Despertando a la bruja. Pam Grossman

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Despertando a la bruja - Pam Grossman Psicología

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asimismo el recipiente que contiene los sentimientos contradictorios que nos despierta el poder femenino: nuestro miedo, nuestro deseo y la esperanza de que pueda, y consiga, salir reforzado, a pesar de las llamas a las que se le arroja.

      Tanto si a la bruja se la representa como malvada o como valerosa, siempre es un personaje que encarna la libertad: tanto su pérdida como su ganancia. Quizá es el único arquetipo femenino que funciona con independencia. Las vírgenes, las putas, las hijas, las madres, las esposas…; todas ellas se definen en función de si se acuestan con alguien o no, si cuidan de alguien o si las cuidan a ellas, o de alguna especie de duda simbiótica que al final debe pagar.

      La bruja no debe nada. Y eso es lo que la hace peligrosa. Y es lo que la hace divina.

      Las brujas tienen poder en sus propios términos. Tienen capacidad de actuar con independencia. Crean. Alaban. Comulgan con el reino espiritual, libremente y libres de todo mediador.

      Se metamorfosean, y hacen que ocurran cosas. Son agentes del cambio cuyo propósito primordial es transformar el mundo tal como lo entendemos para convertirlo en el mundo que nos gustaría.

      Por eso, que digan de ti que eres una bruja o que seas tú quien se llame a sí misma bruja son dos cosas completamente distintas. En el primer caso suele ser un acto para degradarte, un ataque contra una amenaza percibida. El segundo caso es un acto de reclamación, una expresión de autonomía y de orgullo. Los dos aspectos del arquetipo son importantes para tenerlos en mente. Pueden parecer contradictorios, pero se pueden deducir muchas cosas de su interacción.

      La bruja es el icono feminista por excelencia porque es el símbolo más completo de la opresión femenina y de la liberación. Nos enseña a acceder a nuestro propio poderío y a nuestra magia, a pesar de todos los que intentan despojarnos de nuestro poder.

      Ahora la necesitamos más que nunca.

      A continuación exploraremos el arquetipo de la bruja: unas reflexiones sobre sus diversos aspectos y asociaciones, preguntas que he ido conjurando a lo largo de mi vida y lecciones que he aprendido por el hecho de hollar la senda de la bruja.

      Está permitido que cometas el error de identificarte con ella, en el caso de que sientas que caes bajo sus hechizos.

      Mira a tu alrededor. Mira en tu interior.

      La bruja se despierta.

      1. El bien, el mal y lo maligno

      —Tú debes de ser una bruja buena, ¿no? –me pregunta la directora general de la empresa en la que trabajo mientras nos estamos tomando unos Aperol Spritzes en un ostentoso restaurante del West Village, en Manhattan. Da un sorbo de su bebida y me mira a través de la copa con una sonrisa intranquila.

      —Pues claro —le digo con una carcajada despectiva, y luego cambio de tema rápidamente. No es que le esté mintiendo. Es que me he encontrado en esta situación muchas veces, y esta noche no me apetece volver a repetirla. Es la típica situación en la que se me insta a hablar de mis creencias personales y de otras actividades extracurriculares paranormales como si se tratara de una charla intrascendente, para procurar que el que me hace las preguntas se sienta cómodo. Es la típica situación en la que me hacen encajar en uno de estos dos paquetes del reino de Oz: ser la bruja buena o la bruja mala.

      No me escondo de mi yo brujeril. Y con franqueza te diré que no podría hacerlo ni aunque lo intentara. Entre mi podcast y mis artículos, y los proyectos que tengo más orientados a la magia, por no hablar de mi predilección por las telas negras y transparentes y por la joyería lunar, en este momento de mi vida, eso es lo que hay, y salta a la vista. Pero donde las cosas se ponen peliagudas es cuando mi identidad como bruja se armoniza con la de los otros papeles que encarno: como nuera de dos sacerdotes episcopalianos, para ser más exacta. Esa desconocida a quien le presentan a otra persona en la fiesta de un amigo. Ese personaje público que lleva catorce años representando a una empresa. Por mucho que use el término positivo de RRPP de estos últimos tiempos, cuando menciono la palabra «bruja» para describirme a mí misma, a la gente se le ponen los pelos de punta.

