El enviado del Reino. Carlos Silgado-Bernal

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El enviado del Reino - Carlos Silgado-Bernal Ciencias Humanas

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a la divulgación de un tema histórico complejo y controversial situado en el centro de la cultura religiosa occidental: la faceta histórica de Jesús de Nazaret, llamado «Cristo».1

      El libro al que me refiero se titula Investigación sobre la vida de Jesús, de Albert Schweitzer —teólogo, médico misionero, músico y filósofo de origen alemán—, en el cual resumía, con un estilo vivaz y erudito, más de doscientos años de estudios sobre la vida de Jesús. Quizás lo que más me impactó del texto de Schweitzer fue el examen minucioso de los trabajos hechos por decenas de autores que habían afrontado el riesgo y las consecuencias de investigar problemas que surgían de la lectura atenta de las fuentes acerca de la vida de Jesús, los textos del Nuevo Testamento. Una tarea en la que convergían el legado de la razón crítica de la Ilustración, el dominio de lenguas de la antigüedad y el entorno de la teología protestante. Aquellos estudiosos, en su mayoría auténticos biblistas, escribieron vidas de Jesús apremiados por interrogantes históricos y se encontraron en la disyuntiva de responderlos con criterios doctrinales, dogmáticos, o con juicios críticos desarrollados trabajosamente por ellos mismos. Se embarcaron en naves cuyo destino no podía preverse del todo porque su aventura intelectual era movida por la investigación y el descubrimiento, y por la reinterpretación legítima a la que ellos conducen.

      Lejos estuve, entonces, de saber que ese elaborado examen —en ocasiones proceloso— no constituía una solución acabada, sino un camino abierto que aquella obra me conduciría a recorrer. Desde esa época de afirmación personal en el criterio y los juicios propios, el libro de Schweitzer adquirió para mí un atractivo que no se ha desvanecido porque se convirtió en un tema auténtico, en una cuestión acorde con mi formación en humanidades y con preguntas que resonaban desde el trasfondo de la educación religiosa de mi infancia y de la enseñanza católica al estilo del Concilio Vaticano II en mis años de secundaria. Entre ellas, una destacaba: ¿cuál era el sentido —racional, existencial, espiritual— del dogma que sostiene que el protagonista de los relatos evangélicos, Jesús de Nazaret, poseía a la vez una doble naturaleza, divina y humana? «Verdadero Dios y verdadero hombre», según reza el Catecismo. Pues bien, el libro de Schweitzer me demostró que tan intrincada cuestión conceptual podía ser —y que, de hecho, lo había sido— investigada desde una perspectiva histórica.

      De esa lectura emergieron, poco a poco y de manera insoslayable, Jesús de Nazaret, sus discípulos, seguidores y antagonistas, y los autores de los relatos del Nuevo Testamento, como sujetos reconocibles en un contexto preciso: el del Israel del siglo I de la era común. El Jesús de Nazaret de los evangelios se convirtió para mí, desde entonces, en una figura histórica vinculada feliz y, a la vez, trágicamente, con su mundo.

      Este cambio de enfoque —con su consecuente distanciamiento de la teología— no fue una casualidad. Desde el siglo XVIII, muchos pensadores, teólogos y escritores se hacían preguntas acerca del origen de los textos bíblicos, sus autores, el ambiente histórico que los había rodeado, su contexto cultural y la exactitud de sus relatos; interrogantes que se extendían a los libros y cartas del Nuevo Testamento. En el origen de este cambio de enfoque se encontraba, también, una reacción contra el abuso de la noción según la cual los textos bíblicos, considerados fruto de la revelación divina, poseían una interpretación única, dictada por la Iglesia; además, dicha interpretación se extendía más allá de la teología a cualquier campo del conocimiento y a toda cuestión ética. Una Iglesia, protestante o católica, constituida como un pilar del Estado. Poderosa como institución, tanto económica como ideológicamente, pero cuya división en confesiones rivales, guerras y disputas, desdecía en la práctica de la alegada exclusividad de su autoridad interpretativa.

