Políticas culturales: acumulación, desarrollo y crítica cultural. John Kraniauskas

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Políticas culturales: acumulación, desarrollo y crítica cultural - John Kraniauskas

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de estudios culturales en Inglaterra y en el extranjero, incluyendo Asia y América Latina, como el surgimiento continuo de debates e inquietudes en torno a las fronteras disciplinarias, los valores éticos y artísticos, e incluso la desradicalización y/o disolución de los propios estudios culturales. Mientras tanto, una infinidad de publicaciones —antologías, libros de texto, recopilaciones de análisis (más o menos) concretos y traducciones— abastece las demandas de los maestros y estudiantes de educación superior. Los estudios culturales se han convertido en un complejo ensamblaje institucional que ha arraigado sobre todo en los Estados Unidos e Inglaterra, si bien sus parámetros son de alcance global, con una organización que gira en torno a editoriales de habla inglesa (Routledge, Sage, Minnesotta University Press, Duke University Press, Palgrave), revistas (Cultural Studies, Public Culture, New Formations, Positions, The Journal of Latin American Cultural Studies, Social Text, Differences, Keywords, Traces: A Multilingual Journal of Transnational Cultural Theory, para referir algunas en inglés) y centros pedagógicos clave (desde sus comienzos, en el Birmingham Centre for Contemporary Cultural Studies, pero también en la Open University, el Portsmouth Polytechnic y el Goldsmith’s College en Inglaterra, en las universidades de Duke y Chapel Hill dentro del North Carolina Research Triangle en los Estados Unidos, en el Center for Cultural Studies de la Universidad Nacional Tsing Hua de Taiwán y los programas de varias universidades públicas o privadas en América Latina). Hace pocos años, algunos patrocinadores, como las fundaciones Ford y Rockefeller, se dejaron seducir por los programas y las conferencias de los estudios culturales y les dedicaron fondos originalmente destinados a instituciones y programas de estudios regionales o de área. Hay incluso una especie de star system (con Richard Hoggart, Raymond Williams, Stuart Hall en Inglaterra; y Ángel Rama, Néstor García Canclini, Beatriz Sarlo, Martín Jesús Barbero en América Latina) que proporciona toda una serie de biografías alrededor de las cuales se va tejiendo su propia historia.[1] En otras palabras, hemos asistido a un boom de los estudios culturales.

      A más de medio siglo de la publicación de Culture and society, 1780-1950 (1958) y “La cultura es ordinaria” (“Culture is ordinary”, 1958) de Raymond Williams —el primero es un texto que se despide de una forma tradicional de concebir “la cultura” y “las masas”, mientras que el segundo inaugura otra forma más radical, comprometida y democrática—, los estudios culturales han emergido como un campo de investigación crítica casi imposible de cartografiar, pero que se caracteriza por un conjunto de lenguajes y de historias locales. En su vertiente más radicalmente institucional, ha sido una transdisciplina antidisciplinaria definida por una política que, no obstante haberla subsumido dentro de la cultura en tanto “metacultura” (en palabras de Francis Mulhern), no deja de ser fundamentalmente pedagógica (Mulhern, 1996, 2000: 49-73). Por un lado, los estudios culturales se posicionan sobre todo en las fronteras entre las disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales con la intención de esclarecer cómo se experimentan las relaciones de poder en la cotidianeidad, generando, por ejemplo, un interés renovado en la historia cultural; por el otro, intentan dar respuesta a las demandas de los movimientos sociales, de las instituciones de asistencia social y caridad, e incluso de las de los partidos políticos (en forma de asesoramiento y contribución a las políticas culturales gubernamentales) (Mulhern, 2000: 132-174; Johnson, 1997: 462).[2] En las observaciones que siguen, en vez de intentar identificar qué política revolucionaria, contrarrevolucionaria o reformista se encuentra detrás de tal o cual estudio dentro del campo de investigación, lo que me gustaría más bien es reflexionar acerca de lo que considero sus gestos críticos más importantes —aquellos que juegan un papel en la idea de cultura producida y movilizada por ella— y elaborar un esbozo de su transformación en los últimos treinta y cinco años con el objeto de proporcionar, en los demás capítulos, un contexto inicial que permita reflexionar sobre la teoría cultural transnacionalizada y transcultural. Éste es, por lo tanto, un ensayo sobre la política de la teoría en la teoría: un retrato conceptual en el tiempo.

