Nosotras presas políticas. Группа авторов

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Nosotras presas políticas - Группа авторов Sociología y Política

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luchando hasta el final, y mientras le caían encima con todo, en el asiento de atrás del vehículo que conducían sus captores, se escuchaban los gritos de la Petisa: “VIVA TROTSKY, VIVA LA REVOLUCIÓN PERMANENTE, VIVA POSADAS…”

      Sí, porque la petisa pertenecía al grupo de Posadas, ese trotskista que escribió un libro sobre la existencia de los platillos voladores y toda una teoría para capear la represión. Al menos eso decía la Petisa. Las otras decían que era un loco. Silvia era otra de las truqueras. Guardo gratos recuerdos de ella. Era PRT y había caído con su compañero, el Petiso, que no lo pasó nada de bien, ni afuera ni adentro. La Silvia era una profesional de muy buena facha que decidió “proletarizarse” y terminó igual que todas las que poblábamos el 42, en Villa Devoto, detenidas bajo el Poder Ejecutivo Nacional, el famoso PEN. Por algunos privilegios que podíamos apreciar que ella gozaba, suponíamos que provenía de una familia de recursos, pero por su generosidad las truqueras también podíamos disfrutar de esos pequeños privilegios.

      Cuando ya “La radio del 42” se había apagado y nos cerciorábamos de que todo dormía, nos deslizábamos de nuestros camarotes a los baños. Nuestro salón de juego eran las duchas y donde estaban instalados los lavamanos, lavaplatos y lavatodo. Allí podíamos gozar de un leve rayo de luz… “¡Falta envido!, ¡truco!, ¡truco quiero!”… y un traguito de licor de “manjar”, que era aquél preparado con el alcohol que le contrabandeaban a la Silvia. Siempre sospechamos de la Estela, una celadora encantadora que parecía una buena persona y que a veces parecía estar de nuestro lado.

      Los domingos eran días especiales. Los domingos actuábamos con la Zabala. Ella era la actriz principal y yo el actor principal. Del mismo modo que con “La radio del 42”, era una forma de construir un día de libertad.

      Los días domingos concentrábamos las actividades recreativas: teatro, banquete, los “domingos sociales” en los que nos descubríamos unas a otras nuestras cuitas amorosas, que eran más de las que contábamos para preservar la “imagen revolucionaria”.

      Nuestra querida radio funcionaba todos los días y nos daba desde noticias hasta el horóscopo, comerciales, además de nuestro “rincón romántico”. Otro gran acierto de nuestra creatividad fue la “Banda Brava del 42”. Con tarros con porotos, tenedores y cuchillos recortados y otros inventos para hacer todo tipo y harto ruido, formamos la Banda, y al ritmo del “patito chiquitito no quiere nadar, porque el agua salada…” se insertaban frases dedicadas a los compañeros, los que desde sus celdas individuales, donde metían a 5, nos devolvían con sus canciones. Me recuerdo especialmente del Gabo, un chileno que cantaba como los dioses, “levántate Huenchumán…, Arauco tiene una pena…” y nosotras también…

      Así pasamos los días, en que compartíamos, discutíamos, nos desencontrábamos y nos reencontrábamos, como en los domingos. Las que actuábamos nos metíamos tanto en los personajes que recreábamos desde los de Chaplin hasta Corín Tellado –el Gran Soñador– el viudo dueño del castillo, de rostro enjuto, pantalón de pana y reservado…, la niña pobre, hija de la nodriza, que un buen día parte hacia el Viejo Continente y regresa hecha una mujer hermosa y rodeada de un aire intelectual y dos libros a su haber… y así, con la Pata Bianchi (¿dónde estará?, era la presa política más antigua del pabellón) escribíamos los libretos, ella ponía toda su imaginación y destreza epistolar y yo todos los retazos de las miles de novelas rosas que me había devorado en mis años adolescentes.

      Por la tarde comenzaban a llenarse los palcos con esas bellas jóvenes luciendo las mejores vestimentas que su imaginación podía producir con los pocos recursos que se tenían. Las sábanas se convertían en hermosos trajes de gala. Actores y espectadores, cada cual desde su rol, traspasábamos los barrotes para disfrutar nuestro espacio de libertad.

