a menudo como Armie. Dado que la tienda de móviles estaba a media manzana de distancia, probablemente a ella no le importaría acercarse.
—Está bien. Salgo ahora mismo. ¿Te importa que le cambie el agua al canario y me lave los dientes primero?
—Claro. Y dedica unos minutos a llenar el estómago. Tengo la sensación de que Jamison querrá verte entrenar —dicho, eso Cannon dio por terminada la llamada.
—Menudo incordio… —masculló Armie mientras terminaba de ponerse los calcetines. Ya se ducharía en el gimnasio. Preparó su bolsa, se lavó los dientes y se despreocupó de peinarse o afeitarse. Llenó luego un termo de café y tiró el resto a la pila. Tendría que explicarle a Rissy que estaba intentando prescindir de la cafeína.
«No, espera», se dijo. No volvería a tener a Merissa en su casa, así que tampoco necesitaría explicarle ese tipo de cosas…
Por supuesto, el café era perfecto. Todo en ella era perfecto.
Le habría gustado que lo hubiera despertado antes de marcharse. En aquel momento, a pesar de lo que había dicho Cannon, era seguro que iba a pasarse todo el día preguntándose si había dormido o no, o si se sentiría nerviosa e inquieta en el trabajo.
La noche anterior, ella había querido estar con él.
Pero ese día, ¿cómo se sentiría? Masticó una barrita de proteínas de camino al gimnasio. Tan pronto como hubo aparcado, telefoneó a Merissa.
Ella respondió a la tercera llamada con un apresurado:
—¡Hey, Armie!
Sonaba sin aliento, con lo cual se lo quitó a él también.
—¿Te pillo en un mal momento?
—Perdona, es que acabo de salir de la ducha y me estoy vistiendo a toda prisa para poder llegar al banco a tiempo.
La frase vino a insertar una imagen muy nítida en la parte frontal de su cerebro.
—¿Armie?
Ahuyentó la imagen de Rissy envuelta en una pequeña toalla, con la piel todavía húmeda, el rostro acalorado…
—¿Cómo estás?
—Tú y Cannon… —se burló ella—. Estoy bien. ¿Y tú?
—Perfectamente —se interrumpió, pero no se pudo aguantar—. Debiste haberme despertado antes de marcharte.
—Lo siento. Estabas tan dormido… y de todas maneras yo no podía quedarme. Me pareció una lástima que tuviéramos que despertarnos los dos tan pronto —en aquel momento fue ella la que se interrumpió, para luego añadir—: Gracias por haberme invitado a volver esta noche a tu casa. Significa mucho para mí.
Armie se quedó de piedra. ¿Que él la había invitado a volver?
—Termino la jornada a las cinco, pero probablemente se me harán las cinco y media antes de que pueda salir. Luego tendré que ir a casa a cambiarme. O sea que hasta las seis o seis media no podré estar allí. ¿Te va bien? había pensado en cocinar algo para la cena.
—Er… —se esforzó por buscar alguna excusa, pero tenía la mente en blanco y no hizo otra cosa que rascarse la nuca—. Sí, me va bien.
—Genial. Te veré luego entonces —y cortó la llamada.
Armie se quedó sentado en su camioneta, confuso, preocupado y desesperado por verla de nuevo, todo ello a partes iguales.
—Imbécil —masculló para sí mismo y bajó del vehículo.