Los Bárbaros 16-17. Группа авторов

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Yo quisiera quererlas, pero no me da. De hecho, la otra noche, volviendo a mi jato… Okey, okey, no me distraigo. Sigo. Bueno, te decía que cada vez me siento más imbécil. Corrérmela ya ni siquiera me sirve para jatear en la noche, igual tengo que meterme un shot de algo. Pero por lo menos todavía me sirve para despertarme en la mañana. ¿A ti no te funciona así, como un café en la mañana y como una chela en la noche? Qué raro eres. Yo creo que la paja cumple una función terapéutica y una vez leí un libro donde decían que…. Ya, ya. No te estoy cambiando de tema. Te estoy contando, enfatiza el Gordo. Bueno, pensé que acá, me refiero a la ciudad, me iba a olvidar de esta huevona, pero no. O sea, al comienzo, sí, me olvidé. Pero eso pasa cuando uno recién llega. Todo es nuevo, uno está como eufórico, la ciudad parece infinita, los ríos de gente, con sus pintas alucinantes, los edificios con sus miles de ventanas y uno preguntándose qué estará pasando en cada una de ellas, y todo lo que se ocurre parece una película, un cuento, una novela, dice el Gordo. Pero creo que lo que pasa ahora es que, por lo menos en una de esos millones de ventanas, tengo la certeza de que estoy yo, solo como un huevón. El Gordo se para sin decir nada y va por dos chelas.

      Y, bueno, continúa el Gordo. El otro día, buscando porno, aterricé en un foro donde habían unos huevones hablando de masturbación. No, no de pajas. De masturbación. Ya sabes cómo son los gringos, que se pueden poner recontracientíficos con cualquier tema. Alucina cómo me sentiría de hasta el culo, que me metí para ver si había alguna novedad al respecto. Bueno, estos huevones estaban discutiendo sobre si, en el momento de la paja, les arrechaba la idea de tragarse su propio semen. Efectivamente, recontrapajera la conversa sobre la paja. Evidentemente había un alto nivel de metatextualidad en la reflexión. De hecho, podrías hacer un paralelo con el momento en que Obi Wan… ¡Carajo, deja de asarte! No te estoy cambiando de tema. Y no me grites, mierda. Si me vuelves a gritar, te amenazo. ¿Okey? Ya, tranquilito nomás, huevón. Salud. Las próximas chelas me tocan a mí. Bueno, estos huevones se preguntaban si les arrechaba la idea de tragarse su propio semen, y varios dijeron que sí y que lo habían hecho, pero que se topaban siempre con un problema insalvable: podían calentarse imaginando su propia eyaculación siendo dirigida por ellos mismos a sus propias bocas, lo cual, por supuesto, requiere cierta práctica. El problema, decían estos huevones, se presentaba cuando, con el chorro de lechada atravesando el espacio en una parábola perfecta cual cápsula espacial reingresando a la atmósfera, la idea dejaba de arrecharlos. ¿Entiendes? Te arrechas pensando en tragarte tu eyaculación, pero una vez que eyaculas ya no te interesa. Y hay una brecha, un segundo o menos, de delay, ¿manyas? Sí, esa cara que estás poniendo es la que yo puse. Yo estaba absolutamente alucinado, leyendo esta huevada. Me empecé a cagar de risa yo solo en mi jato. Y de hecho había algunos huevones proponiendo soluciones al problema, pero ya paré de leer porque me pareció que no era buena voz terminar como estos causas. Ni cagando, me dije a mí mismo. No puedes acabar así, God-do, dijo el Gordo, pronunciando la palabra gordo como si tuviera la lengua gorda. Y mira que no le hablé a mi verga, dijo. Porque a la chela le hablo, pero no le hablé a mi verga. Me hablé a mí mismo. Así que seguí buscando cosas y, después de una hora y media leyendo avisos de mujeres que buscaban huevones que no tenían ni mierda que ver conmigo, black guys –como tu café–, asian, latinos, todos in good shape, o cojudas buscando un mutually beneficial arrangement que yo ni cagando estoy en condiciones de darme ni a mí mismo, después de hora y media buscando, te digo, llegué a este aviso que te decía al comienzo, el de la escritora.