      Al término de la función nos esperaba el “banquete”, cuya instauración costó una votación porque no todas estaban de acuerdo con donar las migas de los panes diarios que repartía la “fajina”. Pero ganó el sector más lúdico y más hedonista, y no por ello menos revolucionario, del 42, lo que nos permitió darnos esos exquisitos banquetes domingueros.

      Guardábamos la miga del pan y la grasa; a esta última la sacábamos con delicadeza de chef de encima de los preparados que nos ofrecía la poco elaborada cocina de Villa Devoto y que tan amablemente nos repartían los “contraventores”. (Hablar de los contraventores me trae a la memoria a Mami Blue. Era bonita, sufrida, coqueta y porfiada… Salía los viernes en libertad y ya estaba nuevamente de regreso los lunes, con las huellas del trasnoche y los abusos de los gendarmes y de los canas.)

      La grasa, la miga y el dulce de leche se convertían en torta de panqueque, y la miga y el queso en empanaditas fritas de queso. Eso, más el matecito caliente, era un verdadero banquete. Hasta las chinches que nos acompañaban noche a noche ligaban algunas miguitas.

      Por lo general teníamos derecho a una hora de recreo, siempre que no estuviéramos castigadas, algo que era de lo más habitual. A veces porque devolvíamos la comida: en “honor” a la mala comida organizábamos la “Peña del Chorizo Podrido”. O porque le pusieron una bomba a Villar. O porque los combatientes seguían la guerrilla en Tucumán. O porque, porque sí. La cuestión es que pasábamos meses en que no había diarios, visitas ni recreos. El patio era un cuadrado de unos 25 metros cuadrados rodeados de muros altos. Arriba, el cielo inmenso. Cada vez que lo miraba me invadía una sensación de inmensidad, de tanta anchura, y cuando pasaba un avión sobre nuestras cabezas me sentía elevar y traspasar las nubes para transportarme a esa imagen –de la que la Ali se reía– y que representaba más gráficamente mi idea de libertad, esa imagen de la Novicia Rebelde con el fondo musical que me envolvía…

      …y las verdes colinas austríacas me veían aparecer corriendo, con los brazos abiertos y casi rozando el césped… palpando y respirando la libertad…

      —Se terminó el recreo… adentro…1, 2, 3, 4, 5, 6… Palabras que nos hacían volver a cada cual a su rutina, a inventar otro nuevo día, a soñar con nuestro ideal más compartido, el único principio que nos podía unificar: nuestros deseos de libertad, con la esperanza, siempre, de escuchar un día esa frase tan ansiada: “Traslado con efectos”… Y que al día siguiente, cuando se apagaran las luces, al igual que la “bemba”, la radio del 42, en su espacio noticioso, escucháramos: “Esta mañana, muy temprano, casi despuntando el alba, salieron en libertad… la Negra, la Rusa, la Puppy, la Mimí, la Pata…, la Petisa… ahora vamos a comerciales y ya regresamos con más noticias.”

      “Chanchito hoy… chanchito mañana, chanchito sabrosito toda la semana…”

      “La radio del 42”

      “KATY” CATALINA PALMA

      Los conciertos tomaban diferentes matices: a veces cantábamos a viva voz canciones aprendidas en innumerables peñas; es increíble la cantidad que sabíamos de la guerra civil española, de la revolución rusa o La Internacional. Alguien empezaba “¡Cuándo querrá el Dios del cielo que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda!”, para seguir con “¡Agrupémonos toooodos en la lucha finaaal por la internacional!”. Otras contestaban:

      “¡Perón, Perooooón, qué grande sos, mi general cuánto valeeeés…!” Minutos después se armaba un “duelo” que a veces resultaba divertido y otras provocaba ceños fruncidos de enojo por el fastidio que causaban las manifestaciones de las variadas expresiones políticas, por la existencia del sectarismo y el gran apasionamiento con que vivíamos cada una de nuestras experiencias.

      Pero “la sangre no llegaba al río”, ya que cuando Hilda, de San Justo, entonaba el tango “Los mareados”, o arrancaba con “Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón…”,

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