      El consumo sin producción

      En un importante ensayo publicado en 1988, “La banalidad en los estudios culturales” (“Banality in Cultural Studies”), la crítica australiana Meaghan Morris reconoce el espectro populista que recorre su campo de estudio en la forma de una retórica o estilo repetitivo que parece confirmar no sólo su institucionalización sino también su industrialización como producto intelectual: Morris insistía en que la lectura de un sólo ejemplo de estudio cultural producía la impresión de haber leído todos (Morris, 1988: 3-29). La clave que explica tal experiencia se encontraba, según esta autora, en una sobrevaluación generalizada de la capacidad del “pueblo” para leer creativamente y apropiarse de los productos de la cultura de masas de tal manera que las particularidades de su modo de producción, su forma mercantil y sus determinaciones ideológicas desaparecen. Tal “populismo”, el término político a tener más en cuenta aquí, surge a partir de un simulacro narcisista de identidad “entre el sujeto de conocimiento de los estudios culturales”, por un lado, “y un sujeto colectivo, ‘el pueblo’”, por el otro. Este último, prosigue Morris:

      no tiene las características necesarias que lo definan —con excepción de una indomable capacidad para “negociar” lecturas, generar nuevas interpretaciones y rehacer los materiales de la cultura […] Así, oponiéndose a la fuerza hegemónica de las clases dominantes, “el pueblo” de hecho representa las energías y las funciones creativas de la lectura crítica. Al fin, no es simplemente el objeto de investigación del estudioso cultural y sus informantes nativos; el pueblo es también, por delegación textual, el emblema alegórico de la actividad propia del crítico. (Morris, 1988: 17).

      La alianza textual —o ventriloquia política— que Morris descubre en el populismo de los estudios culturales británicos en la década de 1980 tiene pues un terreno conceptual que es posible ubicar: en concreto, se trata de la idea del consumo sin producción, según la cual, primero, la “producción” significaría tanto la particularidad social no-populista como la materialidad de la determinación histórica e ideológica y, segundo, el “consumo” se convierte en un reino bajtiniano de libertad donde el crítico se identifica con lo que alguna vez fue meramente el objeto de su compromiso político transformado aquí en el sujeto histórico real de su crítica.[3] En cierta medida, está claro que lo anterior debe ser interpretado como una inversión de la postura de la Escuela de Frankfurt en su crítica de la ideología, con lo cual, desde el punto de vista que aquí desarrollamos, podríamos formularla como una producción sin consumo, donde las lógicas abstractas de la mercantilización y la razón instrumental (ideología) incorporan al consumidor-lector al reino de la necesidad capitalista, sin resto alguno (“el consumo me consume”, según la conocida fórmula de Tomás Moulian) (Moulian, 1999).[4] Así pues, desde la perspectiva de la crítica de la ideología, la productividad del consumo se reduce a la reproducción (si bien ampliada, cabe añadir). Desde esta perspectiva podemos interpretar el populismo de los “estudios culturales británicos” —o, al menos, los ejemplos de los que se ocupa Morris— como un intento acrítico de rescatar al “pueblo” (que consume) de la cárcel de la determinación ideológica.[5]

      De hecho, es posible que al criticar este giro en los estudios culturales Morris haya revelado el espacio teórico y político que estructura el campo en su totalidad. En este sentido, ya no podría decirse que los estudios culturales cayeron en el populismo durante los ochenta con el debilitamiento de la influencia del Birminghman Centre of Contemporary Cultural Studies (de lo cual se lamenta Morris, como tantos otros críticos culturales) y el surgimiento del thatcherismo-reaganismo.[6] Tampoco se trata simplemente de saber si las intenciones de tal o cual estudio son o no populistas. Lo que pasa es que, en realidad, el populismo —o sea, la política de su problemática según el esbozo de Morris— es una dimensión constitutiva de los estudios culturales en sí mismos.[7] Hay razones históricas y teóricas para que esto sea así.

      El concepto crítico de cultura que se asocia con los estudios culturales surgió en diálogo, y de hecho también en conflicto, no sólo con el sedimentado concepto conservador de “cultura” que asociamos con el cultivo del buen gusto (ser “culto”), sino también

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