      Mi instinto es intentar calmar sus miedos: no, no soy satánica (aunque los satanistas que he conocido en realidad son personas muy agradables, y no tienen nada que ver con lo que te imaginas). No, no hago encantamientos que hieran a los demás (¡al menos ya no me dedico a eso!). No, tampoco soy malvada (¡no más que los que se esfuerzan en hacer las cosas de la mejor manera posible, pero se encuentran sujetos, en último término, a las debilidades de la humanidad!). No, no y no. No maldeciré tu matrimonio ni enviaré una plaga a tu cosecha, ni agriaré tu leche, ni me beberé tu sangre o descuartizaré a tus hijos. No te preocupes, te lo prometo: ¡no estoy aquí para llamarte en nombre del diablo!

      «Bruja» es una palabra que he elegido para que me represente. En parte es la abreviatura que significa que soy una pagana practicante, jerga común que denomina a esa comunidad de personas que han descubierto una manera de enfocar su espiritualidad al margen de (aunque no necesariamente de manera opuesta) las cinco religiones dominantes del mundo. Sigo la rueda sagrada del año y los ciclos lunares, hago los rituales y las celebraciones más apropiados según la estación. Honro la naturaleza y la divinidad que hay en mi interior y en todos los seres vivos, y me esfuerzo por expandir la luz y estar al servicio de algo que es más grande que yo misma: el espíritu, los dioses, la Diosa, el Misterio… y todo lo que al lenguaje le resulta difícil de nombrar.

      He hecho todas estas cosas sin dejar de pagar mi alquiler puntualmente, tener un trabajo durante el día que me llene y entregar mi tiempo y mi dinero a causas en las que creo, sin dejar de apoyar a mi marido, a mis amigos y a la familia en lo bueno y en lo malo

      Creo que, por lo que me parece a mí, soy una bruja muy buena.

      Para complicar aún más las cosas, en los círculos de brujería existen otras clasificaciones además de la de «buenos» y «malos». Hay quien dice que existen las «brujas que practican magia blanca», que son las brujas que se han comprometido a no hacer ningún daño, y las «brujas que ejercen la magia negra», que son las que hacen maleficios, aunque este tipo de lenguaje está mal visto debido a sus implicaciones racistas. Hay quien habla del «camino de la mano izquierda» como opuesto al «camino de la mano derecha», y eso significa que uno sobre todo está centrado en el crecimiento personal, en lugar de comprometerse a un grupo o una deidad universal. Algunos practican «la magia del caos», frase que suena catastrofista, pero que sencillamente quiere decir que es una especie de «eso ya me sirve» posmoderno que mezcla imágenes y técnicas de distintas religiones o géneros, a veces de manera poco ortodoxa o incluso humorística.

      Como sucede con todos los sistemas categóricos, las interpretaciones de cada uno de estos términos varían, y el espacio que dista entre ellos puede ser difuso. Es más, muchas personas se sienten atraídas por la brujería porque precisamente es un mundo muy individualizado. No existe un único libro, un único líder o un conjunto unificado de dogmas, y eso significa que aprendes con la práctica. Investigas, experimentas, y vas creciendo a medida que te reúnes con otros que también se han sentido atraídos por ese camino.

      La inmensa mayoría de practicantes que conozco son personas de lo más compasivas y curiosas. Valoran el amor y el conocimiento por encima de todas las cosas, y en muchos casos ni siquiera sabrías que son brujas si no te lo dicen. Conozco brujas que son abogadas, chefs, profesoras, ejecutivas del mundo de la publicidad, artistas, contables, enfermeras y lo que sea. Hacer brujería es una manera de esforzarnos para dar con la mejor versión de nosotros mismos, honrar a lo sagrado y, en último término, intentar convertir el planeta en un mundo mejor. Asimismo es una forma de reconocer que tanto la luz como la oscuridad son un gran regalo. Y a pesar de que existe un cierto solapamiento en nuestras prácticas, todos trabajamos

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