Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster Top Novel

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un sorbito y esbozó una mueca.

      —Esto mismo. Lo que estás tomando tú.

      Él le pellizcó la barbilla.

      —Tú no bebes whisky.

      —Hoy podría ser un buen día para empezar, ¿no te parece?

      Sí, probablemente. Recorrió con la mirada sus tejanos de pitillo, sus botas sin tacón y su ancha sudadera con capucha, pero no se permitió entretenerse tanto como le habría gustado.

      De camino a la cocina sintió su mirada clavada en su trasero. La sintió… literalmente. Necesitaba ponerse unos tejanos, solo que eso le haría parecer un poco gallina. Puritano incluso.

      Y no era ninguna de las dos cosas.

      Después de servirse otra copa, le sirvió un chupito de whisky y regresó para encontrársela sentada a la turca en el sofá, estrechando un cojín contra su pecho, con la cabeza baja.

      —Hey, ¿qué pasa? —le preguntó con ternura.

      Ella alzó la mirada, con aquellos brillantes ojos azules llenos de tristeza pero también de una gran fuerza y orgullo.

      —¿Te sentarás a mi lado?

      Armie se tensó de pies a cabeza. Muy bien podía haberle preguntado: «¿frotarás tu cuerpo desnudo contra el mío?». Porque su cuerpo reaccionó de la misma manera, para el caso.

      Pero, maldita sea, poseía una cierta capacidad de control y, de alguna manera, la encontraría.

      —Claro —se sentó a su lado, sí, pero a unos veinte centímetros de distancia—. Toma.

      Ella tomó el vaso, bebió un sorbo, esbozó otra mueca y se humedeció los labios.

      A ciegas, él alcanzó el suyo y lo apuró de un solo trago.

      Merissa lo estudió.

      —¿Cuánto has tenido que beber para alcanzar tu actual estado?

      —No lo suficiente —era obvio. Porque en lo único en lo que podía pensar era en estrecharla en sus brazos, en besarla, en tumbarla en el sofá…

      Bajo su cuerpo.

      Ella bajó la vista.

      —¿Sigues pensando en eso, también?

      «¿Sexo?», se preguntó.

      —Sí.

      —Yo no dejo de recordar…

      No, no era el sexo. Soltando un suspiro, Armie le tomó una mano.

      —Quizá deberías haber pasado la noche con Cannon —todavía estaba a tiempo de llevarla hasta allí, llamando un taxi o acompañándola él mismo…

      —No —se acercó a él y deslizó los brazos por su cintura, apoyando la cabeza sobre su pecho.

      Su larga melena le acarició la piel y el resto de su cuerpo tentó su libido. Quiso acariciarla por todo el cuerpo pero, en lugar de ello, se limitó a ponerle las manos sobre los hombros.

      Hasta que ella dijo:

      —Lo siento, Armie, pero en realidad preferiría quedarme aquí contigo.

      Él se apartó con tanta brusquedad que casi se cayó del sofá.

      Permanecieron mirándose fijamente.

      Habitualmente, cuando se oponía a las sugerencias de Rissy, acababa por herir sus sentimientos, lo cual a su vez la hacía enfadar. Pero esa vez no.

      Esa vez sonrió suavemente y volvió a arrebujarse contra él.

      —¿Acaso es pedir demasiado?

      —No —graznó. Nada era demasiado para ella, pero… ¿cómo diablos iba a asimilarlo él?

      —Bien —suspirando, lo abrazó—. Gracias.

      —Er… De nada.

      —Estás realmente borracho, ¿verdad?

      Armie sacudió la cabeza… lo cual hizo que la habitación empezara a dar vueltas a su alrededor. Batallaban el sopor y el deseo.

      —Yo dormiré en el sofá.

      En lugar de discutir, ella bebió otro sorbo, se apretó de nuevo contra él y preguntó:

      —¿Qué estamos viendo?

      Miró la televisión.

      Ella se estiró para recoger el mando a distancia.

      —¿Te importa?

      Se pegaba a él, se alejaba, se volvía a pegar, se volvía a alejar… Aquel bamboleo suyo lo estaba desquiciando.

      —Sírvete tú misma.

       Mientras ella hacía zapping, Armie se preguntó qué era lo que había sucedido. Tan pronto había estado sentado allí solo preguntándose por ella, como al momento siguiente Merissa acababa de poner una antigua película en el televisor y se estaba quitando las botas.

      Con el vaso en la mano, se puso cómoda… apoyándose de nuevo contra él. Al cabo de un segundo, cambió de postura, tomó su brazo para colocárselo sobre sus hombros y se arrebujó aún más contra su pecho.

      —¿Así está bien?

      El corazón estaba a punto de salírsele del pecho y cada músculo de su cuerpo estaba rígido, pero respondió:

      —Claro —y se puso un cojín sobre el regazo.

      —Antes me fijé en que tenías una magulladura terrible en la espalda. ¿Te duele?

      La necesidad sexual aturdió todavía más su cerebro.

      —No —contestó, aunque probablemente al día siguiente lo sentiría.

      Al cabo de una media hora de bendito silencio, durante el cual Armie pudo finalmente poner sus gónadas a descansar, Merissa alzó la cabeza para mirarlo. Se sentía todavía más borracho, aunque tal vez parte de la sensación se debiera a que su abrumador deseo anestesiaba su fuerza de voluntad.

      Intentó resistirse, pero finalmente la miró… y quedó cautivado.

      —¿Qué tal tu cabeza? —le preguntó ella.

      Toda su concentración fue a parar a su boca, y tuvo que luchar contra el impulso de darle un largo, ardiente, húmedo beso. «Piensa, Armie», se ordenó. De repente se le ocurrió una idea.

      —¿Avisaste a Cannon de que te venías a mi casa? —sabía que no lo había hecho porque, si Cannon se hubiera enterado de que su hermanita querida se encontraba en su apartamento, ya se habría presentado a recogerla. Ningún hombre en su sano juicio querría que una pariente

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