      Biblistas y teólogos con una perspectiva histórica, filósofos e historiadores, se dieron desde entonces a la necesaria tarea de la crítica de las fuentes documentales: los intocables relatos evangélicos. Para ello, cruzaron barreras de todo tipo a través del tiempo: lingüísticas, literarias, culturales, de método y pensamiento, de confesión religiosa y perspectiva filosófica. Pasaron de la ignorancia a la investigación hasta establecer un campo del conocimiento de la historia antigua y de la historia de las religiones: el de la interpretación histórica de la figura de Jesús y de los primeros días del cristianismo.

      El libro que ofrezco al lector sigue a grandes saltos este proceso para presentar los aspectos esenciales de la mirada de los historiadores contemporáneos acerca del maestro, sanador y caudillo religioso galileo. Además, le muestra el camino de la investigación crítica moderna de las tradiciones religiosas de la antigüedad.

      La figura de Jesús ocupa un lugar único en la cultura contemporánea. Es objeto de culto religioso masivo e institucional, un elemento distintivo de la identidad nacional de muchos pueblos, modelo ético y fuente de inspiración para miles de millones de personas, referente para varias corrientes de pensamiento e ícono cultural sujeto a innumerables recreaciones artísticas, religiosas y políticas en el pasado y el presente. Ahora bien, en lugar de pretender la elaboración de una biografía, los esfuerzos investigativos se orientan, actualmente, hacia la reconstrucción de una figura inteligible de Jesús, apoyados en métodos que utilizan los relatos del Nuevo Testamento con sentido histórico y los conocimientos recientes sobre aquel periodo: la vida en Israel durante la hegemonía de la civilización grecorromana en el siglo I de nuestra era.

      Llegado a este punto, debo aclarar en qué consiste la investigación histórica acerca de Jesús de Nazaret. Así que elijo, por su precisión, el concepto de Raymond E. Brown —sobresaliente intérprete bíblico estadounidense y sacerdote católico, impulsor del empleo de los métodos histórico críticos en el estudio de los textos del Nuevo Testamento—, quien describió la tarea como «una reconstrucción erudita basada en una lectura bajo la superficie de los evangelios que los despoja de todas las interpretaciones, amplificaciones y desarrollos que pudieron haber tenido lugar en los treinta a setenta años que separaron el ministerio público y la muerte de Jesús de los evangelios escritos. La validez de ese constructo depende de los criterios empleados por los investigadores»2. Como otro destacado autor, de la misma línea confesional y actitud hacia la historia, John P. Meier, llegó a afirmar: «el Jesús histórico es una construcción, una abstracción moderna»3.

      Pero ¿cuáles son esos criterios usados por los investigadores? En algún momento se aceptó, de forma generalizada, que la aproximación histórica a unos hechos, en nuestro caso a la figura real de Jesús, se alcanzaba por el simple acercamiento al pasado, a la fuente más cercana en el tiempo a los acontecimientos. Fuente que se presuponía libre de sesgos y en la que se podría leer, con el conocimiento lingüístico apropiado, la versión fidedigna de las cosas.

      Esa preconcepción acerca de la pureza de las fuentes antiguas —y de las fuentes en general— demostró ser completamente errónea. Los escritos de la tradición se revelaron intrínsecamente vinculados a su momento histórico, al entorno cultural y social, así como a las intenciones de sus autores. Sus fuentes se sometieron a escrutinio; incluso el conocimiento de las lenguas en las que se escribieron los relatos debió ser recobrado. Por consiguiente, la moderna investigación histórica acerca de Jesús de Nazaret se entiende como una recuperación, un rescate de las tradiciones en su contexto. Bart Ehrman —profesor del Departamento de Estudios sobre las Religiones de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, Estados Unidos— sostiene que para entender las palabras y hechos vinculados a Jesús es indispensable «entender su contexto»4; el entorno y el significado están asociados, y su relación es la clave para juzgar una representación como históricamente fidedigna.

      Un reto fundamental para quien se acerca a la vida de Jesús con el interés de comprenderla históricamente consiste en reconocer que su punto de partida es una fuente documental: un conjunto de textos, unas memorias y tradiciones transmitidas en la forma manuscrita de la antigüedad, a partir de las cuales debe alcanzar, mediante un salto conceptual, una interpretación veraz. Este gran paso hacia una nueva mirada, cualesquiera que sean los fines perseguidos por quien indaga, no es

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