      ¡Ya era hora, puto gordo de mierda! Ya vamos tres birras y, encima, no tengo vaina y recién vas a hablarme del aviso. ¿Qué mierda decía el aviso?, le digo y casi se me cae el vaso. Bueno, me dice el Gordo, yo creo que ya es tarde y mañana hay que chambear, así que mejor... Y se caga de risa el boludo. Mira, la huevona escribió una lista de requisitos. Primero, quería un hombre a quien no tuviera que mantener —yo tengo chamba, así que check—, que fuera puertorriqueño —que yo no soy, pero qué chucha, soy peruano y con los boricuas nos entendemos de putamadre— y que fuera capaz de comprender que ella, aun siendo medio boricua, no habla casi nada de español. ¡Pues este pechito está dispuesto a darle clases! Check. Y además busca a alguien que quiera cambiar el mundo aunque sea un poquito. ¡Dijo un poquito, alucina! Y un poquito yo sí puedo, como las huevas, dice el Gordo, feliz. No sé si sonríe porque le encanta la chica o porque se sigue cagando de risa de mi reacción. Y me parece que el búfalo de mierda también se sonríe. Pero no solo eso, continúa el Gordo, quiere a alguien capaz de mantener una conversación y creo que te consta que yo no solo puedo mantener una conversación, sino que puedo hacerla larga como la conchasumadre, ¿no? O sea, otro check. Después dijo que quien contestara tenía que estar obsesionado, así dijo, obsessed with pussy. Yo vi la huevada y dije, oh shit, shit, shit; recontracheck. Y ya hablando de hombres, y esto es crucial, atención Perú, dijo que los prefería sin circuncidar, dijo el Gordo agregando que yo tenía razón en estar intrigado. ¿Por qué? Porque en su experiencia, los hombres sin circuncidar son más amables cuando tiran. Yo me quedé pensando y, solo para estar seguro, me bajé el pantalón inmediatamente y, correcto, constaté que no soy circuncidado, que tengo el nudito del chinchulín en su sitio, dijo el Gordo. Y de hecho pensé que no era la primera vez que escuchaba algo así. Me acordé que cuando recién entré a la universidad, una vez, cheleando en un antro del centro de Lima, una chica pintora que me tenía completamente huevón me dijo que ella tenía esa misma teoría. Bueno, su teoría era un poco más complicada. Ella decía que, además, encontraba cierta relación entre la cara de los hombres y sus vergas. En esa parte no me quise poner ni a pensar, pero yo, todo inocente, todo huevón, le dije que yo no era circuncidado, pensando ¡ya, por fin voy a tirar! ¡Y con una artista de la Universidad Católica! Y la huevona me dijo que no me creía. Yo insistí. Y ella me dijo, a ver, bájate el pantalón. Me dijo que me bajara el pantalón en el antro, ahí mismo. Me agarró de sorpresa. Le dije que no, que había gente en las otras mesas, que fácil me daban vuelta. Ella dijo, anda Gordo, y yo te pongo la siguiente chela. Ah, bueno, dije. Y me puse como al costado de la pared, para que no se ganen los demás pastrulos y borrachos del antro y, bueno, me abrí el lompa, al toque nomás. La huevona chequeó, como que entrecerró los ojos —después me dijo que así chequean el claroscuro los artistas— y asintió. ¿Y cacharon?, le pregunté. No, me dijo el Gordo, con cara de derrota, pero sí me puso las chelas. Sorry, Gordo, qué boludo eres.

      Gracias por la primicia. Oye, me dijo el Gordo, ¿quieres criticarme o quieres que te siga contando? Para decirme boludo con razón te falta escuchar otros episodios igual de emocionantes. En fin, te estaba contando del texto de la escritora. Decía, en su texto, que quien le contestara tenía que estar dispuesto a llevar las cosas de modo más o menos abiertas porque ella necesita libertad para criar su hijo sin interferencia y, también, para ver a otros chicos y chicas. Y yo pensé, bueno, estamos en Nueva York, ¿no? Después, dijo que la libertad sería mutua, y yo pensé, bueno, si me presentas a tus amigas, yo no tengo ningún problema, y ya fácil me presentarás a tus amigos también. Digo, estamos en Nueva York, ¿no? Y al final dijo que quien fuera que contestara tenía que estar dispuesto, también, a escuchar sus historias, historias que podrían sorprender a cualquiera, que pondrían a prueba lo que las personas piensan que está bien y está mal y que muy probablemente harían que uno se diera media vuelta y se fuera sin decir ni chau. Como podrás imaginarte, quiero escuchar esas historias. Todas. Y si me tengo que levantar del asiento e irme, pues ya tendré yo también una historia que contar. ¿Ya ves que debe ser escritora? Y ya me duele la barriga de los nervios. Qué rico. Hacía tiempo que no me dolía así la barriga. Pero esta vez no me voy a bajar el pantalón hasta que ella no se haya bajado el suyo.

      Planes y

      compromisos

      Naief Yehya

      —Te quiero —le dijo.

      Mel sonrió.

      —Te quiero —volvió a decir.

      Ella siguió sonriendo pero desvió la mirada, como buscando algo en otro lugar.

      —Te quiero —volvió a teclear.

      Lo

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