Los Bárbaros 16-17. Группа авторов

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Los Bárbaros 16-17 - Группа авторов

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ansiosamente que posteara algo, cualquier cosa. Estaba confundido y ligeramente mareado. Su esposa le marcó una vez. No contestó y le quitó el sonido al teléfono. Apoyó la cabeza en la mesa y se quedó dormido por un momento. Despertó asustado. Fue al baño y se lavó la cara. Pensó que al volver, Mel estaría ahí. No fue así. El tiempo seguía pasando. Trató de llamar a Mel una vez más. No respondió.

      Dos horas y un litro de café más tarde decidió darse por vencido. Marcó una vez más y escuchó un teléfono sonando, levantó la mirada y en la puerta estaba una chica desaliñada, sin maquillaje, con un vestido de verano arrugado, una chaqueta de cuero y un teléfono que sonaba en la mano. Se miraron, ella rechazó la llamada y sin decir nada se sentó frente a él. Lo sorprendió su apariencia, pero más aún que llevaba el pelo despeinado y negro. ¿Dónde había quedado su cabellera pleateada? Permanecieron en silencio un momento como digiriendo el impacto de estar en carne hueso frente a frente. La mesera se acercó. Mel pidió un té y una tarta de cereza.

      —Es lo mejor que tienen aquí —dijo mientras acomodaba en la banca una mochila y varias bolsas que venía cargando.

      —Debí pedir eso.

      —Tampoco es nada extraordinario.

      —Viniste —dijo él.

      —Tu también.

      Volvieron a quedar en silencio. Ella miraba su teléfono con pesar.

      —¿Y todo esto? —preguntó él, señalando sus cosas.

      —Nada.

      Otro largo silencio. Él también fingió mirar su teléfono, como si buscara algo, hizo como si estuviera enviando un mensaje. Ella dejó el teléfono sobre la mesa. Bebió un trago de té y comió un bocado de su tarta.

      —Me dijiste que me quieres. Ahora lo puedes demostrar.

      —Vine hasta acá lo más pronto posible.

      —Llévame a tu casa en Manhattan.

      —¿Cuándo?

      —¿Cómo cuándo? Ahora mismo.

      —¿Por qué?

      —Tu y yo nos conocemos ya hace mucho. ¿Qué será, ya más de un mes, no? No te voy a contar idioteces ni a mentir.

      —Sí, casi cuatro semanas desde que comencé a ver tu cam show.

      —¿Ves? Por eso te tengo confianza y te quiero proponer que nos volvamos socios. ¿Tú crees que me pondría en peligro exponiéndome con cualquiera? No estoy loca.

      —¿Socios?

      —Sí, mi show está creciendo, pero con más capital y logística puede llegar a estar en el top ten en unas cuantas semanas.

      —¿Y yo qué haría?

      —Primero quiero que seas socio financiero y si las cosas salen bien entre nosotros quizá podamos dar un paso a hacer shows de pareja. Tengo lo que hace falta para llegar ahí, sólo necesito una ayudadita.

      —¿Yo en uno de tus shows? —fue lo que atinó en decir.

      —¿Por qué no? —preguntó con la boca llena de tarta—. Pero, por ahora, necesito un lugar donde quedarme. Me echaron de mi departamento. Un estúpido malentendido.

      —¿Qué pasó?

      —Aparentemente el contrato prohibía explícitamente hacer show sexuales en vivo.

      —No lo puedo creer.

      —Yo tampoco. Entonces, ¿me llevas a tu casa en Manhattan? Puedo montar un estudio temporal en cualquier habitación. Tengo que preparar mi próximo show —dijo mirando la hora en su teléfono.

      —Es que, no vivo en Manhattan.

      —Tú me dijiste.

      —No era del todo cierto lo que dije. Vivo en Brooklyn.

      —Brooklyn, está bien. Me puedo adaptar —se terminó la tarta y dio el último trago a su té. Pidió la cuenta y le preguntó—: ¿Nos vamos?

      —Pero acabo de llegar —dijo, porque no se le ocurrió otra cosa.

      —¿Y qué quieres hacer aquí?

      —No sé. Estar contigo.

      —No seas asqueroso. ¿A qué te refieres?

      —Nada malo, sólo estar contigo.

      —No te preocupes, vamos a estar juntos más de lo que te imaginas. ¿Dónde está tu coche?

      Señaló la calle.

      —Paga y vámonos —dijo, y se puso de pie.

      Pagó la cuenta con efectivo, pensando ingenuamente no dejar rastro. Caminaron al auto. Él sudaba y las manos le temblaban visiblemente. Abrió las puertas. Ella aventó sus paquetes y mochila en el asiento de atrás. Vio que estaba lleno de cochecitos, bates, pelotas y muchas cosas de plástico multicolor.

      —¿Por qué hay juguetes en tu coche?

      Se sentó en el asiento de copiloto y abrió la cajuela de guantes.

      —Aquí hay lápiz labial y maquillaje. ¿Tú usas esto?

      —Creo que tengo que confesarte algo.

      —No te preocupes. Ya me imagino lo que vas a decir. Me lo puedes ir contando en el camino a Brooklyn.

      Encendió el coche. Trató de decir algo, pero Mel estaba mirando su teléfono y levantó la mano para detenerlo. Arrancó. Recordó algunos de los planes sin compromisos reales que había hecho a lo largo de su vida.

      —Tan sólo si alguien en algún momento te pregunta por Tony, puedes decir que lamentas mucho su muerte.

      (Poema para ser visto en el metro)

      Carlos Villacorta

      Nunca hagas contacto visual.

      Los ojos, sin embargo, no nos obedecen

      y disparan nuestra mirada en todas direcciones.

      Nunca hagas contacto visual, mejor escribe versos de estación en estación.

      Por ejemplo, subes en Union Square y dibujas con colores el abecedario

      Pero ya tus ojos la han visto.

      No importa, no es intencional,

      es como el primer verso, palabras que no significan nada.

      La segunda mirada ya es de ella,

      es en realidad un vistazo.

      Quizás

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