Los Bárbaros 16-17. Группа авторов

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los Bárbaros 16-17 - Группа авторов страница 3

Los Bárbaros 16-17 - Группа авторов

Скачать книгу

hecho el amor con nadie en un año. Me devolviste mi potencia.

      Pensé que Michael era un sádico, pero me negué a largarme.

      —Están buenísimas las costillitas. ¿Te importa si me como las tuyas? —dijo Michael.

      —Adelante —le alcancé mi plato.

      —¿En qué piensas? —me preguntó.

      —Necesito un cigarro, Michael. Anestesia. Drogas.

      —¿Otra copa de vino?

      —Sí, por favor.

      —¡No seas mala, dame una sonrisita!

      —¿¡Una sonrisita!? No sé qué decirte. Aprecio tu honestidad, pero me da en la torre.

      —Perdóname. No pensé que lo ibas a tomar así. ¡Si apenas nos conocemos!

      Así es, enano cabrón, pensé yo, te dejé entrar a mi casa y a mi cama y a mi cuerpo, pero somos virtualmente desconocidos.

      Michael insistió en acompañarme a casa (para recoger una bufanda que había olvidado).

      Me cansé del mercadeo por Internet, que puede ser despiadado, y de la obsesión sexual, que es agotadora. Decidí evitar a los hombres e intentar vivir una vida más tranquila. Entonces, el fracaso de mi matrimonio penetró en mi conciencia y me provocó una gran vergüenza. Sentí que había defraudado a mi familia, a los amigos que nos querían como si mi marido y yo fuéramos uno. La sensación de pérdida era comparable a la que se vive por la muerte de un ser amado, sólo que peor. Con la muerte no hay discusión. Se llora, se llena uno de indignación y de dolor, pero la persona no va a regresar jamás y eventualmente uno se resigna a su desaparición, ennobleciéndola en la memoria, se lo merezca o no. En contraste, en el fracaso del matrimonio el dolor es un recurso renovable.

      Me desquicié. Amenacé con aventarme por la ventana o encerrarme a comer galones de helado. Mi exmarido me recomendó que no me tirara por la ventana, que no comiera galones de helado, y que fuera al gimnasio.

      Alex

      Me cansé de llorar. Volví al internet y esta vez conseguí un amante que me duró más de dos cogidas. Trece, para ser exacta. Alex, de 33 años, tenía una novia que se daba por servida copulando una vez cada tres meses. En cambio, él tenía un apetito sexual inagotable. Nos veíamos cada quince días, durante hora y media. Era insensible a mis horarios y mis necesidades. Me llamaba a avisar que estaba abajo de mi casa, y después no volvía a saber de él en tres semanas. Tenía una sonrisa luminosa y un entusiasmo contagioso por el sexo. Aunque parecía agobiado por sus responsabilidades (era profesor universitario, fotógrafo y tenía demasiadas obligaciones filiales), cuando nos veíamos era un amante dulce y generoso. Tenía la gentileza de no salir corriendo. Me enamoré perdidamente de él.

      Un buen día, después de no haber tenido noticias suyas durante un par de meses, recibí un mensaje en mi celular. La novia lo había descubierto. Prometió que me llamaría en cuanto se calmaran las cosas. Jamás lo hizo. Me sumí en el más recóndito despecho.

      —Eso que tú sientes por Alex no es amor —me informó una amiga—, es una vil infatuación. ¿Cómo vas a estar enamorada de alguien que ni conoces, con el que te acostaste diez veces?

      —Trece, para ser exacta.

      Intenté llamarle, pero había cambiado de número. Le escribí una carta apasionada. A los dos días, me llamó.

      —Me imagino que recibiste mi carta.

      —Sí. ¿Ya cenaste?

      —No.

      —¿Quieres cenar?

      —Sí.

      Nunca habíamos cenado.

      —Escoge un lugar discreto cerca de tu casa.

      —Dame una hora.

      La hora era para bañarme y ponerme mis calzones de encaje negro.

      Había bajado de peso. Le habían salido canas en las patillas. Nos abrazamos torpemente. Me parecía rarísimo que nos viéramos en un lugar público, como una pareja en una cita normal. Yo le conté mis más recientes peripecias cibernéticas y él me contó que la novia había husmeado en su computadora y descubierto que no tenía una amante, sino doce.

      —Claro. Tú siempre tan ocupado. ¿Y cómo reaccionó tu novia?

      —Está fúrica. Quiere hacer un video y entrevistarlas a todas.

      Estoy segura de que acabaríamos todas grandes amigas, clavándole alfileres a su efigie de trapo.

      Alex había cortado con la novia, pero le había prometido que se iba a reformar porque todavía la amaba. Sin embargo, me confesó que recientemente se había acostado con una de sus alumnas de la universidad. Ahora estaba abrazándome enfrente de mi casa.

      —No nos tenemos que acostar. Podemos seguir hablando.

      A los cinco minutos nos estábamos quitando la ropa.

      —¿Traías esos calzones todo el día? —me preguntó.

      —Me los cambié antes de verte.

      —No te voy a poder ver más, lo sabes ¿no? —me dijo.

      —No te voy a buscar más.

      —¿Tú crees que hubiéramos hecho buena pareja?

      Si supieras mis fantasías de felicidad hogareña y bebés con ojitos de miel como los tuyos, pensé. Si supieras cómo rogué que regresaras a mí e intentáramos construir una complicidad cotidiana. sin culpas. En cambio, le dije:

      —Conociéndote, no sé si podría estar contigo. Y no porque hayas

      engañado a tu novia o a mí o a las otras doce ilusas, sino porque te engañas a ti mismo. Andas cogiendo a diestra y siniestra, sembrando el caos en tu vida y la de los demás. ¿De qué huyes? ¿A qué le temes? ¿Por qué no te calmas? Tal vez deberías estar realmente solo por un tiempo para reflexionar por qué haces lo que haces y despejar el desorden que llevas dentro. ¿No crees?

      Amar la casa

      Mariana Graciano

      La new casa

      así le dice mi hijo

      y yo ahora me entero

      de cómo suena

      después de 37 años de departamentos

      de metrópoli

      Estoy conociendo,

      me hago familia

      con todo lo que suena en esta casa nueva:

      La mezcla de idiomas

      Los crujidos de la escalera a la noche

      when

Скачать книгу